El triángulo de la tristeza

 

 El triángulo de la tristeza es una película irregular, con altibajos y que intenta abarcar demasiado, pero también es una sátira divertidísima sobre la sociedad actual y, en especial, sobre las clases altas. Un poco a lo The White Lotus o Succession, con semejante mala leche, se retrata la estulticia de un grupo de personas ricas, insultantemente ricas, embarcadas en un crucero de lujo donde la tripulación es convenientemente aleccionada para tener una actitud en todo momento complaciente y servicial ante sus peticiones, por más que sean disparatadas o ridículas, con la esperanza de recibir cuantiosas propinas. Porque quien paga, y esta gente paga mucho, manda. 

La película de Ruben Östlund, estrenada en cines en 2022 y que ahora puede verse en Movistar Plus, dura más de dos horas y está dividida en tres partes bien diferenciadas. La más brillante, la que provoca carcajadas ante algunas escenas hilarantes, es la segunda. Aunque, como digo, es irregular, el nivel medio del filme es muy alto y es imposible no disfrutar con su tono sarcástico y muy ácido. Es una película que parece captar muy bien parte de los males de nuestra sociedad actual, que da en gran medida en la tecla. Y no se trata, o no sólo, de que siempre guste que el cine o la televisión nos recuerden eso de que los ricos también lloran, sino que es estimulante ver historias que ridiculizan de un modo tan abierto cuestiones como el culto al dinero o las excentricidades de las personas que creen que lo abultado de su cuenta corriente justifica cualquier cosa.

En la película aparecen, entre otros temas de actualidad, la lucha de clases, el feminismo y roles de género, el mundo de impostura de los influencers, los desorbitados precios del sector del lujo, la guerra y los que se benefician económicamente de ella, la hipocresía de la sociedad ante no pocas cuestiones, la enfermiza obsesión con el dinero o los abusos de poder. Todo esto, convenientemente aderezado y contado a través de un grupo de personajes de lo más variopinto, desde una pareja formada por una influencer frívola (Charlbi Dean) y un modelo celoso patológico (Harris Dickinson) hasta una gobernanta con un mando intermedio siempre dispuesta a rendir pleitesía a sus jefes sean cuales sean las circunstancias (Vicki Berlin), pasando por una responsable de la limpieza de los aseos que gana protagonismo a medida que avanza el filme (Dully De Leon), un ruso capitalista forrado (Zlatko Buric) y el capitán del barco (Woody Harrelson) que ahoga el alcohol el desprecio manifiesto que le provocan la mayoría de los clientes. 

Hay momentos en la película que son un poco demasiado de brocha gorda, lo que posiblemente chirriara a algunos espectadores. Creo, en todo caso, que es necesario para disfrutar plenamente de la película aceptar el juego que nos propone el director. Estamos ante una sátira. La película retrata bien parte de la sociedad, pero no con un estilo realista, sino más bien caricaturesco. Así que, claro que hay situaciones delirantes y poco creíbles, igual que en una caricatura los rasgos siempre están más exagerados que en la vida real. Pero, igual que en las caricaturas, allí donde señalan esas hipérboles, suele hacer una parte no menor de verdad. 

Por último, me gusta que la película hable abiertamente del capitalismo. Sí, ya saben, ese sistema en el que vivimos y que cuesta incluso llamar por su nombre a veces. Me encanta esa frase que dice que los peces no saben nada del agua en el que viven. A veces el sistema en el que vivimos es un poco igual. No se menciona. Hablamos de la sociedad, de los tiempos modernos o cualquier otro eufemismo en vez de llamar por su nombre al capitalismo. Aquí sí se menciona por su nombre, entre otros momentos, en un hilarante intercambio de citas entre dos personajes. Porque, en el fondo, podemos decir que El triángulo de la tristeza va de la condición humana, de los tiempos modernos, de las clases altas o de lo que queramos, pero en gran medida va del capitalismo. Y no es un retrato particularmente favorecedor. 

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