“Pequeña flor” en el Instituto Francés de Madrid


He pasado muchos buenos ratos en el Instituto Francés de Madrid, tanto dando clases allí durante años para mejorar el idioma como disfrutando de su siempre sugerente oferta cultural, pero nunca antes había ido a su cine de verano. Anoche al fin lo hice y fue fantástico. Pudimos cenar en la terraza de la cafetería del Instituto, que es un pequeño oasis, un jardín precioso y tranquilo, y luego comenzó la proyección de la película, por supuesto, en versión original subtitulada. Fue una noche genial. Ahora el Instituto, y con él también su cafetería y su cine de verano, cierra un mes por vacaciones pero estará de vuelta a finales de agosto. Es un plan perfecto para disfrutar de una noche de verano especial en Madrid. 

De la película, Pequeña flor, de Santiago Mitre, lo primero que se puede decir es que una auténtica fiesta cinematográfica, un divertimento extrañísimo que puede intentar definirse como comedia negra, pero en el que la referencia al realismo mágico es también inevitable. Un filme libérrimo y muy raro, en el mejor sentido de la palabra (raro, aplicado al cine, a la cultura en general, suele ser un buen elogio). Parece a ratos, sí, un relato de Borges o Cortázar, tiene cierto aire a película realista e intimista, pero al lado de lo más cotidiano aparece de pronto algo surrealista, increíble, que por supuesto es contado con toda la naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo. 

Llama la atención, por supuesto, que el director de la película sea Santiago Mitre, quien viene de rodar la exitosa y muy canónica, muy clásica en su forma, Argentina, 1985, un filme sobre una historia real que arrasó en su país y fuera de él. El general, antes de esta película, conocíamos a Mitre por historias relacionadas con el mundo de la política, siempre con su toque de ironía y de ligereza incluso al abordar cuestiones serias y profundas, sí, pero con un tono bien distinto al que vemos en esta Pequeña flor, que además está rodada en parte en francés, al transcurrir la historia en aquel país. Se diría que este filme es una declaración de intenciones, una decidida forma de decirle al mundo que él también quiere y puede rodar con el mismo buen pulso y la misma genialidad otra clase de historias, empezando por esta comedia tan hilarante. 

El protagonista del filme es José (Daniel Hendler), un dibujante en horas bajas que tuvo cierta fama hace años gracias a un personaje creado por él, pero que ahora no está en su mejor momento. Pronto se encontrará en paro y quedándose al cuidado de su hijo recién nacido mientras su mujer (Vimala Pons) vuelve a trabajar a un periódico que detesta con compañeros que odia igualmente. José, argentino mudado a una ciudad pequeña de Francia hace un tiempo, no quiere aprender más francés, lo que le genera cierras discusiones con su pareja. No está cómodo ni en el país ni con su vida. De pronto, un día conoce a un vecino excéntrico (Melvi Poupaud) que es un tipo sin escrúpulos en el trabajo cuya obsesión y casi diríamos que único rastro de humanidad es su pasión por el jazz. De pronto un día le ocurre algo surrealista relacionado con la muerte con su vecino que condicionará su vida y pasará a formar parte de su rutina. No digo qué es exactamente eso que le pasa porque, aunque aparece en la sinopsis y creo que en el tráiler del filme, cuanto menos se sepa antes de ver la película, mejor. 

Hay un momento en el que parece que ese recurso, eso tan extraño que le ocurre al personaje y que se cuenta con absoluta naturalidad, como si fuera lo más corriente del mundo, se puede quedar como sólo eso, una idea original no bien ejecutada. Corre ese riesgo la película, el de naufragar tras un inicio prometedor, el de no saber salir de su original planteamiento, pero lo esquiva con mucho acierto y con más giros y más extraños personajes y situaciones. Todo es un puro delirio sobre la rutina, las relaciones de pareja, el trabajo, la imaginación, la convivencia y la creación. 

Las interpretaciones, impecables, y un guion que, ya digo, funciona como un reloj de inicio a fin, se unen a la música, porque el jazz lo impregna todo en Pequeña flor, cuyo título responde precisamente a una pieza de jazz, hacen de esta película un divertimento fantástico, a caballo entre el realismo mágico y Relatos Salvajes. Un auténtico festín.  


Comentarios