Museo de Bellas Artes de Bilbao

Sorprende mucho y por muchas razones el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Desde luego, en los tiempos que corren, sorprende que un museo así sea completamente gratuito. Sorprende su amplitud de miras, con obras de distintos géneros, formatos y épocas historias. Y sorprende mucho la disposición de sus salas, en las que conviven dos artistas a los que suelen separar siglos y un abismo estilístico y formal.


Es de esos museos que desafían al visitante, que no optan por la comodidad ni por el orden cronológico, sino que apuesta decididamente por la mezcla y abraza el contraste. Es también un museo en el que se aprende, porque al lado de artistas más que consolidados aparecen otros menos conocidos. En una ciudad conocida internacionalmente por el Guggenheim, cuya sombra naturalmente es alargada, el Museo de Bellas Artes encuentra su hueco, que sin muchos huecos en realidad, muchos estilos distintos. Frente al enfoque del arte moderno en el monumental museo con diseño de Frank Gehry que revolucionó la ciudad hace 25 años, el Museo de Bellas Artes cuenta con una ambición más extensa en el tiempo y más diversa, en perfecta convivencia con ese otro centro de arte que es la gran imagen internacional de Bilbao.

Hay en el Museo de Bellas Artes obras de autores clásicos reconocidos como Van Dyck, Zurbarán, Goya o Gauguin, pero todos ellos al lado de otros artistas de épocas más recientes y, al menos en mi caso, menos conocidos. Y es un acierto ese planteamiento, porque en cada pequeña sala encontramos un par de obras de cada autor, enfrentados entre sí, sin un vínculo generacional ni necesariamente temático entre ambos. Ribot y Barcelo, Morales y Millares, De la Cruz y Arias. El contraste llega al punto de enfrentar a cuadros más viejo convencionales con videoinstalaciones. Todo tiene cabida en la pinacoteca, incluida una exposición del programa Multiverso, organizado por el museo y la Fundación BBVA, donde encontramos videoinstalaciones como Asemanastán. La Tierra de los cielos, de Toni Serra (Abu Ali), del que vemos un trabajo inspirado en la poesía persa sufí que dejó inacabado a su muerte y que terminó un equipo diseñado por él.



Nada más entrar al museo, en el hall, encontramos, mirando hacia arriba, colgando del techo, la impactante Figuras Colgadas, dos esculturas de resina de Juan Muñoz. Es una de las obras más asombrosas del museo, donde también destacan obras de mujeres artistas de las que confieso que no había oído hablar como Mary Cassat (extraordinario el lienzo Mujer sentada con un niño en brazos) o Rosa Bonheur, que fue la primera mujer artista condecorada con la legión de honor en 1865. Su historia es fascinante, ya que se especializó en la pintura de animales, para lo que tuvo que sortear limitaciones académicas a las mujeres en la universidad o pedir un permiso especial para vestir de hombre y así poder acudir al matadero de Roule.



Una escultura extraordinaria que justificaría por sí sola la visita al Museo de Bellas Artes de Bilbao es Hero y Leandro, una escultura en bronce de 1904 que recrea la leyenda de Hero, sacerdotisa de Afrodita, y Leandro, que aparece en las Heroides de Ovidio. En el museo también se puede visitar la exposición temporal de fotografía Bilbao Metrópoli 30-30-30, de Corinne Vionnet, Vanessa Winship y María Azkarate, que celebra el 30 aniversario de la exposición Ría de Hierro. La muestra refleja cómo ha cambiado Bilbao en estas tres décadas a través de fotografías de escenas y paisajes cotidianos de la ciudad. Otro aliciente más del sorprendente y muy interesante Museo de Bellas Artes que, a unos 600 metros del Guggenheim, ofrece una alternativa artística perfectamente complementaria con la de ese gran centro de arte moderno.

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