El chico y la garza

 

El mero hecho de que Hayao Miyazaki estrene una película a sus 82 años es un acontecimiento cinematográfico de primer orden. Que además esa película, El chico y la garza, esté sin duda en la parte alta de la filmografía del genial cineasta japonés es una noticia prodigiosa. El filme se estrenó en Japón sin apenas promoción y Miyazaki, haciendo un exceso, grabó un escueto vídeo para la última edición del Festival de Cine de San Sebastián, que inauguró la que podría ser su última película.

Ojalá El chico y la garza no sea la despedida de Miyazaki y podamos disfrutar de más creaciones de este genio, uno de los más destacados y originales cineastas de las últimas décadas. En caso de que lo fuera, sin duda, sería un broche portentoso a una carrera legendaria. Poder despedirse con este nivel de excelencia es algo fuera de la normal, precisamente más propio de uno de los mundos de fantasía de sus películas que de la vida real.  

Fue Pessoa quien dijo que la literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta. Sin duda Miyazaki suscribe esa reflexión y así lo demuestra en cada de sus películas, que comienzan todas con un tono realista y con exquisito gusto por el detalle (es increíble cómo recrea cada pequeño objeto, cada paisaje, la comida, la ropa, todo), y que siempre terminan conduciendo a mundos de fantasía, a experiencias más allá de la propia vida. En esta última película, que es en cierta forma un compendio de lo mejor de su obra, esa reivindicación de que la vida no basta está más que presente. Hay un personaje, que en cierta forma parece alter ego del autor, del que dicen que perdió la cordura por leer demasiados libros, cual Quijote, y que se dedica a crear sus mundos propios. Alguien, además, que está en busca de sucesor, lo que refuerza el componente autobiográfico del filme.

El chico y la garza es muchas cosas y tiene, como todas las películas de Miyazaki, muchas lecturas, pero es por encima de todo y antes que nada una película preciosa, de extraordinaria belleza. No es exagerado decir que el cine del autor japonés te transporta a otros universos, te atrapa de un modo especial. Cada plano es de una belleza inusual, con su estilo tan detallista, con esa línea de dibujo artesanal, de otro tiempo, casi diríamos que anacrónica, maravillosamente anacrónica.

La película, inspirada en una novela, cuenta la vida de Mahito, un niño que perdió a su madre en un bombardeo en Tokio durante la II Guerra Mundial, y que un año después de esa pérdida se traslada a vivir a un pueblo en el que entrará en contacto con una garza real que habla con él. El filme tiene los sellos del cine de Miyazaki: protagonista infantil, un enfoque pacifista, mundos oníricos, alusiones a la memoria, criaturas no humanas misteriosas, personajes aparentemente malos que luego no son lo que parecen ser, un comienzo realista que da pie a la entrada en nuevos universos. Todo ello con la desbordante imaginación de la que el autor ha dado cuenta en filmes inolvidables como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o La princesa Mononoke.

El chico y la garza podría ser, en fin, la despedida perfecta de un cineasta único, creador de nuevos mundos que, en contra del consejo que recoge Mahito, no conviene olvidar en ningún caso, porque nos recuerdan que el arte y la imaginación son más grandes que la propia vida. Un clásico instantáneo, una colosal obra maestra.

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