El sustituto


Hace unos años, muchos lectores quedamos impactados con Lo que esconde tu nombre, una gran novela de Clara Sánchez inspirada en la historia real de muchos dirigentes nazis que se cobijaron en la España franquista tras el final de la II Guerra Mundial. En 2021, la película El sustituto, de Óscar Aibar, también se centra en ese mismo universo y lo hace con similar acierto al de aquella novela. Es una película que se ambienta en 1982, lo que permite también hacer un retrato de la España de aquel tiempo, en plena sacrosanta Transición, un país que acogía ese año el Mundial de fútbol y que en unos meses le daría una mayoría absoluta al PSOE de Felipe González, pero que aún estaba lejos de ser una democracia perfecta.

En su día, se me escapó esta película en las salas, pero gracias a las plataformas (RTVE Play y Prime Video) se puede ver ahora. Y me alegro mucho de haberla rescatado. Es una película a la que cuesta encontrar defectos. Sus interpretaciones, su guión, la forma en la que se va dosificando la información, su espíritu crítico, sus escenas de acción, su retrato social de la España de aquel tiempo… Todo está en su sitio, todo funciona

La historia se cuenta a través de los ojos de un policía que acude desde Madrid a Denia, al que da vida Ricardo Gómez en el que quizá es el mejor papel que le he visto al actor, célebre desde niño por dar vida a Carlitos en Cuéntame. Es un tipo callado, más bien reservado y tímido, un tanto alcohólico, que llega a la comisaría para sustituir a otro policía muerto en extrañas circunstancias. La versión oficial dice que murió de una sobredosis, pero pronto se descubre que puede haber algo más detrás y que puede estar relacionado con una colonia de alemanes que viven con todo lujo. 

A su lado tendrá a un compañero despreciado por su jefe (Pere Ponce) y a una médica (Victoria Luengo) que fue la primera en sospechar que la muerte del policía pudo no ser como se dijo. Las interpretaciones de los tres son extraordinarias y el resto del elenco también defiende a la perfección sus papeles.

Además del buen pulso, digno de los mejores thrillers, la película de Aibar destaca por la recreación de aquel tiempo. Por un lado, de la historia de todos esos nazis que no sólo no fueron juzgados por sus crímenes, sino que disfrutaron del sol y la playa de España y, de paso, hicieron negocio. Son unos hechos, desde luego, bien novelescos y de película, que se han retratado poco en el cine y la literatura. Uno de tantos episodios de nuestra historia reciente que merecen ser contadas. En la película se narra de forma magistral, integrando muy bien esos hechos reales, tremendos, con la historia de ficción y la trama que mantiene la intriga hasta el final. 

Y luego, claro, está el reflejo de esa España que técnicamente ya no era una dictadura, pero que aún andaba lejos de poder ser considerada una democracia plena. Es uno de los mayores alicientes del filme. Vemos esa España que en cierta forma quiere abrazar la modernidad, pero que es aún bastante casposilla, en la que abundan los nostálgicos del régimen franquista, cuya policía tiene mucho camino que recorrer y cuya sociedad se ve desde la actualidad muy lejana a la España de hoy. Una España como la de La isla mínima, que tiene también a un policía como protagonista. Una España, en fin, de la que se puede decir algo parecido a lo que se escucha en la magnífica  Te estoy amando locamente, ambientada en 1976 (seis años antes), en la que escuchamos que “las cosas están cambiando, pero no han cambiado todavía”. 

Está bien que el cine eche la vista atrás y nos haga reflexionar sobre ese pasado, ni desde la absurda enmienda a la totalidad del periodo de la llegada de la democracia a España (como si un proceso así fuera sencillo), ni desde la no menos absurda defensa cerrada de la sacrosanta Transición (como si no hubiera episodios oscuros de aquel tiempo). Para eso está el cine también. Si además lo hace con la maestría de El sustituto, mucho mejor. 

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