Respira

 

Quizá los dos grandes alicientes de las series de médicos es que, por un lado, interpelan de un modo muy directo y emocional al espectador, porque nada hay más universal que las enfermedades, y, por otro lado, permiten hablar de muchos temas, ya que con cada nuevo paciente y con lo que le sucede a los protagonistas se pueden abordar distintas cuestiones. Esos dos alicientes pueden convertirse también en el gran punto débil de este tipo de series si van la mano de situaciones emocionalmente intensas de más y si los temas y los giros de guión acumulan de forma desordenada y acelerada, o si se suceden de forma excesivamente inverosímil. Es un poco lo que le ocurre a Respira, la serie de Carlos Montero que puede verse en Netflix

La serie, que no carece de atractivos, entre ellos, su notable elenco, aborda todos los temas que uno pueda imaginar y alguno más en sus ocho capítulos, y eso es a la vez su principal atractivo y también su gran defecto. Sin ser exhaustivos, aquí tenemos una huelga de profesionales sanitarios sin servicios mínimos, un suicidio, una violación, varias sobredosis, un embarazo complejo, una tormenta catastrófica, accidentes masivos, mucho sexo en casi cualquier sala del hospital, multitud de coincidencias inverosímiles que implican a distintos personajes de la serie, una política que no cree en la sanidad pública pero que termina siendo atendida de su cáncer en ella, ruedas de prensa y debates televisivos sin el menor parecido con la realidad… Y, además, todo pasa rápido, de tal forma que muchas de las subtramas se resuelven de un modo atropellado.

Dicho esto, la serie, que deja en su desenlace abierta la puerta a una segunda temporada, ofrece exactamente lo que se espera de ella. Nadie espera encontrar en ella un documental realista sobre el día a día de un hospital. Tampoco un tratado político sesudo sobre los servicios públicos y la importancia de defenderlos. Respira tiene de todo, absolutamente de todo, menos matices, de tal forma que es entretenida, mucho por momentos, aunque deje con la sensación de que podría haber abordado de un modo algo más profundo el asunto troncal que aborda: la sanidad pública. 

Está bien que se hable de estos temas en series de Netflix, entre otras cosas, porque su audiencia es muy transversal y no faltarán entre sus espectadores personas que crean que defender la sanidad pública es una pérdida de tiempo o, incluso, que piensen que es un derroche de dinero porque ellos ya tiene sanidad privada. En realidad, lo que tienen son seguros de juguete que en absoluto cubren el tratamiento de enfermedades graves. E, insisto, está bien que ese debate se ponga sobre la mesa. La serie toma partido abiertamente, lo cual no es malo, pero el personaje de la presidenta autonómica que quiere acabar con la sanidad pública es por momentos un tanto caricaturesco, por más que Najwa Nimri ponga todo de su parte para dotarla de apariencia humana. Es una presidenta autonómica muy altiva en sus intervenciones públicas, con la defensa de lo privado como mantra para su acción política y se diría que incluso muy defensora de cierta idea pervertida de realidad. 

La relación de esa política con su oncólogo, interpretado por Borja Luna, es el gran hilo conductor de la serie. Él es sindicalista, muy combativo, y defensor acérrimo de la sanidad pública. Pero, a la vez, es uno de los mejores oncólogos del país, lo que hace que esa política tan alejada de él en lo ideológico sí confíe en su tratamiento contra el cáncer que padece. Se plantean así, de nuevo, sin demasiados matices, dilemas interesantes, y también una cierta mirada humanista que, en estos tiempos de crispación y pelea política constante, defiende que las personas están por encima de todo. 

En la serie, por supuesto, tampoco podían faltan los residentes y sus relaciones con los médicos que están a su cargo, otro clásico en este tipo de series. Entre los intérpretes que componen el elenco Manu Ríos, Blanca Suárez, Alfonso Bassave y Aitana Sánchez-Gijón. Ellos y la mayoría de los demás defienden con buen nivel a sus personajes. Es una lástima que el papel de la gran Abril Zamora, que aquí da vida a la jefa de Psiquiatría, sea tan pequeño. 

A través del personaje de la presidenta, Respira también refleja la miseria de la política. Y aquí posiblemente tampoco hay demasiados matices, pero todo parece bastante realista, visto lo visto: asesores que susurran al oído de los gobernantes, políticos que se ven forzados a dar golpes de efecto para reforzar su autoridad sin pensar ni medio minuto en el interés de los ciudadanos, batallas internas y puñaladas por la espalda en los partidos políticos, fuego amigo... Respira, en fin, no es una serie para quien busque un relato realista y matizado de la vida en un hospital, pero sí cumple con su objetivo de entretener en sus ocho capítulos. 

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