Dune. Parte 2

 

No las tenía todas conmigo cuando empecé a ver la primera parte de Dune, de Denis Villeneuve. No es mi género preferido y no tenía referencia alguna del libro en el que se basa, pero me encantó. Me pareció una obra entretenida, apabullante visualmente y con una historia fantástica que, a la vez, rima con la historia y con el mundo real, con este mundo nuestro de guerras, fanatismos y ambiciones. La segunda parte me ha gustado todavía más.  No recuerdo cuál fue la última saga que seguí en cines (quizá El señor de los anillos), me gusta más el cine íntimo y casi teatral centrado en los personajes y los diálogos más que en la acción y los efectos especiales. Es decir, de primeras, no está muy claro qué hace un cinéfilo como yo gozándolo con un blockbuster como éste, pero lo cierto es que me parece extraordinario. 


La segunda parte de la saga continúa donde quedó la historia en la primera. Es una película de más de dos horas y media que no se hace larga en absoluto, que mantiene un ritmo envidiable pero, a la vez, también se permite escenas más pausadas de diálogos y reflexión. Es hipnótico ese tono espiritual y onírico, las imágenes de las visiones del protagonista, la recreación de ese mundo inhóspito, las impactantes escenas de batalla… Todo está en su sitio, la película ofrece exactamente lo que se espera de ella, un gigantesco y portentoso espectáculo cinematográfico


Creo que durante mucho tiempo he tenido prejuicios contra el género fantástico y las películas como Dune porque no entendía que el principal aliciente de este tipo de historias no es la recreación de universos nuevos, sino el espejo que ofrece sobre el nuestro. Por más distintas que sean las condiciones climatológicas, las vestimentas o el lenguaje de las sociedades representadas en la pantalla, lo cierto es que estas películas hablan en realidad de nosotros. En Dune hay guerras, fanatismo religioso, disputas por materias primas esenciales, refugiados, líderes autoritarios ambiciosos… La vida misma. Nuestro mundo. Hay reflexiones sobre el poder, la guerra, las divisiones sociales. Todo ello interpela de forma especial al espectador de hoy en día, con atentados yihadistas, guerra en Ucrania, atrocidades en Gaza… 


Una vez más, la música, impecable, y la fotografía, apabullante, son los complementos perfectos a un guión que funciona como un reloj y también a unas interpretaciones notables. Timothée Chalamet está perfecto en el papel protagonista, igual que Zendaya y Rebecca Ferguson. Quizá la gran sorpresa es el papel de Carlos Bardem, que gana peso en esta segunda película. No sorprende porque no sepamos ya sobradamente del talento excelso de Bardem, sino porque el tono cómico de algunas de sus intervenciones. Es un personaje muy importante en la historia que simboliza bien ese fanatismo religioso y esa esperanza, o supuesta esperanza, que mueve a mucha gente cuando esperan a un profeta y se guían por creencias ciegas. 


Otra de las razones por las que películas como Dune siempre me echaban un poco para atrás es porque temía no entender los nombres de las casas, los mundos, los personajes, etc. Hasta que entendí, en buena medida gracias a Juego de Tronos, que en realidad no es tan importante no acordarte de éste o aquel nombre, que esto no es un examen, que nadie te va a pasar un test. Se trata de disfrutar de la historia, de ver el contexto, de que lo que se cuenta te atrape, y ya te irás enterando de quién es quién y cómo se llama éste o aquel. 


A Dune, pues, le debo unas cuantas horas de disfrute con su primera y con su segunda película, y le debo también haber conocido la fascinante historia del proyecto cinematográfico que proyectó hace décadas Jodorowsky sobre esta novela. Quería hacer una película grandiosa de 20 horas con Salvador Dalí y otros tantos artistas de la época. Es una historia apasionante que se cuenta en un documental que quiero ver antes hoy que mañana. A Jodorowsky le preguntaron por esta versión de Dune y de ella y el trabajo de Villeneuve dijo: “como trabaja dentro el sistema industrial solo puede hacer una versión de Dune al modo comercial, como todas las películas de ciencia ficción. Lo que yo quería era otra cosa. Deseaba una película para cambiar el mundo. No lo logramos, pero lo intentamos. El intento es sagrado: no me quedé sin hacer nada”. Me encanta esa grandilocuencia bordeando con la locura, que es muy propia en el fondo de una historia como Dune. No diría yo que esta versión de Villeneuve cambie el mundo, nada menos, pero nos ofrece una historia entretenida, extraordinariamente bien rodada y con no pocas reflexiones y guiños sobre nuestro propio mundo y nuestra sociedad, sobre la condición humana. No es poca cosa para una película hoy en día. 

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