Sabinera noche de San Juan en Bilbao


Canta Sabina en Peces de ciudad eso de “en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Si lo canta Sabina debe de ser verdad, pero por una vez le llevaremos la contraria, porque a sus conciertos, donde tan felices hemos sido, no dejamos de volver una y otra vez. ¿Ir a un concierto en Bilbao del autor de 19 días y 500 noches, Princesa y tantas otras canciones insuperables apenas un mes después de haberlo visto en Madrid, aun sabiendo que canta el mismo repertorio en toda la gira? Por supuesto que sí. ¿Volvería a ir mañana mismo a cualquier otro concierto de Sabina? La duda ofende


Anoche en el BEC de Bilbao, en la mágica noche de San Juan, no hizo falta hoguera alguna para crear una energía especial. Cada concierto de Sabina es distinto al anterior, por poco tiempo que haya pasado de esa experiencia previa. Porque siempre puede ser el último, aunque con esa cantinela llevamos casi una década y felices estaremos de seguir con ella mucho más tiempo. Porque, aunque sus canciones inmortales son las mismas, las que sabemos todos de memoria, las que nos han hecho reír, emocionarnos o soñar tantas veces y en tantos momentos de nuestra vida, nunca suenan exactamente igual, también porque somos nosotros los que no estamos exactamente en el mismo punto. Porque conviene, como también canta Sabina en Tan joven y tan viejo, pedirle a la vida que disponga de nosotros apenas nos guiñe un ojo. Porque, como en Noches de boda, es deseable que el fin del mundo nos pille bailando y el escenario nos tiña las canas. Y porque sí, porque para celebrar la vida no hacen falta excusas, porque tenemos más de cien mentiras que valen la pena y porque de ninguna manera pediremos nunca en la farmacia Pastillas para no soñar.


Hubo unos cuantos momentos únicos del concierto de anoche, de los que recordaré siempre. Sabina se fue entonando, fue ganando confianza y, a medida que avanzaba la noche, era evidente lo a gusto que estaba, incluso emocionado en algún momento. Diría que el cantautor disfrutó especialmente anoche sobre el escenario, lo vi más relajado que otras veces, y así hizo sentir a un público que le recibió de pie con una ovación atronadora y que le brindó otra ronda de aplausos interminables después de escuchar Tan joven y tan viejo, en la que Sabina recuerda que, de momento, nada de adiós, muchacho, ya que cada noche se inventa y todavía se emborracha (quizá más metafóricamente, de cariño del público y de la adrenalina del escenario). 


Uno de esos momentos increíbles de anoche fue Princesa, la canción con la que terminó el concierto, digamos, de forma oficial, antes de los bises. He perdido la cuenta de las veces que le he visto interpretar esa canción en directo y nunca vi semejante reacción del público, semejante energía alrededor. Fue realmente impresionante. La gente bailando, las guitarras sonando más fuertes que nunca, todo el mundo coreando la letra, Sabina radiante en el escenario. Alucinante. Único. Electrizante.

 

Y tantos y tantos otros momentos, en fin, desde aquel Cuando era más joven con el que comenzó el concierto recordando los sucios trenes que iban hacia el norte hasta Pastillas para no soñar con la que lo cerró, las dos horas que se pasaron volando permitieron escuchar canciones del inigualable repertorio sabinero, algunas que hacía tiempo que no interpretaba en directo, porque es imposible hacerle hueco a todas. Por cierto, es fantástico que entre las canciones que sí o sí deben sonar en sus conciertos estén Lo niego todo y Lágrimas de mármol, de su último disco, porque sin duda están a la altura de sus mejores temas, lo cual hablando de Sabina es mucho decir. En tiempo récord han entrado en esa categoría de canciones que destacan sobre sus hermanas en su reportorio, esa familia numerosa, numerosísima, llena de talento. 


Mara Barros brilla en cada concierto de Sabina, pero lo de anoche merece mención aparte. Su energía y carisma están fuera de lo común, igual que su voz. Fue excepcional su interpretación de Yo quiero ser una chica Almodóvar, llenó de verdad y sentimiento el acompañamiento a Sabina en El bulevar de los sueños rotos (que no falte jamás el recuerdo a la gran Chavela Vargas) y, como ya es tradición, destrozó el medidor de decibelios y dejó boquiabierto a todo el público con Y sin embargo te quiero. Descomunal. También me gustó especialmente Antonio García de Diego con su versión de La canción más hermosa del mundo, prueba desde su título hasta cada uno de sus versos de que Sabina ha compuesto la canción más hermosa del mundo unas cuantas veces. 


Entre el público, como siempre, personas de todas las edades, gente llorando de emoción, parejas celebrado las canciones de amor y desamor, una mujer embarazada educando como debe ser desde bien prontito a su futura criatura, gente que se sabe cada estrofa de cada canción, por antigua que sea, y jóvenes recién llegados al universo sabinero que lo dan todo y escuchan con atención esas letras de lirismo cotidiano, canalla y siempre un punto irónico. Lo pasamos en grande anoche y salíamos deseando, como en Y nos dieron las diez, que ojalá que volvamos a vernos. Entre gira y gira, como en una de sus canciones antiguas recuperadas en sus últimos conciertos, a Sabina lo echamos de menos cuando aprieta el frío, cuando nada es mío, cuando el mundo es sórdido y ajeno. Es decir, siempre, ahora más que nunca. Hasta el próximo concierto, ahí están sus canciones y el recuerdo de noches como la de ayer en la que no necesitamos hoguera de San Juan ni playa para, por un ratito, quemar lo malo y atraer lo bueno, dar la bienvenida al verano y olvidarnos de todo lo feo y desagradable de este mundo. Durante dos horas, todo fue perfecto, irreal, color de rosa. Porque a veces todos preferimos escuchar mentiras piadosas. Bellas mentiras sabineras que valen la pena. 

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