El machismo atrincherado




En algo tienen razón los pocos pero ruidosos señores (son sobre todo señores) que han defendido estos días a Luis Rubiales: hace unos años, un acto así, el beso sin consentimiento a Jennifer Hermoso tras ganar el Mundial, no habría despertado semejante aluvión de críticas. Es cierto. Tienen razón. Y es fantástico que así sea. Significa que el tan denostado feminismo ha ayudado a cambiar a mejor, a mucho mejor la sociedad. No, no es normal ni lo ha sido nunca hacer algo así, pero durante demasiado tiempo se ha mirado hacia otro lado, se ha hecho como si nada. Hasta aquí. 


El patriarcado, acostumbrado a la impunidad, sigue imperando por desgracia, pero cada vez lo tiene más difícil. Es, insisto, una noticia extraordinaria la forma en la que el feminismo está transformando la realidad contra tantas resistencias. Hace años las voces desubicadas que han salido en defensa de este comportamiento obsceno y machista habrían sido mucho más numerosas. Se habría ridiculizado a las críticas presentándolas como cosa de cuatro histéricas. Hoy mucho de eso queda, claro, como demuestra la forma en la que Rubiales se aferra a su cargo y a su sueldo ante sus palmeros, pero gracias al feminismo la sociedad ha cambiado mucho y a mejor


Luis Rubiales no ha dimitido como presidente de la Federación Española de Fútbol, en contra de lo que anticipaban todos los medios. Su situación es aún más insostenible y abochorna todavía más. Con su inclasificable discurso de hoy demuestra que sigue sin entender nada y que quiere convertirse en el superhéroe  de los que ven en el feminismo, es decir, en la igualdad entre hombres y mujeres, una amenaza. Este señor (y con él todos sus palmeros, incluidos los seleccionadores nacionales de fútbol) no puede seguir ni un minuto más en su puesto. Fue indigno celebrar el triunfo de las mujeres de la selección llevándose la mano a sus genitales. Fue repugnante besar sin consentimiento a una jugadora. Fue impresentable presionarla para grabar un vídeo en el que restara importancia a lo ocurrido. Fueron alucinantes sus no-disculpas, en las que lo único que quedaba claro es que no se había enterado de nada, que seguía sin comprender por qué era tan malo eso de besar a una mujer en la boca agarrando su cabeza sin su consentimiento.  Y ha sido espantosa su declaración de hoy. 


La reacción social ante la actitud de Rubiales es un éxito del feminismo y la demostración de que eso que algunos llaman dictadura moderna o caza de brujas (ay, las brujas) es una patraña. El feminismo nos hace mejores a todas las personas. A todas las que queremos comprenderlo, claro. A las que aceptamos pararnos a pensar si eso que considerábamos normal lo era de verdad. A las que estamos dispuestas a reflexionar sobre los tics machistas que todos tenemos. Es apasionante deconstruirse y aprender del feminismo, el movimiento social más transformador y poderoso de las últimas décadas. Lamentablemente, hay muchas personas, hombres, especialmente hombres, que prefieren atrincherarse en sus prejuicios y no reflexionar ni medio minuto sobre el machismo. Con sus impresentables declaraciones de hoy, Rubiales se postula como su portavoz más crudo, más chusco. Pareciera que se estuviera postulando como líder de un partido político retrógrado. 


Hay gente que ha decidido que todo lo que suene a feminismo es woke, que es el término que los retrógrados usan para ridiculizar a las personas que defienden los derechos de las mujeres, de las personas inmigrantes y de las personas LGTBI. Hay gente que ha decidido situarse en el lugar equivocado de la historia. Es decir, a un lado está la humildad de quien está dispuesto a entender qué actitudes interiorizadas son machistas y deben ser cambiadas; al otro, la cerrazón de quien se cree en posesión de la verdad porque es muy machote y muy hombre y no van a venir cuatro feministas a decirle lo que tiene que hacer. Como dice hoy muy acertadamente Máriam Martínez-Bascuñán en El País, “la brújula ética ha cambiado”. Así es. Y es una noticia extraordinaria. Lástima que haya quien no lo entienda y se atrinchere dando vergüenza ajena


Hace años habría sido inimaginable una reacción tan masiva contra este obsceno y machista comportamiento. Pero eso no significa que todo esté hecho en el camino de la igualdad. Ni mucho menos. El propio hecho de que alguien así haya llegado a un puesto como el que sigue ocupando es revelador de lo podrido de patriarcado que sigue el sistema. Su atrincheramiento en el cargo es la mejor demostración de ello. El atronador silencio de buena parte del fútbol masculino también nos da una pista de todo lo que queda por avanzar. No está todo hecho, en absoluto. No digamos ya los aplausos de los palmeros que han acudido hoy a la asamblea de la Federación, un organismo que utiliza el nombre de España y lo representa en todo el mundo, que no puede verse arrastrado por el suelo por semejante personaje que hoy ha repartido carnets de feministas, de lingüistas y de periodistas, porque él lo sabe todo y, claro, se ve en la obligación de explicarlo a todos los infelices que no lo entendemos. A ver si va a resultar que este discurso conspiranoico que critica al “falso feminismo” representa de verdad al fútbol español. 


Decía hoy Rubiales que sólo algunos medios de comunicación y periodistas deportivos se han portado bien en este caso. Intuyo que son los que lo han hecho rematadamente mal, los que forman parte de ese grupo de la sociedad desubicado, que de un tiempo a esta parte cree que las histéricas feministas imponen una horrible dictadura. Es esa gente que dice que ya no se puede decir nada, que hace décadas había más libertad, que esto es insufrible. Esa gente que cree que un beso sin consentimiento es un pico amigable. Esa gente que en lugar de criticar la repugnante actuación de Rubiales se dedicó a presionar y señalar a Jennifer Hermoso. No han entendido nada ni quieren entenderlo. 


Prefieren pensar de verdad que todo el mundo alrededor se ha vuelto loco, que el feminismo se ha desmadrado, que nadie dice lo que piensa por miedo a ser cancelados (ay, la cancelación) por las malvadas feministas. Creen que son adalides de la libertad de expresión, poco menos que héroes de la era moderna, cuando son en realidad pobres infelices incapaces de revisar sus prejuicios y tics machistas, que han decidido ponerse enfrente del inspirador movimiento feminista, negarle el pan y la sal, criticar todo lo que suene a feminismo, es decir, a defensa de la igualdad real entre hombres y mejores, a búsqueda de una sociedad mejor. No, no es un drama que los chistes machistas rancios de toda la vida no hagan ninguna gracia ahora. No, campeón, no eres un héroe que nada a contracorriente en una supuesta dictadura perversa, sólo estás haciendo el ridículo, cabreado con el paso del tiempo, incapaz de entender el mundo en el que vives. 


Cuando se debatió la aprobación de la ley del sólo sí es sí, que no va sólo de las penas (donde se cometió un imperdonable error que provocó reducciones de penas y excarcelaciones), fue por una parte sorprendente y por otra muy ilustrativo y revelador asistir a los argumentos de cierta gente que ridiculizaba todo lo relacionado con el consentimiento. Se preguntaban, entre risotadas de machotes, si es que acaso ahora cada vez que tuvieran sexo con una mujer tenían que firmar un contrato. Jo, jo, jo. Decían que vaya estupidez era eso de que en una relación sexual las dos partes implicadas quieran de verdad hacerlo. Sí, hombre, ¿y qué más? Fue impresionante escuchar y leer a tanta gente defender semejantes majaderías. ¿Cómo se relacionaban hasta todos estos hombres con las mujeres? Con el caso de Rubiales se entiende perfectamente la importancia del consentimiento: no, obviamente no se puede dar un beso sin consentimiento a una mujer. El consentimiento es fundamental, por más que los señores desubicados quieran ridiculizarlo. 


El domingo, las jugadoras de la selección española lograron un histórico triunfo deportivo, que iba más allá de lo deportivo por lo que representa en materia de igualdad. La suya es también una victoria social. Fue lamentable que un señor fuera incapaz de comportarse conforme a su cargo y que él y los que lo han defendido hayan ofrecido semejante masterclass de patriarcado y machismo, pero la reacción mayoritaria de la sociedad es un innegable avance. Otra victoria más de las campeonas, otra victoria del feminismo. Ahora Rubiales se atrinchera en su obscenamente bien pagado puesto, como se atrinchera el machismo más retrógrado ante una sociedad que avanza, pero uno y otro fracasarán, sencillamente porque están en el lugar equivocado de la historia. Son minoría. Ruidosa y poderosa, pero minoría. 

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