Creo que muchos vemos todos los documentales que podemos sobre el trumpismo y la extrema polarización política en Estados Unidos por tres motivos: por la indudable trascendencia de todo lo que sucede en aquel país para el mundo, porque intentamos hallar claves para entender lo que está ocurriendo en Estados Unidos y también, claro, por la certeza de que ese movimiento es la punta de lanza de una oleada reaccionaria global con una presencia cada vez mayor en Europa.
Son muchos los documentales que se han acercado a este fenómeno, aupado por bulos y discursos del odio. Entre otros, obras como Cuatro horas en el Capitolio, La verdad contra Alex Jones, Fuera de la burbuja o Posverdad: desinformación y coste de las fake news ayudan a conocer mejor el delirio en el que vive la política y la sociedad estadounidense estos últimos años. También son un claro aviso a navegantes en otros países como España, porque los ultras de aquí imitan burdamente las estrategias de los trumpistas. Quizá el punto álgido de la sinrazón de ese movimiento radical hasta la fecha llegó el 6 de enero de 2021, cuando una turba de fanáticos seguidores de Trump asaltó el Capitolio para intentar evitar el legítimo acceso a la presidencia de Biden. El asalto, que causó muertos y heridos, llegó después de meses de bulos sobre un presunto fraude electoral. El documental Tempestad en Washington, del director danés Christoffer Guldbrandsen, sigue durante meses a Roger Stone, asesor republicano y amigo de Trump durante tres décadas, que fue uno de los principales promotores del asalto al Capitolio.
El impactante documental, que puede verse en Filmin, muestra imágenes de este tipo y sus colaboradores en la intimidad. Resulta terrorífico comprobar su fanatismo, su lenguaje belicista, su absoluto desprecio por la verdad, su odio visceral a todo aquel que no vota como ellos. También resulta hasta cierto punto decepcionante ver qué tipo de personajes mueve los hilos de la política estadounidense. Uno esperaría encontrar a un genio retorcido del mal, a alguien con muy malas intenciones, pero al menos con cierta inteligencia o capacidad, pero termina viendo a un señor narcisista, sociópata, rancio, obsesionado con presentarse como más influyente de lo que es y, en resumen, bastante patético.
El documental muestra el largo historial de fanatismo de este tipo, como el bulo que alimentó afirmando sin ninguna prueba que Bill Clinton es un violador. Prometió dar dinero a las personas que mostraran en televisión una camiseta acusando al expresidente de violador y aún más dinero a quien se lo gritara en un acto público. Ése es el nivel. Stone fue arrestado en la investigación sobre la relación de Rusia con la campaña de Trump en 2016. Organizó actos para recaudar fondos para pagar su defensa, aunque él lo vestía como una lucha en defensa de Estados Unidos y de la civilización occidental, claro. Trump salió públicamente en su defensa diciendo que acusaban a Stone de mentir, pero que otra gente también miente, y terminó conmutándole la pena para que no entrara en prisión.
Este tipo forma parte del entorno del trumpismo más radical, que terminó distanciándose del expresidente, precisamente, porque ellos lo superaron aún más por la derecha. Ahí ocupa un lugar destacado con Alex Jones, el agitador que entre otros delitos se inventó que un tiroteo masivo en una escuela era un gran invento del gobierno para endurecer las leyes sobre las armas, o los llamados Proud Boys, grupos violentos que Stone alienta y financia y que considera buenos patriotas. Por cierto, en los actos de este tipo, la proporción de hombres y mujeres es de nueve a una, más o menos.
El documental se ve condicionado por la ambigua relación del director con Stone. Un año después de empezar a grabar, el asesor de Trump dio acceso a otro equipo de grabación para otro documental con el que podía ganar dinero. El director volvió a Dinamarca. Después regresó a Estados Unidos, pero sufrió un problema serio de salud. También irrumpió el Covid. El caso es que volvió a poder grabar en la intimidad del equipo de Stone durante la campaña de las elecciones de 2020 y, sobre todo, en los meses posteriores a las elecciones que ganó Biden, cuando el entorno de Trump se encargó de alentar el bulo de que había habido fraude electoral. El propio director del documental reconoce que su relación con este personaje es compleja, pero lo cierto es que Stone habla abiertamente delante de las cámaras y dice auténticas burradas, lo que permite ver de cerca el batiburrillo de odio, fanatismo, ignorancia y ambición de este señor.
Como Stone veía que las elecciones de 2020 pintaban mal para Trump, empezó a preparar el terreno para acusar sin pruebas a los demócratas de querer robar las elecciones y a decir que el voto por correo era fraudulento. Este tipo, que bromea sin rubor con disparar a progresistas, puso en marcha la campaña Stop the Steal, en la que buscó a buscar militares y policías retirados, y que terminaría siendo el promotor del asalto al Capitolio.
Lo que ocurre ese día, el 6 de enero de 2021, es muy revelador de lo patético que es este personaje. Él llamó a acudir al Capitolio y esperaba que la Casa Blanca de Trump le pusiera un coche para llevarlo a dar un discurso al mismo escenario en el que habló el expresidente. Pero nadie lo llamó y volvió cabizbajo y refunfuñando a su habitación de hotel, desde donde siguió las imágenes del asalto. En cuanto vio el rumbo que tomaba la revuelta, que huyó deprisa y corriendo del hotel, cobardemente, por si lo detenían. Al día siguiente, envío un mail a Trump pidiéndole un perdón preventivo para evitar ser arrestado. Cuando ve que Trump no lo indulta, le da un brote y dice que Trump decidió rodearse de idiotas, que se merece ir a prisión y que es el mayor error de la historia de Estados Unidos. Es oro esa escena en el coche en la que pierde completamente los papeles, porque revela como pocas el peligro del trumpismo y su ausencia de argumentos.
A las puertas de unas nuevas elecciones presidenciales en Estados Unidos en las que Trump busca ser reelegido, documentales como Tempestad en Washington ayudan a ver desde dentro la amenaza indudable para la democracia de gente que jalea los más bajos instintos de los votantes, que no tiene ningún reparo en recurrir a la violencia, que odia a todo el que piensa distinto y que sólo cree en la limpieza de las elecciones cuando las gana su candidato. Es un retrato al natural de una amenaza a la democracia que no se limita sólo a Estados Unidos, aunque en ningún gran país ha alcanzado semejantes cotas de delirio y riesgo.
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