Alata (Amor sin barreras)

 

Cuando hablamos del conflicto palestino-israelí solemos hablar de historia y política, de este o aquel hito, del ejército de allá, de los dirigentes de un lado y otro, de bombardeos y ataques, de esfuerzos diplomáticos y reuniones en Naciones Unidas… Hablamos mucho más de todo eso que de lo realmente terrible que hay detrás, las millones de historias personales. Cada uno con su dolor, con sus circunstancias, con sus suelos rotos y sus anhelos, con sus dramas y su desgarro. Vemos las cifras de los asesinados, pero rara vez escuchamos los nombres propios y las historias detrás de esas personas, ni tampoco los de todos aquellos inocentes que ven brutalmente condicionado su día a día por este conflicto que tanto odio, tanta sinrazón y tanto dolor ha provocado.


Lo cierto es que detrás de declaraciones altisonantes de dirigentes o de nombres de gobernantes o de todo eso que llena las noticias, lo que hay son personas con sus amores, sus ilusiones y sus proyectos vitales, con sus problemas y sus sueños. El cine hace bien en acercarse a esas historias personales, esas de las que no hablan los periódicos, las de quienes, a un lado y otro de la frontera, sufren en su vida las implicaciones del conflicto. Es lo que hace Alata (Amor sin barreras), una película israelí estrenada en 2012 y dirigida por Michael Mayer que puede verse en Filmin y a la que me he acercado buscando películas sobre Palestina e Israel, porque es difícil pensar en otra cosa ante las noticias que llegan de la franja de Gaza. 

Es una película impactante y muy emotiva que hace exactamente lo que necesitamos a la hora de abordar un conflicto como este: contar historias personales, centrar el foco en la gente corriente y olvidarse por un momento de sesudas discusiones territoriales, políticas o identitarias. O, más bien, no olvidarse de ellas, pero sí reflejar con toda su crudeza el impacto que todo ello tiene en la vida de las personas que viven en Israel y en Palestina.

La película cuenta la historia de Nmir (Nicholas Jacob), un estudiante de psicología palestino que estudia un par de días a la semana en Tel Aviv, y Roy (Michael Aloni), un abogado israelí. Los dos se conocen una noche en un bar, se atraen y empiezan a salir. Lo normal. Sólo que nada es normal con el conflicto de por medio. Tampoco lo es para Nmir al tratarse de una relación homosexual que en su familia desaprobarían por completo y que podría costarle incluso ser expulsado de su casa y repudiado.

Hay un diálogo maravilloso en el que Roy le dice a su novio que a veces odia de su trabajo de abogado, en el que defiende a personas de todo tipo y no siempre gente de fiar, las contradicciones que le provoca. El joven palestino le responde que no cree que sea un tema del trabajo, sino que eso, afrontar contradicciones, es parte de la vida. Como lo es la complejidad. Esta película muestra un buen puñado de contradicciones, una no escasa cantidad de situaciones complejas. Porque compleja y contradictoria es la identidad de Nmir, que es palestino y homosexual, porque la identidad siempre es poliédrica. En su casa se le mira mal por estudiar el Tel Aviv, en Israel no deja de ser un palestino, es decir, alguien de quien recelar, pero a la vez siente que allí la homosexualidad no es un problema. O no a simple vista, al menos, porque nada es tan sencillo y la seguridad del país no tiene problemas en utilizar la forzada salida del armario como amenaza a confidentes palestinos.

La película, por supuesto, se centra en ese lugar y en sus múltiples peculiaridades, y lo hace con acierto y buen pulso narrativo, pero también es universal en muchos de sus planteamientos y temas abordados. Lo es a la hora de mostrar la indefensión que sufren las personas inmigrantes, una angustia muy bien reflejada en el filme, y también cuando habla de cómo el lugar en el que nacemos, la cultura, la religión y la tradición en las que somos educados, nos condicionan y marcan. “No puedes olvidar donde vives”, le dicen a los dos protagonistas de la película en distintos momentos y, claro, con intenciones completamente distintas. Y, entre medias de tanto horror, de tanto dolor y odio, de tanta violencia, el amor, porque la película, que adopta por momentos formas de thriller, no deja de ser en ningún momento una bella, compleja y delicada historia de amor, redondeada con un final de esos que quitan el aliento y roban algunas lágrimas.

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