Los bulos son una de las principales armas de quienes buscan socavar las democracias desde dentro, como los partidos de extrema derecha, o desde fuera, como Rusia, que dedica enormes recursos para desestabilizar las democracias occidentales. Cualquier mentira es buena siempre que sirva para alimentar la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones, agitar su rabia e intoxicar el clima político y social. Esta peligrosa realidad queda retratada de forma precisa en Posverdad: desinformación y coste de las fake news, un documental dirigido por Andrew Rossi que puede verse en HBO Max y que resulta estremecedor.
El documental se centra en la posverdad en Estados Unidos, pero la dinámica de este submundo de bulos y mensajes tóxicos es idéntica en todos los países. Es más, la originalidad no es precisamente le fuerte de los extremistas de países como el nuestro, que imitan sin disimulo las tácticas más burdas empleadas por los partidarios de Trump en Estados Unidos o por las tropas digitales de Zemmour y Le Pen en Francia.
El trabajo de Andrew Rossi busca profundizar en el origen de algunos de los muchos bulos irracionales e imposibles de creer salvo que uno esté enfermo de sectarismo que se han difundido estos últimos años en Estados Unidos. Hay bulos e inventos de todos los colores, a cual más alucinante. Por ejemplo, un bulo que empezó a difundirse en la red y que acabó llegando a medios próximos al ala más radical del Partido Republicano, que decía, nada menos, que el gobierno de Obama estaba planeando organizar campos de concentración para disidentes políticos en un pueblo de Texas en 2015. Sí, sí. Tal cual. A raíz de unas rutinarias prácticas militares previstas en esa localidad, se propagó la idea de que Obama iba a encerrar allí a su rivales políticos. Las autoridades federales llegaron a convocar un encuentro abierto a los vecinos para responder a sus preguntas, en las que un alto mando militar les explicó en qué consistirían las prácticas. Muchos no le creyeron y hoy siguen convencidos de que gracias a su reacción impidieron que el entonces presidente creara campos de concentración. Increíble pero cierto.
Varios periodistas y expertos que participan en el documental explican que los bulos se comparten más que las noticias reales y también queda claro que las grandes plataformas como Facebook no hacen lo suficiente, por decirlo suavemente, para detener la difusión de los bulos. Uno de los más demenciales y crueles bulos de los que relata el documental es el que afectó a Comet Ping Pong, una pizzería que también tiene espacios para que jueguen los niños y es en ocasiones sala de concierto, donde también e dan fiestas LGTBI. De pronto, surgió una teoría conspirativa sobre este sitio, basada en referencias banales a pizzas en los correos hackeados a un asesor de campana de Hillary Clinton. Por alguna razón, esto llevó a los conspiranoicos a sostener que Clinton y sus asesores abusaban de niños en esa pizzería. El dueño y los empleados del establecimiento sufrieron amenazas de muerte y un hombre que creía que el Pizzagate era real entró armado con un fusil al local. Pudo provocar una tragedia, pero afortunadamente se entregó al comprobar, sorprendido, que en el sótano de la pizzería no estaba Clinton abusando de niños.
En el documental, en el que por supuesto también aparece la teoría de la conspiración que sostenía que Obama no nació en Estados Unidos, se escuchan testimonios de seguidores de Trump, como uno que decía que a él, un hombre blanco heterosexual, Obama no le había dado nada, así que iba a votar por Trump. También aparecen, entre otros bulos, los inventos sobre un asesinato a un asesor del Partido Demócrata, Seth Rich, que fue atracado en la calle, pero de cuya muerte acusaron a Clinton por una filtración a Wikileaks, o un burdo intento de acusar al director del FBI, Robert Mueller, de un supuesto caso de agresión sexual. La mujer denunciante ni siquiera existía y detrás de esta campana había dos personajes siniestros, dos cantamañanas que dieron una delirante rueda de prensa, muy convencidos de su mentira, ante periodistas que hacían su trabajo y a los que señalaban como seres inmundos a sueldo de Soros.
No sólo aparecen casos de manipulación y bulos relacionados con el Partido Republicano. También se muestra el inquietante Proyecto Alabama, en la que personajes siniestros próximos al Partido Demócrata crearon un grupo falso en Facebook de supuestos partidarios del candidato republicano a unas elecciones regionales para que los republicanos moderados se abstuvieran de votar. El responsable de este engaño, que pudo ser clave en esos comicios, dado que el resultado fue muy ajustado, aparece explicando esa campana tramposa, aparentemente orgulloso de ello. Afortunadamente, también aparece el cargo demócrata que se aprovechó de esa campana, en apariencia, sin ser consciente de su existencia, que ordenó una investigación y que afirma, rotundo, que a las mentiras sólo se las puede combatir con verdad, nunca con más mentiras.
De fondo queda una honda inquietud por el mundo que se nos está quedando y la certeza de que podemos (y debemos) aceptar distintas interpretaciones sobre un hecho, pero jamás mentiras y bulos sobre las realidades, nunca realidades alternativas. Documentales como este deberían servir de llamada de atención, de aviso a navegantes, pero cuesta mucho ser optimista cuando se ve a diario a tanta gente compartir entusiasta bulos por WhastsApp, Twitter o cualquier otro medio, siempre dispuestos a creer cualquier burrada que perjudique al de enfrente, al enemigo malvado capaz de abusar de niños en sótanos de pizzerías o de montar campos de concentración a la vista de todos.
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