Saltburn

 

De Saltburn, la segunda película de Emerald Fennell, había leído que era excesiva y perturbadora. No son malos reclamos para una película. Lo es, desde luego. Y unos cuantos adjetivos más. No es una película perfecta ni una obra maestra, ni reinventa ningún género, pero es desde luego una película valiosa, muy extraña, entendido siempre esto como un elogio. Consigue algo que no siempre hace el cine: sorprender, mantener al espectador pegado a la pantalla, mantener la intriga y el interés hasta el final. También remover en alguna escena y resultar inquietante. 

Dos son los grandes protagonistas de la película, ambos extraordinariamente bien interpretados. De un lado, Oliver (soberbio Barry Keoghan), un joven estudiante becado de Oxford procedente de un pueblo pequeño y de una familia modesta, un tipo callado y con escasa facilidad para hacer amigos. Del otro, Felix (Jacob Elordi), un chico atractivo y de familia muy adinerada que atrae las miradas de todo el campus y derrocha carisma y encanto. Los dos son muy diferentes y en un primer momento Felix desconoce la simple existencia de Oliver, pero de forma casual entran en contacto y comienza entonces a desarrollarse una trama cada vez más oscura y enrevesada a medida que avanzan las dos horas de metraje que se hacen cortas

Por razones que no viene al caso contar, porque ésta es una de esas películas de las que conviene contar lo menos posible, el joven rico invita a su amigo humilde a pasar el verano en la mansión familiar. Allí se encontrará con el resto de la familia, en la que destaca su madre, a la que da vida una excelsa Rosamund Pike por cuya interpretación estaría ya justificado por sí solo ver esta película. Uno de los muchos puntos fuertes de Saltburn es que es muchas cosas a la vez. Perfectamente puede verse en ella una sátira de las clases altas, un poco en la línea de Parásitos. Hay una clara crítica a la frivolidad de los ricos que no recuerdan el nombre de sus criados o que ven casi como un entretenimiento a la gente de clase baja, pero también es la historia de una obsesión, una historia más bien sórdida y retorcida, con al menos un par de escenas de esas que hacen al espectador retorcerse en la silla y que no son fáciles de olvidar. 

Es también la historia de una ambición. Es una película de esas en las que las apariencias a veces engañan y en las que se juega todo el rato con los dobles sentidos, con la manipulación entre personajes y una cierta sensación de extrañeza que no hace más que acrecentarse a medida que avanza la trama, más y más oscura cada vez. 

La película, que es visualmente impactante y que como digo cuenta con interpretaciones extraordinarias, peca también de algunos defectos. Quizá el mayor de todos es que a veces hace trazos demasiado gruesos, como sucede en un final en el que se subraya y sobreexplica lo que ya ha quedado suficientemente claro. Es una lástima, pero no desmerece los muchos aciertos de un filme, en efecto, excesivo, inquietante, extraño y perturbador. Qué más se puede pedir de una buena película. El filme puede verse en Amazon y si no sonara a terrible tópico diríamos que es de esas películas que en ningún caso dejan indiferente. Es barroca desde sus créditos iniciales y, desde luego, hasta su memorable escena final. Una rareza bien interesante. 

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