Legado

 

La sombra de Succession es alargada. Por esos, es inevitable que Legado, la serie de Netflix creada por Carlos Montero, Pablo Alén y Breixo Corral, se haya comparado con aquella producción. Al igual que en ella, la trama se centra en un magnate de los medios de comunicación muy influyente con relaciones tirantes con sus hijos. Los parecidos son indudables, pero ni Legado juega exactamente a lo mismo que Succession, ni es una comparación justa, ya que hablamos de una de las mejores series de los últimos años.

No pienso que Legado sea exactamente la Succession española, una comparativa que ya pesó como una losa sobre Galgos, pero sí creo que, en caso de que compráramos ese paralelismo, es más importante la segunda parte, lo de española, porque la gracia y el mérito de la serie es la ingente cantidad de referencias a situaciones, personajes y realidades puramente españolas. Es atrevido, porque en la ficción española es muy poco habitual que se hable de política y que se planteen historias como ésta. Creo que sólo por eso, porque hace algo que muy pocos hicieron antes en una serie en nuestro país, ya vale la pena Legado, con sus virtudes y sus defectos, con sus situaciones más y menos inverosímiles. 

Sin ser exhaustivos, en la serie aparecen audios explosivos de conversaciones privadas que se filtran convenientemente a la prensa en función de interés partidistas y políticos determinados, casos de cancelación, un periódico progresista vinculado a la izquierda y nacido en la Transición española, investigaciones de Hacienda, una pareja chanchullera de una política, chantajes a diestro y siniestro, una especie de comisario de bajos fondos al servicio del poder cuyo apellido empieza por uve, un partido de izquierdas que se llama Avanzamos, un partido socialdemócrata con relaciones tirantes con su socio de izquierdas que agita el fantasma de la extrema derecha, vídeos de carácter sexual de un director de periódico, un político que hace alarde de feminismo en público y tiene actitudes impresentables con mujeres en privado, un periodista español asesinado en una guerra sin que se investigara lo suficiente lo ocurrido… 

Sí, tras el guion de la serie parece haber muchas horas de tertulia política, mucha lectura de periódicos estos últimos años. Es, por supuesto, una historia de ficción, pero que rima con la realidad. Hay escenas y tramas mejor resueltas que otras, hay tal vez un exceso de subtramas personales y sentimentales, pero la serie, con sus aciertos y sus errores, es bastante juguetona. 

Tengo la sensación de que, en general, en la crítica y en el público no se permite a la ficción española tanto como a la internacional jugar a reflejar la política y el periodismo. Siento que se la juzga con más dureza. Quizá por eso abunden tan poco historias así. En algunas críticas a esta serie que he leído veo ataques a su falta de verosimilitud, como si House of Cards o la propia Succession fueran fieles reflejos de la realidad y no espejos algo distorsionados, con licencias lógicas en cualquier ficción. Pienso que, en general, tenemos una clara predisposición al deslumbramiento con las series foráneas, sobre todo si son de EEUU, mientras que estamos muy en guardia ante series españolas que abordan la política. Nos flipan tanto las historias en el despacho oval, por poco verosímiles que sean, como nos chirrían las que muy o casualmente recrean la Moncloa. 

Todo esto para decir, en fin, que Legado no es la Succession española, ni tampoco lo necesita para ser una serie muy entretenida que toma retazos muy reconocibles de la actualidad para poner en pie una historia de ficción.

En Legado, José Coronado, en uno de sus mejores interpretaciones de los últimos años, da vida a Federico Seligman, influyente fundador del periódico El Báltico, trasunto de El País. La serie comienza cuando vuelve a España después de haberse recuperado del cáncer que sufría en Estados Unidos. El reencuentro con los tres hijos que tuvo con su anterior esposa (Susi Sánchez) no es particularmente amistoso. Andrés (Diego Martín) dirige el diario, ahora en horas bajas, en mano de un fondo de capital riesgo; Yolanda (Belén Cuesta) dirige un canal de televisión femenino y acaba de abrir la relación con su marido, y Guadalupe (Natalia Huarte) es política en el partido que es trasunto de Podemos. María Morera interpreta a Lara, hija de Federico con su segunda esposa, a quien da vida Mireia Portas, y que protagoniza con el personaje de Iván Pellicer (visto en la espléndida Querer) otra de las subtramas de la serie. Entre otros muchos, también forma parte del reparto Lucas Nabor, en un papel que también da bastante juego. 

La serie, ya digo, es muy entretenida, mantiene el interés del espectador a lo largo de sus ocho episodios y deja la historia lo suficientemente abierta como para esperar una segunda temporada, aún no confirmada. Entre secretos, filtraciones, puñaladas y referencias constantes a la actualidad, quedan reflexiones que se adaptan bien a los tiempos que corren, como cuando se escucha esta frase tan cínica como ilustrativa de la política actual:  la verdad nunca es tan importante como el relato”

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