Empecé a leer tras La herencia, de Matthew López, editado por Dos Bigotes con traducción de Joan Daròs, tras terminar La pasión de los extraños, de Marina Garcés. En ese precioso ensayo sobre la amistad, la autora habla en uno de sus capítulos de cómo los enfermos de sida fueron a menudo abandonados por su familia biológica y sólo tuvieron a su lado a sus amigos, su familia elegida, que los acompañaron en su enfermedad y en su último adiós. Precisamente el libro de López habla de la generación de hombres gays que vivió el surgimiento de la epidemia del sida, y tiene como hilo conductor el acompañamiento que, en medio del estigma, la incomprensión y el maltrato, algunas pocas buenas personas ofrecieron a los enfermos de sida, repudiados por la mayoría de la población.
La obra, que ha tenido gran éxito desde que se estrenó en Londres y que ha llegado a distintos países, incluida España, es de alto voltaje emocional. Leyéndola pensé que los refranes, a veces, están para desmentirlos, y que no siempre es verdad eso de que quien mucho abarca, poco aprieta. Porque esta obra es muy ambiciosa y abarca muchos temas profundos y trascendentes, pero sin duda sí aprieta, sí da un enorme pellizco emocional al lector. Porque aquí se habla, sin ser exhaustivos, de la epidemia de sida en los años más duros del surgimiento de la enfermedad, de cómo trata la sociedad a las personas que están en los márgenes, de la familia elegida, de la lucha por la igualdad de las personas LGTBI, del vínculo y la necesidad de diálogo entre personas homosexuales de distintas generaciones, del amor, de la amistad, de la soledad, del papel del teatro y la literatura en nuestras vidas, de las huellas del pasado… Y todo ello desde una mirada original y con un planteamiento atrevido y muy coral, con un grupo de personajes siempre en escena (o en las páginas del libro), narrando desde distintas voces una historia que enlaza aquellos primeros años de la irrupción del sida con los tiempos modernos, en concreto, la época del primer mandato de Trump como presidente de Estados Unidos.
La herencia es una libérrima adaptación de Regreso a Howards End, de E. M. Forster, a quien López convierte incluso en un personaje más de la obra. Forster fue el autor de Maurice, un libro fundamental de la cultura LGTBI, que narraba una relación homosexual y que el autor que empezó a escribir en 1914, pero que ocultó durante toda su vida y sólo fue publicada tras su muerte. Esto da pie a reflexionar sobre la importancia de contar con referentes, de poder ver en la literatura, el teatro y el cine historias de personas no normativas, y que, a ser posible, también sean felices, que no siempre terminen mal.
Uno de los grandes logros de la obra es la forma que tiene de plantear la convivencia entre personas LGTBI de distintas generaciones. De ese legado habla, en gran medida, este libro. Hay muchos debates, por ejemplo, sobre cómo canalizar la necesaria lucha por la igualdad y el respeto, ahora que en gran medida se ha perdido el sentimiento de comunidad, y cuando es fácil caer en la complacencia y en el error de pensar que todo está logrado, si ya hasta nos podemos casar y hay incluso programas de televisión, series o expresiones de la cultura queer que son mainstream. También se debate sobre la lucha contra el sida, entonces y ahora. Sobre el estigma y la soledad. Sobre la importancia, entonces y ahora, de contar con una familia elegida.
Naturalmente, el libro pone el foco en las personas LGTBI, pero sus temas de fondo trascienden a esa comunidad. Porque se habla, por ejemplo, de esa dicotomía entre quienes, por un lado, prefieren preocuparse solo de su bienestar, sin preocuparse por lo que pasa a su alrededor, y los que, por el otro, se comprometen con quienes sufren, los que no se confirman con su riqueza o su confort. Y eso, en una época tan entregada al sacrosanto individualismo, es algo que interpreta sin duda a todos.
Al leer esta conmovedora obra recordé Vuela, la canción de Andrés Lewin sobre el avance en derechos y libertades de las personas LGTBI que siempre me emociona, por más veces que la escuche. Hay un verso especialmente emotivo que dice “bravo por los que sufrieron lo que no he sufrido y por todos los que hicieron el camino”. Es exactamente eso a lo que conduce la lectura de La herencia, que nos recuerda que los derechos de los que disfrutamos y, sobre todo, que debemos seguir defendiendo con uñas y dientes hoy, no surgieron de la nada, que hubo muchas personas que sufrieron lo que no hemos sufrido y que nos abrieron camino.
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