Aladdín

 

Hay al menos cuatro o cinco escenas de Aladdín, la película de 1992 de Disney basada en el cuento de Aladino de Las mil y una noches, que cualquiera que la haya visto recuerda por su espectacularidad, aunque hayan pasado treinta años. Todos esos momentos inolvidables de la película deslumbran ahora en la versión teatral de Aladdín que puede disfrutarse en el Teatro Coliseum de Madrid. Están asombrosamente bien resueltas y sin duda son lo más destacado de un musical sobresaliente en todos los aspectos, cuyo impacto en el espectador es quizá sólo equiparable al que logra El Rey León, de la misma factoría y también producido en España por Stage Entertainment, que lleva más de una década llenando el teatro a diario en la otra acera de la Gran Vía madrileña.

Uno acude a ver el musical de Aladdín conociendo bien la historia y recordando aquella película preciosa y sus canciones, lo cual sin duda predispone muy favorablemente al espectador. De hecho, nada más empezar a sonar los acordes de algunas de esas canciones, el público empieza a aplaudir y a acompañar los temas con sus palmas. Pero, precisamente por eso, por la imagen tan clara y concreta que cada espectador tiene de Aladdín, no era un reto menor trasladar esa historia al teatro. En una película de animación el único límite es la imaginación de los autores (y su talento, claro), pero en un musical hay que recrear esas escenas fantásticas y fantasiosas en un escenario, con personas de carne y hueso delante de los espectadores, y aquello se complica. Es prodigioso cómo se lleva al teatro la magia y la fascinación de las más icónicas escenas de la película

La escenografía del musical es apabullante. Desde el comienzo, ese inicio icónico en el que se nos presenta el bazar y las alocadas calles de Ágrabah, hasta el desenlace, uno pierde la cuenta de los efectos especiales y los cambios de decorado y de vestuario a lo largo de las más de dos horas de función. Por supuesto, dos de esas escenas destacan por encima del resto: el momento en le que Aladdín entra en la cueva en la que tendrá que buscar la lámpara y su primer encuentro con el genio, por un lado, y el momento de Un mundo ideal, la canción que ganó un Oscar, por la que más recordada es la película, en la que la alfombra mágica vuela por encima del escenario y el espectador no sabe si aplaudir, quedarse boquiabierto o todo a la vez. 

La obra, que en distintos países del mundo ha atraído ya a 14 millones de espectadores, se mantiene completamente fiel a la película, pero incluye también algunos cambios. En especial, la inclusión de tres amigos de Aladdín, ladronzuelos que se ganan la vida como pueden y que aportan momentos cómicos. El genio, al que da vida David Comrie, quien protagonizó durante seis años el papel de Mufasa en el musical de El Rey León, es posiblemente el personaje que más risas despierta y el que más aplausos se lleva al final. En la función a la que asistimos daba vida a José Guélez, fantástico, mientras que Jana Gómez interpreta a la princesa Jasmine. 

Para muchos, las películas de Disney como Aladdín forman parte de nuestra infancia. Por eso es especialmente bonito ver ahora en un teatro esa historia que nos cautivó de niños, ese cuento de un pobre infeliz que resulta ser alguien especial, un diamante en bruto, el único capaz de pedir tres deseos a un genio de la lámpara. La historia de Jasmine, la princesa que quiere poder elegir con quien se casa, si es que quiere casarse. El humor del genio, que en el fondo desea que alguien lo libere al fin y pueda vivir más allá de la lámpara, porque tiene poderes cósmicos, pero un espacio chiquitín para vivir. El colorido y exotismo de las calles de Ágrabah. La alfombra mágica. ¿Cómo no va a fascinar una historia así? ¿Cómo no nos va a devolver a la infancia? 

La obra, en especial en la sesión de las seis de la tarde de los fines de semana, tiene entre el público a muchos niños y niñas que quedan prendados de cada coreografía, de cada escena. Igual que los adultos, vaya. Porque el teatro puede servir y sirve para muchas cosas, desde luego para hacernos pensar, para hacernos reír o llorar, para reflexionar y sentir, pero a veces el teatro sirve para hacernos disfrutar sin más y, desde luego, el musical de Aladdín lo consigue como pocos. Más de dos horas de magia y fantasía. No está nada mal para los tiempos que corren. Muy recomendable para mayores y niños. 

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