Y Serrat llevó el Mediterráneo a Oviedo

 

Siempre he pensado que los galardonados en los Premios Princesa de Asturias deben de sentirse muy honrados y afortunados por muchas razones. Desde luego, por cómo se vuelca la ciudad con los premios (y qué ciudad, bellísima Oviedo); por supuesto, por el propio reconocimiento en sí, pero también, o sobre todo, por la oportunidad única que ofrece este encuentro anual del conocimiento en Oviedo de compartir escenario con personas brillantes de los más diversos ámbitos

Hay muy pocas situaciones que permitan a una excelsa deportista juntarse con grandes escritores y artistas, o a representantes de organismos internacionales con insignes científicos. Y siempre me ha gustado pensar que, igual que quienes seguimos puntualmente cada año por televisión la entrega de los premios lo hacemos con admiración, también los propios premiados se mirarán entre ellos con asombro y reconocimiento

Es esa diversidad de áreas y temáticas y, por lo tanto, de personas galardonadas, una de las razones que hacen tan especiales los Princesa de Asturias. Y también uno de sus grandes aciertos, porque demuestran que el ser humano necesita igual la ciencia que el arte, las iniciativas solidarias y el pensamiento, la investigación y la emoción. También gustan estos galardones de entregar premios en categorías que, en un primer momento, pueden sorprender, como premiar a un escritor en la categoría de Concordia, por ejemplo, pero es, de nuevo, un acierto, porque todo está mucho más conectado de lo que puede parecer a simple vista. Quizá este año más que ningún otro se ha remarcado en todas las intervenciones que lo une a los premiados es la defensa de la humanidad en estos tiempos. Siempre hay premiados más mediáticos que otros, claro, pero parte de la gracia de estos galardones es también que nos ofrecen la oportunidad de acercarnos a trayectorias de personas o instituciones menos conocidas por el gran público. Y, posiblemente, también entre quienes comparten premio con ellos en distintas categorías. 

Carolina Marín, premiada en la categoría de deportes, ha contado, por ejemplo, que admira a Joan Manuel Serrat (Artes) desde que era niña y sus padres escuchaban la música del cantautor catalán en el coche. Fue precioso ver el interés con el que todos los premiados atendían al bello discurso de la poeta Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras, en el que habló del esperanza que la poesía sigue representando en este mundo y se preguntó, citando a Platón, si la poesía, ese algo liviano, halado y sagrado puede detener nuestra caída hacia la nada. Afirmó que la poesía puede cambiar el mundo y recordó su papel frente a la dictadura soviética en su Rumanía natal, cuando los presos memorizaban poemas para luego transcribirlos. 

Michael Ignatieff, reconocido en la categoría de Ciencias Sociales, contó que los premios son un ajuste de cuentas con uno mismo y se preguntó si de verdad se merecía este reconocimiento. Fue un discurso centrado en la distinción entre zorros y erizos, la dicotomía acuñada por Isaiah Berlin, de quien fue biógrafo, que distingue entre quienes saben muchas cosas, pero ninguna en profundidad (los zorros) y los que saben mucho de una sola cosa (los erizos). Contó que entre los premiados seguro que había personas de las dos categorías. Él terminó agradeciendo a la princesa Leonor que hoy haya hecho feliz a un viejo zorro que, por ser, ha sido hasta político. 



La iraní Marjane Satrapi, autora de Persépolis y reconocida en la categoría de Comunicación y Humanidades, pronunció un vibrante y combativo discurso contra el machismo, la sinrazón y las guerras, y en defensa de la lucha por las libertades. Habló de lo bello y lo oscuro de la humanidad. “El verdadero éxito radica en el humanismo y una sociedad sólo existe porque, a diferencia de un animal que está condenado a muerte cuando se rompe una para, nosotros cuidamos a nuestros semejantes”, contó. Hizo una encendida y preciosa defensa de la empatía y la bondad. 

Yentonces llegó Serrat, Premio Princesa de Asturias de las Artes, que se presentó como “un señor mayor tirando a viejo” partidario de las vidas propias y ajenas que prefiere los caminos a las fronteras, como un animal social que necesita de otras personas, pero fuera de la  tribu. También dijo que no le gusta este mundo de atrocidades e indiferencia. Sorprendió cantando en el escenario Aquellas pequeñas cosas en uno de esos momentos que pasan automáticamente a la historia de estos premios, acompañado por la violinista Úrsula Amargós. Fue como llevar el Mediterráneo, su más legendario tema, a Oviedo.

Serrat emocionó al público y la princesa Leonor emocionó al autor de tantas canciones inmortales al citar en catalán uno de sus versos alusivos a la esperanza para comenzar su discurso, que concluyó, después de glosar los méritos de los premiados, parafraseando también al Nano con aquello de “hoy puede ser un gran día y mañana también”. Además de los citados, completan la lista de premiados la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OIE), en Cooperación Internacional; Daniel J. Drucker, Jeffrey M. Friedman, Joel F. Habener; Jens Juul Holst y Svetlana Mojsov, en Investigación Científica y Técnica, y la agencia Magnum Photos, en la categoría Concordia. Sus representantes aparecieron en el Teatro Campoamor, lógicamente, con cámaras de fotos. 

El rey Felipe VI se mostró feliz de ceder el testigo a su hija en el papel de hacer la laudatio de los premiados. En un discurso más breve que en anteriores ocasiones, porque está cediendo más protagonismo a su hijas afirmó que la deshumanización es un riesgo latente en este mundo en el que se cometen, dijo, violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos en lugares como Oriente Próximo, Ucrania o África. Después, tras la siempre emotiva interpretación del himno de Asturias, la princesa Leonor declaró abierto el plazo para la presentación de candidaturas para los premios del próximo año, cuando en el mes de octubre Oviedo vuelva a ser capital de la cultura, la ciencia y la defensa del humanismo.  

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