Smiley, després de l’amor

 

Cuando hace una década entré en la sala off del Teatro Lara de Madrid a ver Smiley, una obra que había triunfado en Barcelona y tenía magníficas críticas, no podía imaginar que me gustaría tanto, ni que llegaría a ser tan importante para mí, ni mucho menos que diez años después disfrutaría en grande de Smiley, després de l’amor, la continuación de la obra de Guillem Clua,  una mañana de enero en La Villarroel de Barcelona y que, además, sería un revulsivo perfecto, una cura de risas y emoción tras una semana complicada. Barcelona y el teatro, siempre al rescate, siempre en el momento justo. 


Estoy seguro de que, como yo, muchos de los que asistimos esta mañana a la representación teatral vieron Smiley hace una década. Y seguro que también han pensando en con quién vieron aquella función entonces, cómo era su vida y cómo es ahora, qué semejanzas encuentran con la evolución de Álex y Bruno, que vuelven a ser interpretados por Ramón Pujol y Albert Triola, impecables, quienes se divierten hasta no poder contener casi la risa y se emocionan hasta no contener las lágrimas en el escenario. Porque de eso, del paso del tiempo y cómo nos influye, también va esta obra, que consigue algo dificilísimo, continuar una historia muy exitosa y muy querida por el público, aportando nuevas tramas y situaciones, nuevos recursos y giros de guión, manteniendo el tono tan propio y característico de su obra antecesora. 


De aquella Smiley original me encantó todo: su frescura, su ternura, la forma en la que se cuenta la historia de amor de Álex y Bruno, los guiños a las comedias románticas de toda la vida, las divertidas aclaraciones a los heterosexuales del público, la mezcolanza de momentos hilarantes con otros muy emotivos, los saltos temporales, la versatilidad de sus intérpretes dando vida a distintos personajes, la química entre ambos, la agilidad de los diálogos… Aquella función termina como suelen terminar las comedias románticas. Su secuela, que continúa la historia de los dos protagonistas años después, mantiene la esencia de Smiley, que también fue llevada a Netflix hace un año, y plantea también una reflexión sobre el amor romántico.  


Recuerdo perfectamente lo mucho que me reí y me emocioné también con la obra original hace una década. Exactamente la misma reacción que logra esta segunda parte. Hay muchos guiños a la primera, aunque también la puede disfrutar alguien que no la viera en su día en el teatro. ¿Qué fue de Álex y Bruno? ¿Siguen juntos? ¿Siguen sintiendo lo mismo el uno por el otro? ¿Qué pasa cuando la rutina entra en el día a día, qué sucede justo después del final de las películas de amor? Todas esas preguntas se responden con el ingenio, el humor y la sensibilidad que caracterizan a las obras de Guillem Clua, y con dos actores que parecen haber añorado tanto como el público a sus personales. Bruno, un arquitecto tirando a pedante y romanticón, que busca ser feliz, vivir una gran historia de amor como la de esas comedias musicales que tanto le gustan, y Álex, más superficial, que encadena ligues sin compromiso, pero que también quiere enamorarse por más que no lo reconozca, no podrían ser más diferentes en apariencia. Ya lo eran en la ficción original, lo siguen siendo aquí. Y sin embargo…


En Smiley, després de l’amor hay diálogos hilarantes sobre la vida diaria, el amor, las apps de citas, los estereotipos y los prejuicios, que tanto pesan a veces… También hay referencias a comedias románticas y a otras películas y obras culturales. Hay música, mucha música. Hay petardeo. Hay líneas de diálogos que transitan de una frase a otra de la carcajada pura a la lagrimita. Hay, en fin, mucho y muy buen teatro, una más que atractiva continuación de una historia preciosa y emotiva que, de paso, nos plantea una relectura de las historias románticas y una bella reflexión sobre cómo gestionar en nuestra vida la huella de personas y vivencias que nos marcaron. Todo ello con un ritmo ágil y bien humorado que hace que la hora y media de la obra pase volando. 


Esta mañana venía en el tren camino de Barcelona leyendo La casa junto al mar, uno de los maravillosos libros de diarios de May Sarton. Justo antes de llegar a Sants leí este pasaje de la crítica de una obra teatral: “nos lleva a creer que el teatro nos proporciona una belleza, una gracia y una riqueza humana únicas e incomparables. Ha sido todo lo que es casi imposible ser en el teatro”. Pienso horas después que eso mismo puede decirse de la obra de Clua que se representa hasta el 21 de enero en La Villarroel. Y pienso también que ojalá la historia de Smiley continúe con una tercera parte, como Richard Linklater continuó cada nueve años la historia de Antes del amanecer, una referencia cinéfila que seguro que es del gusto de Bruno. Y que estemos ahí para seguir disfrutando de esa historia a medida que pase el tiempo por sus personajes y, claro, también por el público. 

Comentarios

Albert Triola (Bruno) ha dicho que…
Pero por favor, gracias por este escrito tan bonito!
Me he emocionado al leerlo, gracias por tus piropos y por venir en AVE a vernos!
Un abrazo enorme!
Y sí, Bruno estaria encantado con tu cita cinéfila!
Ojalá tengas razón, y nuestro Linklater Clua nos escriba una tercera parte dentro de unos años!
Alberto Roa ha dicho que…
Ojalá. ¡Muchas gracias a ti! 😉