Robot Dreams

 

Robot Dreams, de Pablo Berger, es una preciosidad de película. Vaya eso por delante. El dibujo de línea clara, la ternura de la historia contada, la música, la ausencia de diálogos de sus personajes que en ningún momento se echan en falta... Berger, acostumbrado a sorprender con sus películas, a esquivar caminos trillados, decide ahora llevar a la pantalla grande la historia de un cómic de Sara Varon en la que los dos protagonistas son un perro que vive solo en Nueva York y el robot que decide comprarse para sentirse acompañado. Tal cual.

La sala de los cines Renoir en la que la vi la película, con bastante buena entrada de público, debo decir, ofrecía una imagen precisa del amplio alcance de la película. Había, desde luego, muchos adultos, pero también no pocos niños, atraídos por la belleza visual de las imágenes. “Esa parte era más para mayores”, se le escuchó decir a uno de ellos en un momento del filme. Juntos, niños, adolescentes, mayores, todos, disfrutamos de la película, cada uno desde nuestra mirada, quedándonos con este o aquel detalle. Claro que la puedan disfrutar públicos de todas las edades. Es uno de sus muchos puntos fuertes.

Como digo, en la película no aparece ni un solo humano, todos sus personajes son animales, y sin embargo es una película profundamente humana. En realidad, es una historia sobre la soledad, la amistad, la pérdida… En definitiva, una película sobre lo que nos hace humanos, sobre la necesidad de sentirse acompañado, de formar parte de algo, de construir recuerdos bellos al lado de gente querida. Una película muy tierna repleta de animales que nos recuerda a los humanos que, casi antes que cualquier otra cosa, somos animales sociales.

La recreación del Nueva York de los años 80, con unas omnipresentes Torres Gemelas, es fabulosa. La película está llena además de guiños al cine, la música y la cultura popular de la época (esa tartera de Naranjito). Hay una canción, September, que en cierta forma sirve de hilo conductor de la película, que hilvana la relación entre los dos protagonistas. El filme recuerda esas pequeñas cosas que le dan sentido a la vida y entre ellas, desde luego, está el papel de la música para evocar lugares o personas queridas.

Es precioso cómo en Robot Dreams van de la mano esa limpieza del trazo, esa aparente sencillez del dibujo, con la también sencilla y también bella forma de abordar cuestiones importantes de la vida. Entre vivencias, sueños y recuerdos transcurre una película preciosa, sí, de las más bonitas que he visto este año que a punto estamos ya de despedir. Una maravillosa rareza donde no escuchamos hablar a los personajes y, además, no nos hace ninguna falta. Quizá es verdad que, como ha declarado el director en algunas entrevistas, en este mundo hablamos demasiado.

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