Vivir a tu luz

 

Leí Vivir a tu luz, de Abdellah Taïa, justo después de leer el impactante El que es digno de ser amado, un libro anterior del autor y del que aquella novela es en cierto forma una continuación. En ese libro anterior, el autor escribía una carta a su madre en la que le reprochaba que no hubiera respetado su homosexualidad, la falta de amor que sintió, mientras que en su última obra la protagonista absoluta es precisamente su madre, Malika. A través de tres momentos de su vida conocemos la historia de una mujer marroquí fuerte, con una vida muy dura, que no se presenta ni como una heroína ni como una villana, sino como una persona de carne y hueso, una superviviente hija de su época que afrontó su vida y cuidó de sus nueve hijos como mejor pudo, una mujer brava, decidida, fuerte, a veces cruel, impositiva, tiránica.


Vivir a tu luz, que he leído en francés en edición de Seuil y que en España edita Cabaret Voltaire, es una novela impactante y conmovedora, con toda la potencia y el lirismo que caracterizan al autor. Quizá es el mejor libro de los que he leído de él. A través de retazos de la vida de Malika, de tres instantes precisos desde 1954 a 1999., el autor hace un retrato de esta mujer compleja y, con ella, de la sociedad marroquí en su conjunto. Fascina el modo en el que fluye el relato a lo largo de estas páginas que hablan de la Historia con mayúsculas, pero sobre todo de las pequeñas historias humanas con minúsculas; del colonialismo y el postcolonialismo, pero sobre todo de cómo influye la política en la vida de la gente corriente. 

Lo más impactante de las obras de Taïa es la forma en la que combina el lirismo con la crudeza, la ternura con la rabia. En el primer capítulo se cuenta cómo el marido de Malika parte a la guerra de Indochina, a “combatir contra gente que ni siquiera conocía, a matar a gente que no le habían hecho nada”. No volvió de allí y Malika fue abandonaba por su familia, viuda a los 20 años, sin hijos. Nadie. Un desecho social. Ni siquiera hubo una tumba para honrar a su marido. Es impresionante cómo se cuenta la influencia atroz de esa guerra francesa en la vida de de la joven marroquí, esa vida rota que simboliza muy bien un pasaje en el que ella y su marido están felices y despreocupados en la cascada de Ouzoud. Todo es mágico hasta que llegó un helicóptero de soldados franceses. No les hicieron nada, pero la belleza única se esfumó de golpe.

En el segundo capítulo, Malika ha rehecho su vida con su segundo marido, que trabaja en la biblioteca general de Rabat, y del que le dice a su hija: "tu padre es un hombre como los demás. Sólo un hombre. No sabe nada. No hace nada". Malika se enfrenta entonces a Monique, una mujer nacida en Marruecos pero que vivió la mayor parte de su vida en Francia. La mira con desprecio porque quiere que se le caiga la máscara de francesa moderna y conmovida por la sencillez de la vida de los marroquíes. El colonialismo acabó hace diez años, pero todo sigue igual a ojos de Malika. "Marruecos no obtuvo su independiente en 1956. Nos mienten. Francia sigue aquí". Malika quiere tener como criada a su hija Khadija, de quince años, robársela. Ella tiene pensado para su hija buscarle un marido rico. Son páginas conmovedoras, en las que además lo mágico tiene también presencia. 

En el tercer y último capítulo, quizá el mejor del libro, titulado Salé,  Malika habla sobre todo de su hijo Ahmed, el autor. A partir de un episodio peculiar pero real, la entrada de un ladrón joven a su casa, Jaâfar, al da permiso para robar lo que quiera, el autor pone en boca de Malika reflexiones sobre la relación con sus nueve hijos. El joven ladrón está recién salido de la cárcel de Zaki, justo en su barrio, al lado de casa. Una prisión levantada donde jugaban al fútbol en la calle, "una prisión para nuestros hijos”, dice. Malika reconoce en ese joven gestos y maneras de su hijo. Confiesa que sabía lo que le hacían a su hijo por ser diferente, lo mucho que sufría, y que no hizo nada por defenderlo. Ahora ese hijo se ha adaptado muy rápido a Francia y no llama nunca a su madre ni coge sus llamadas. Ese capítulo es de una intensidad, una ternura y una belleza arrebatadoras. Con ellas culmina una novela llena de verdad. Un libro soberbio. 

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