Indiana Jones y el dial del destino

 

Como tantos millones de personas en todo el mundo, soy de esos que sonríe automáticamente cuando escucha la mítica banda sonora de la saga de las películas de Indiana Jones. Esa música nos traslada directamente a nuestra infancia, al cine de aventuras que tanto nos entretuvo, que tantos buenos ratos nos regaló. Desde entonces, el cine ha cambiado mucho (y nosotros también), pero la nostalgia es un motor poderoso y ninguno de esos niños que vibró con las primeras películas del arqueólogo más famoso del mundo se ha querido perder Indiana Jones y el dial del destino, que se presenta como el fin de la historia, como la despedida de Harrison Ford del personaje

La película, lo digo desde el principio, no me ha parecido nada del otro mundo. Entretenida sin más. Sí, claro que tiene virtudes, quizá la mayor, que sus 154 minutos de metraje se pasan volando. No vendré yo a afear a una película de acción y de aventuras que tengan un ritmo demasiado trepidante, pero es verdad que en algunos momentos había para mi gusto demasiada pirotecnia, música demasiado alta, todo un poco demasiado. Quizá esto es más indicativo de cómo he cambiado yo que de cómo lo ha hecho la saga. El cine de acción es, claro, cine de acción y tiene escenas de acción. Muy bien rodadas, realmente espectaculares, sin duda, sólo que a mí me gustan más otras, en las que hay más diálogo o en la que se hacen elucubraciones sobre el misterioso objeto que se persigue en la película, en este caso, el dial del destino. 

Desde luego, la película tiene un presupuesto enorme y se dedica a mostrarlo casi en cada plano. El filme comienza con un prólogo en el que, gracias a la tecnología, vemos a Harrison Ford con unas cuantas décadas menos. Vemos a Indiana Jones enfrentarse a los nazis, que eso siempre gusta mucho. Tras esa introducción, que incluye una trepidante escena en un tren, la película da un salto temporal hacia el presente narrativo, el Nueva York de finales de los años 60 que parece más interesado en la carrera espacial que de la arqueología y en el que Indiana Jones está a punto de jubilarse de la universidad. 

La película juega bien ese viejo recurso de presentarnos al héroe ya en su fase crepuscular y adulta, ya cansado, como de vuelta de todo, pero siempre con energía y disposición para verse envuelto involuntariamente en una última aventura, listo para desempolvar el látigo. El desencadenante de la acción será la aparición en la vida de Indiana Jones de su ahijada (Phoebe Waller-Bridge), digna hija de su padre, antiguo colaborar del arqueólogo que perdió la cabeza por el dial del destino. Y, entre medias, claro, el malo de turno, en este caso, un nazi que oculta su pasado y persigue de forma enfermiza ese objeto que, dice la leyenda, permite viajar en el tiempo. Lo del componente de los viajes en el tiempo reconozco que para mí siempre es un plus. Sin duda, el mayor revulsivo de la película respecto a sus antecesoras es el personaje de Phoebe Waller-Bridge, realmente deslumbrante. 

Indiana Jones y el dial del destino, en fin, es entretenido cine de aventuras y de acción, un tanto delirante en algunos momentos, y que conviene afrontar con ese ánimo de dejarse sorprender de cuando éramos niños y los primeros acordes de la música de esta saga nos erizaba la piel. No me parece una gran película, pero no me arrepiento para nada de haberla ido a ver la cine. Indiana Jones forma parte de nuestra memoria y nuestro imaginario, forma parte de nosotros. 

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