Polonia como aviso

 

Hace unos días, Españoles en conflicto, el estupendo programa de reportajes de Almudena Ariza en TVE, estrenó el capítulo dedicado a la homofobia en Polonia. El reportaje es impecable y estremecedor. Es cierto que da una cierta esperanza escuchar hablar de la mayor apertura de mente de los jóvenes de aquel país, pero aterra ver lo que un gobierno retrógrado puede dañar la vida diaria de las personas LGTBI, las mujeres y todo aquel que no comparta con él su rígida y gris visión de la sociedad. Aterra especialmente estos días en España, cuando se normalizan los pactos con la extrema derecha y, por tanto, con su discursco machista (niegan la existencia de la violenchia machista), xenófobo (vinculan de forma desvergonzada inmigración con delincuencia) y homófoba (ridiculizan a las personas trans, defienden las mal llamadas terapias de conversión para "curar" la homosexualidad y dicen que la existencia de personas LGTBI es en realidad una malvada trama de la ideología de género para destruir la familia tradicional). 


Asusta y estremece, sí, porque los testimonios de los españoles que viven en Polonia y con los que charla la reportera dan una imagen nítida del nivel de odio contra las personas no heterosexuales que pregona el gobierno polaco. En el documental queda clara también la firme postura de la Unión Europea en defensa de los derechos de todas las personas independientemente de su orientación o de su identidad sexual. En Polonia no está permitido el matrimonio homosexual, tampoco la adopción para personas no heterosexuales. El clima de miedo es palpable, como demuestra el hecho de que, por seguridad, los locales de ocio para personas LGTBI estén escondidos o que el simple hecho de colgar una bandera arcoíris en el balcón de casa es en muchos casos motivo de expulsión de la vivienda.  

Varios de los españoles que hablan en el documental explican, por ejemplo, que ni se plantean ir de la mano de su pareja o darle un beso en público. Cuentan que no comprenden cómo Polonia, país que tanto sufrió el terror nazi, que también persiguió a los homosexuales, cae ahora en ese mismo odio que tanto daño le hizo al país. Se habla de la pavorosa iniciativa de regiones y pueblos del país que decidieron declararse libres de personas LGTBI, una medida fascista que afortunadamente pudo revertir la presión de la UE que amenazó con dejar de enviar fondos a esas regiones. 

Uno de los españoles que habla en el documental es profesor en una escuela pública donde, naturalmente, ni se plantea compartir con sus alumnos que tiene novio, con la misma naturalidad con la que sí lo hacen los profesores heterosexuales. Es interesante también escuchar a quienes defienden este acoso a las personas LGTBI (aunque no lo llaman así, claro). Es interesante porque se constata que no tienen el menor argumento. No lo pueden tener, por supuesto. Uno de ellos, muy católico, dice que si tuviera un hijo gay le disgustaría pero que "no lo mataría ni nada de eso", y cuenta que tiene amigos gays pero que le parece bien que no se puedan casar, que ya si eso se vayan a otro país a hacerlo. El otro, un señor feliz de vivir en Polonia, dice que lo que pasa es que se exagera mucho fuera del país y se tergiversa lo que pasa allí, como si el hecho de no poder casarse no fuera ya suficiente discriminación. 

La aceptación social de la homosexualidad sigue siendo muy baja en Polonia, pero ha crecido en los último años, sobre todo, gracias a las generaciones más jóvenes. Da pavor escuchar a españoles que llevan años viviendo allí contar que el miedo se termina impregnando y que se vuelven a esconder, dejan de ser, vestir y vivir como querrían, por temor a las represalias. En el documental se muestra la repugnancia que la bandera arcoíris provoca en los retrógrados, como demuestra el ataque con bengalas a una vivienda con esa bandera el día de un desfile nacional o la forma en la que un grupo de personas reventó un homenaje a una chica trans que se había suicidado tirándose de un puente. Ni siquiera en esas circunstancias los retrógrados toleraron ver la bandera del arcoíris, la de la libertad y la diversidad. Estremece verlo porque es terrible lo que tantas personas están sufriendo en el siglo XXI sólo por ser LGTBI, pero estremece aún más en un país en el que se pacta sin pudor con la extrema derecha y en el que hay ayuntamientos que cuelgan banderas de equipos de fútbol de su fachada pero se niegan a hacer lo mismo con la bandera arcoíris. El mismo repelús al arcoíris y a los derechos humanos de las personas LGTBI que causa tanto dolor en Polonia. Miedo. Mucho miedo. 

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