París, (Vibrantes) años 20


Durante los peores momentos de la pandemia del Covid pensé mucho en París, porque en los tiempos del confinamiento echábamos de menos lo que más feliz nos hace y más nos gusta, y también pensé mucho en cómo contaría el cine eso que estábamos viviendo en todo el mundo. Mientras andaba pensado eso, un grupo de 24 actores y un equipo técnico de 16 personas, dirigidas por Elisabeth Vogler (que en realidad es un pseudónimo) rodaban París, (Vibrantes) años 20, llamada en francés simplemente Années 20, una película bien peculiar que ahora puede verse en Filmin.

La película, que está rodada en un único plano secuencia, tiene un enorme interés por esta peculiaridad formal, desde luego, pero también porque es ese sistema de rodaje el que mejor encaja con el mensaje y el momento del filme. Es una proeza técnica, un alarde indiscutible, pero es sobre todo un modo exitoso y genial de fusionar fondo y forma de la película. Porque el filme, rodado en el descofinamiento de 2020, busca recoger retazos de la vida cotidiana justo después de ese enorme trauma colectivo. Y por eso resulta especialmente acertada la elección de un único plano secuencia que nos lleva desde las inmediaciones del Louvre a Belleville, tras andar, montar en moto o tomar el Metro. 

El proyecto es ingenioso y libre, una suerte de reivindicación de todo lo que el maldito virus nos quitó: la espontaneidad, los encuentros casuales, los abrazos, la vida en la calle, esa despreocupación que dábamos por hecha antes de la pandemia y que, de pronto, desapareció. Capta bien esta película, que es entre otras muchas cosas un maravilloso paseo por París, lo cual ya bastaría para disfrutarla, ese sentimiento generalizado tras el confinamiento. O, más bien, las distintas sensibilidades. Hay quien sigue con miedo, quien no renuncia a la mascarilla ni en la calle, quien está aún traumatizado por todo lo sufrido los meses previos, quien quiere pasar página lo antes posible, quien decide poner un punto y aparte en su vida. 

Naturalmente, como sucede siempre en cualquier película que cuenta historias de lo más diversas de más de una veintena de personajes, éstas tienen un interés desigual. Pero importa el conjunto. Y funciona. Nos encontramos, entre otras muchas personas, a una enfermera en shock aún por el drama de la pandemia en los hospitales, a dos amigos que charlan en serio sobre el sentido de la vida quizá por primera vez cuando uno de ellos le anuncia que ha decidido abandonar el trabajo, una novia a la fuga, dos artistas que reflexionan sobre el color negro en el arte y sus connotaciones negativas en el lenguaje, dos chicas jóvenes paseando por el parque y compartiendo anhelos y temores, un actor de comedia decidido a reinventarse, un chaval de visita en París al que acoge un personaje verborreico y sobreexcitado, un hombre y una mujer que fueron pareja y hablan de su relación actual y de sexo, dos chicas jóvenes amigas de lo ajeno… Un compendio, en fin, desestructurado y muy loco de cualquier gran ciudad. Cuando caminamos por la calle o montamos en metro, es inevitable a veces preguntarse cuál será la historia de toda esa gente que nos rodea, en quién pensarán, adónde se dirigirán, qué les mueve... Esta película sigue ese camino, con el encanto añadido de que levanta testimonio de un momento que vivimos hace no tanto, apenas cuatro años, pero que en cierta forma vemos muy lejano, y que sin duda el cine nos ayudará a asentar en nuestra memoria. Y esta película tiene una frescura, una mezcla de temores y esperanzas, de ilusiones y miedos, que desde luego se aproximan bien a lo que muchos millones de personas en todo el mundo vivieron, vivimos, por entonces.

La película, que formalmente me recuerda a la interesante Hablar, de Joaquín Oristrell, que se rodó también en un único plano secuencia en el madrileño barrio de Lavapiés, emparenta igualmente con dos filmes hijos de la pandemia: Guermantes, de Christophe Honoré, también rodada en París y también más o menos por esas mismas fechas, en la que vemos cómo los actores de la Comedie Française deciden seguir rodando este proyecto tras la suspensión de su función teatral prevista por culpa de la pandemia, y Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba, que con la asombrosa capacidad del autor para plasmar en el cine pedacitos de vida atrapa aquí algunos de los temores y debates propios del desconfinamiento, en este caso, a través de la historia de una pareja que amigos la casa en las afueras de Madrid de otra pareja de amigos que se dedica a cantar las bondades de esa vida lejos de la gran ciudad. 

Anneés 20, en fin, es un soplo de aire fresco, un juego cinematográfico que dentro de muchos años nos seguirá apeteciendo volver a visitar para recordar, no cómo fue aquello del desconfinamiento y la pandemia del Covid-19, sino cómo lo plasmaron en tiempo real un grupo de intérpretes y técnicos que sintieron que aquello que vivía todo el mundo a la vez merecía ser retratado, que el cine tenía que seguir tomando el pulso de la sociedad también en un momento así. Una joyita muy francesa, muy parisina, muy fresca y bella. 

Comentarios