Aquel verano en París


Aquel verano en París se llama en el original en francés Le rendez-vous de l'été, algo así como la cita o el encuentro del verano, pero es comprensible que la distribuidora de la película en España cayera en la tentación de incluir París en el título. Por la fascinación que despierta la capital francesa, que hace que seamos somos muchos los que, de entrada, sin necesidad de mucha más información, acudamos con la mejor predisposición a ver películas rodadas en la ciudad de la luz, y también porque el filme se propone (y consigue) retratar París, es uno de los objetivos claros de la película.

Pasear por París, aunque sea a través de la pantalla, siempre apetece. No digamos ya si la película se ambienta en el verano del año pasado, el de los Juegos Olímpicos con los que la ciudad deslumbró al mundo. La directora de la película, Valentine Cadic, ha contado que el proyecto nació, precisamente, por su interés en rodar una historia de ficción en el marco de la cita olímpica parisina. Se aprecia esa vocación documental, que enriquece la película, porque, además de contar la historia de su protagonista, nos regala un valiosísimo testimonio audiovisual de aquel verano olímpico que siempre se recordará en París. 

El acontecimiento deportivo, naturalmente, condicionó el rodaje de la película, pero la improvisación y la participación de gente de la calle aportan mucha frescura a la película. Es notoria la influencia de Rohmer, cuya sombra sobre el cine francés es muy alargada, afortunadamente. A mí la película me recordó también a otras dos que disfruté mucho en su momento:  La virgen de agosto, del más afrancesado y rohmeriano de los directores españoles, Jonás Trueba, y París (vibrantes) años 20, rodada por un colectivo de cineastas en pleno desconfinamiento en la capital francesa. La película comparte con ambas su voluntad de retratar un momento muy preciso, las verbenas agosteñas de Madrid y la crisis del COVID-19 en París, y también su frescura y su naturalidad. 

En la encantadora Aquel verano en París, la protagonista es Blandine (espléndida Blandine Madec), una treinteañera que llega a París desde Normandía para ver las competiciones de natación de los Juegos, para reencontrarse con su hermanastra después de diez años, para conoce a su sobrina y también un poco para intentar reencontrarse a sí misma. Con un tono amable y cómico, la película nos muestra a una joven abrumada ante tanto ajetreo y tanto ruido, pero también decidida a disfrutar de la experiencia y a tomar tiempo para pensar sobre sí misma. 

Paradójicamente, en un filme que va de encuentros y que está rodada en medio de un evento multitudinario como los Juegos Olímpicos, uno de sus grandes temas es la soledad. También la idea de la normalidad, signifique eso lo que signifique, de lo que se espera de cada uno, de lo que se supone que hace todo el mundo. A través de conversaciones, paseos y encuentros casuales, Blandine celebra la vida y piensa. Sin pretensiones, sin grandes tramas, sin giros de guión. Es una película pausada, encantadoramente pausada. De diálogos y dudas vitales. De paseos y observación. 

Quienes disfrutamos, aunque fuera a través de la televisión, de París 2024 recordaremos siempre aquella cita olímpica, en la que tan radiante lució la ciudad. Desde ahora, además, ese recuerdo alegre irá siempre de la mano de esta película pequeña y encantadora, un pedacito de vida en medio de aquel gran evento, una historia preciosa


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