Nada es verdad

 

Las frases de la solapa o la contraportada de un libro siempre son siempre peligrosas, hay quien no les hace ningún caso. Si las lees antes de empezar con la novela, corres el riesgo de verte condicionado de alguna forma. Si las lees al final, puedes estar más o menos de acuerdo con ellas, que siempre son seleccionadas para enlazar las virtudes de la novela, lógicamente. A veces me ocurre que coincido tanto con alguna de esas frases que casi pienso que me puedo ahorrar la crítica porque no seré capaz de expresar mejor lo que el libro me ha hecho sentir. Es exactamente lo que me sucede al leer la frase de Inés Martín Rodrigo sobre Nada es verdad, de Veronica Raimo: “la familia es siempre tragedia y comedia, pero hacía mucho tiempo que no leía un libro que las combinara en su justo equilibrio. Una delicia”. El libro, editado editado por Libros del Asteroide con traducción de Carlos Gumpert, es exactamente eso.


Ya desde el título, el libro es un juego de verdades y mentiras en el que la autora habla de su peculiar familia. Por cierto, el título original en italiano es insuperable, Niente di vero, que significa a la vez “nada de cierto” y “nada de Vero”, en alusión al nombre de la autora. Cuando un libro me gusta mucho, como es el caso, siempre pienso que me da exactamente igual que lo que cuente sea real o no. Con esta novela casi diría que incluso me decepcionaría que en este relato presentado como autobiográfico no hubiera mentiras disfrazadas de verdad, sea lo que sea lo que eso signifique. He leído en alguna entrevista con la autora que, en efecto, la obra se basa en su vida, pero que no todo lo cuenta es eso que llamamos verdad. Perfecto. Nada es verdad, todo está en orden.


Ya desde el título, el libro es un juego de verdades y mentiras en el que la autora habla de su peculiar familia. Por cierto, el título original en italiano es insuperable, Niente di vero, que significa a la vez “nada de cierto” y “nada de Vero”, en alusión al nombre de la autora. Cuando un libro me gusta mucho, como es el caso, siempre pienso que me da exactamente igual que lo que cuente sea real o no. Con esta novela casi diría que incluso me decepcionaría que en este relato presentado como autobiográfico no hubiera mentiras presentadas como verdad, sea lo que sea lo que eso signifique. He leído en alguna entrevista con la autora que, en efecto, la obra se basa en su vida, pero que no todo lo cuenta es eso que llamamos verdad. Perfecto. Nada es verdad, todo está en orden.

Un libro que empieza así: "mi hermano muere muchas veces al mes. Es mi madre quien me llama para avisarme de su fallecimiento”, lo tienen difícil para mantener el listón a medida que uno avanza en sus páginas. Nada es verdad lo logra con creces. Con bastante frialdad, pero también mucha ironía y ciertos toques de ternura, a su manera, la autora retrata a una madre un tanto obsesiva y aprensiva que, sí, cada vez que no localiza a su hijo al teléfono piensa que es porque se ha muerto. A su lado, un padre paranoico que ve riesgos y amenazas en todas partes y que, tras el accidente de Chernobil, sólo dejaba a sus hijos comer productos enlatados envasados antes del 26 de abril de 1986.

La autora, lejos de presentarse como víctima o de ajustar cuentas con su familia, se limita a contar con gracia cómo fue su infancia y cómo es su relación con los suyos. Así, por ejemplo, no hay lamentos en el hecho de que su madre siempre presumió, desde niños, de la genialidad de su hijo, mientras que de ella destacaba de niña, como mucho, que dibujaba bien, algo basado en el robo de un par de trabajos escolares sobre el que la autora dejó crecer la idea de que, en efecto, le encantaba dibujar y tenía estilo propio. 

La autora cuenta que descubrió desde niña cómo podía jugar con la mentira en su beneficio. Escribía un diario deliberadamente falso porque sabía que su madre lo leería. También llenaba de trolas las cartas que enviaba a una buena amiga de la que terminó distanciándose. La autora habla de sus familiares y amigos con mucha ironía, pero también de ella misma, como cuando escribe: "“en mi vida nunca veo el vaso medio lleno. Tampoco medio vacío. Siempre lo veo a punto de derramarse". O, en otro pasaje del libro, cuando confiesa que "“no hay ninguna razón real para que no me mude a Berlín, pero si lo hiciera dejaría de tener la sólida añoranza que me mantiene viva cada día”.

Cuenta Raimo que una amiga suya le preguntó justo cuando ella estaba embarcada en este proyecto por qué todas las novelas italianas tratan de lazos familiares. Es cierto que Italia es un país, por tradición, en el que la familia está en el centro de muchas tramas novelescas, igual que España, ¿pero dónde no lo es? ¿Dónde la familia no juega un papel tan importante en quiénes somos? También es fascinante comprobar que, cuando ya tenía casi terminado este libro, lo compartió con su hermano, que le contó que él también estaba escribiendo una obra sobre su familia, pero centrado en la empresa de su padre y en su compromiso político, temas que la autora prácticamente no aborda. Porque una misma historia, una misma época, un mismo personaje, puede contarse de mil maneras distintas.  “En mi familia cada uno tiene su manera de sabotear la memoria en beneficio propio. Siempre hemos manipulado la verdad como si fuera un ejercicio de estilo, la expresión más completa de nuestra identidad”, cuenta. 

Nada es verdad, en fin, es un libro maravilloso que dan ganas de regalar y del que uno desea hablar todo el rato. Quizá porque, como escribe la propia autora ya al final del libro, “si hay algo bueno -o malo- en hablar de literatura es que siempre resulta ser un pretexto para hablar de otra cosa”.

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