Dentro de una semana despertaremos con los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses o, al menos, con el recuento avanzado de las mismas, porque es muy probable que los resultados finales tarden días en llegar. La última vez que se produjo un recuento igual, uno de los candidatos, que de nuevo se presenta este año, decidió que, como había perdido, tenía que difundir una teoría de la conspiración que sostenía que las elecciones habían sido manipuladas, y se dedicó a presionar para robar las elecciones. Ese delirio derivó en el asalto al Capitolio. Pese a todo ello, Donald Trump vuelve a ser candidato a la presidencia.
A la espera de saber qué nos depararán las elecciones de la próxima semana, el documental Stopping the steal, que puede verse en HBO, reconstruye con precisión la irresponsable y alocada actuación de Trump y sus seguidores en los días posteriores a los comicios. Parece increíble que alguien que promovió de forma manifiesta un golpe de estado, que presionó desde la Casa Blanca para que se manipularan los resultados electorales y que, todavía hoy, coquetea con la idea de que los comicios de 2020 en los que perdió ante Biden fueron un pucherazo, pueda volver a presentarse como candidato a la presidencia. No por conocidos, los hechos narrados en el documental son menos estremecedores. Queda muy clara la deficiente concepción de la democracia de Trump y sus seguidores. Dan auténtico miedo.
Lo más interesante de este documental es que en él hablan, sobre todo, muchas personas del entorno de Trump, espantadas con su intento de impugnar el resultado de las elecciones. En esa situación hicieron lo correcto, negándose al robo que Trump les exigía, pero llama la atención escucharlos hablar como si los primeros cuatro años de Trump no hubieran sido el desastre que en realidad fueron. La mayoría de estas personas parecen de verdad muy sorprendidas de la deriva de Trump, el mismo Trump que llevaba ya cuatro años actuando de un modo irresponsable y cerril, el que venía calentando la idea de un robo electoral si él no era proclamado vencedor.
Más allá del sentido del espectáculo que tienen algunas de las personas que hablan en el documental (en Estados Unidos el show siempre debe continuar), por lo general son muy interesantes sus testimonios. Fiscales, funcionarios de Arizona y Georgia, políticos republicanos, personal próximo al presidente Trump y a su vicepresidente, hablan de lo vivido aquellos días. Hubo presiones directas de Trump y su equipo para manipular los resultados en su favor. Y hubo también amenazas de muerte y manifestaciones de hombres armados frente a los centros de recuentos de votos. Es necesario recordar que todo esto ocurrió, porque resulta tan estrambótico, tan marciano, que cuesta creerlo. Más aún cuando vemos que el responsable último de aquel atroz pulso a la democracia estadounidense sigue en la carrera por la presidencia.
En el documental también hablan personas corrientes que siguen creyendo a pies juntitas a Trump y que están convencidas de que aquellas elecciones fueron un pucherazo de los demócratas, con la misma convicción con la que hay quien cree que Elvis sigue vivo. ¿En qué se apoyan? En supuestas pruebas a cual más delirante. Por ejemplo, se habla del Sharpiegate, una marca de rotuladores. Es una teoría de la conspiración que decía que la tinta de esos rotuladores trsanspasaban el papel y, como las papeletas tienen dos caras, provocaba votos nulos o resultados inexactos que, por alguna razón, sólo afectaba a los votantes de Trump. También hablaban sin prueba alguna de millones de votos de personas fallecidas, o manipularon un vídeo en un colegio electoral donde se recontaban votos, logrando retorcer la realidad para presentar una escena normal y corriente como la prueba flagrante de un delito.
Este documental, en fin, reconstruye con mucha precisión la más irresponsable y antidemocrática actuación de un presidente estadounidense en la historia reciente del país. Dentro de una semana, millones de estadounidenses volverán a votar por ese tipo que pedía en una llamada 11.000 votos, como quien pide el aguinaldo, o el que dijo a los hombres armados que asaltaron el Capitolio que los quería mucho y son muy especiales. Especiales, no se lo negaremos, son. Pero especial es un adjetivo con unas cuantas acepciones. Quien decir especiales dice aterradores.
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