Golpe de suerte


En una escena de Golpe de suerte, la última película de Woody Allen, asistimos a una ceremonia en la que una pareja renueva sus votos matrimoniales. Imposible no pensar en ese momento que lo que hacemos cada año al acudir al cine a ver la nueva película del genial cineasta neoyorquino es exactamente eso, renovar nuestros votos con el cine del autor de tantas películas inolvidables a lo largo de las últimas décadas. Al igual que sucede con algunos matrimonios desgastados que intentan convencerse de lo contrario, a veces estos últimos años eso de acudir al cine a renovar los votos con las películas de Woody Allen era casi un acto de fe, un empeño quizá estéril en creer que la chispa sigue intacta. Pero daba igual, la fidelidad era y será incondicional. Woody Allen nos lo ha hecho pasar demasiado bien demasiadas veces. Basta ver los créditos con su tipografía clásica y el jazz de fondo para sentirnos en casa. 


Woody Allen tiene 87 años y sabemos desde hace tiempo que, lógicamente, cualquiera de sus películas puede ser la última. En este   caso hay dos razones para temer que, en efecto, podría serlo de verdad: que se trata de su película número 50 y que él mismo dice que puede ser su último trabajo en un vídeo que se emite antes del comienzo de la película en el cine. También lo ha contado en entrevistas. Muchos lamentaríamos enormemente que fuera la última película de Allen, pero si es el caso, no sería desde luego una mala despedida a la filmografía admirable del cineasta neoyorquino que dice que siempre quiso ser un director europeo. No es la mejor de sus películas, pero no deja de ser en ningún momento un muy reconocible y valioso filme de ese autor genial que incluso con el piloto automático puesto convence y cautiva. 


Pueden encontrarse en Golpe de suerte cierros paralelismos con algunas películas previas de Woody Allen. Delitos y faldas, por supuesto, por la presencia de la infidelidad. Match Point, por las constantes referencias a la suerte y al papel del azar en nuestras vidas, por más que no nos guste admitirlo. Incluso Misterioso asesinato en Manhattan por cierto tono de investigación amateur en el tramo final de la película. Es, desde luego, un filme de Woody Allen. No hay duda de ello desde los primeros planos, desde los propios créditos de apertura. Y es fantástico que así sea. Es exactamente lo que buscamos. Uno no va al restaurante de siempre a que lo sorprendan, sino a encontrarse justo con su plato preferido, con la receta que recuerda y añora, sin innovaciones


Cliché es una palabra de origen francés con la que se nombra la plancha utilizada para reproducir múltiples copias de los textos o imágenes grabados en ella, también la “tira de película fotográfica revelada, con imágenes negativa”. Hoy en día se utiliza sobre todo la tercera acepción, que se refiere al “lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formulada”. Pues bien, Golpe de suerte, la película más francesa de Woody Allen, está llena de clichés de París (sus bistrós, sus jardines, sus paseos frente al Sena, sus floristerías bellas, sus buhardillas bohemias, su lluvia…) y también de clichés del cine del propio cineasta neoyorquino (miserias de la alta sociedad, dilemas vitales, mezcla de comedia con drama, infidelidades, crímenes…). Sí, hay clichés para regalar. Y nos parece perfecto, nos vale, queremos más. A otros directores les afearíamos recorrer caminos ya trazados y no sorprender. A estas alturas de la vida, con todo lo que Woody Allen nos ha regalado, no importa lo más mínimo que vuelva una y otra vez sobre los mismos temas. Es más, lo agradecemos. Bien está que así sea. 


Importan poco las tramas, dónde esté ambientada la película o quiénes sean sus intérpretes cuando se trata de disfrutar de una nueva película de Allen. En Golpe de suerte la trama es atractiva y va in crescendo en interés a medida que avanza la película; la cinta está ambientada en París y rodada en francés (para qué queremos más) y sus intérpretes defienden con mucho talento sus papeles. Lou de Laâge está fantástica en el papel de la protagonista, casada con un tipo bastante mezquino e insoportable que se dedica a hacer más rico a los ricos (Melvin Poupaud) y que un día se cruza de forma casual por París con un antiguo compañero de instituto (Niels Schneider) que es exactamente lo contrario que su marido: un escritor bohemio que siempre estuvo enamorado de ella. Ese encuentro fue casual, puro azar, como muchas de las cosas que ocurren en la película, que reflexiona precisamente sobre la suerte. Completa el elenco Valerie Lemercier, madre de la protagonista que adora a su yerno y que es tal vez el mejor personaje del filme. 


Los diálogos sobre lo absurdo de la vida, los dilemas sobre la vida que uno lleva y la que podría haber llevado de tomar otra decisión, las escenas de conversaciones grupales sobre cotilleos y maldades, las referencias al arte y la literatura… En fin, todo en Golpe de suerte es nítidamente Woody Allen, más o menos en forma, más o menos redondo, pero puro Woody Allen. 


Por cierto, el cineasta vuelve a mostrar a París bellísima, y en los diálogos hay constantes referencias a muchas otras ciudades donde el autor ha rodado como Londres, Roma o Barcelona, pero Woody Allen vuelve una y otra vez a Nueva York. Golpe de suerte es una película neoyorquina, en el fondo. Me recordó a lo que dijo Vila Matas sobre su relación con París: “un escritor siempre escribe desde un lugar, que no es un fragmento del espacio exterior, sino uno que se encuentra más bien dentro de él mismo: un lugar que se ha vuelto paradigma de su mundo y que impregna lo escrito. Todo indica que ese lugar para mí es París”. Desde luego, para Woody Allen ese lugar es Nueva York. Sea allí o en cualquier otra ciudad donde alguien ponga el dinero y deje al genial cineasta rodar su nueva historia, ojalá tengamos más películas suyas. Necesitamos seguir con ese ritual, renovar los votos en las salas de cine con el director que más felices nos ha hecho a lo largo de tantos y tantos años. 

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