Ofendiditos

 

"Ofendiditos" y "la dictadura de la corrección política" son algo así como las palabras mágicas de cierto sector de la sociedad para rechazar y ridiculizar las críticas o reflexiones de quienes cuestionan obras, declaraciones o actitudes por su componente machista, retrógrado u homófobo. No falla. Basta que alguien critique algo, lo que sea, apelando al feminismo o al respecto a las minorías, y basta con la crítica, nada más que eso, para que aparezcan señores (generalmente señores) muy cabreados que se rasgan las vestiduras y dicen que esto no puede ser, que vivimos en mitad de una dictadura de lo políticamente correcto, que ya está bien de estos ofendiditos con la piel tan fina. Eso sí, luego ellos se escandalizan fácilmente si se hacen bromas con cosas que ellos consideran sagradas como la bandera española, por ejemplo. Es esa clase de gente que dice que vivíamos mejor antes, incluso aunque quien lo diga sea un famoso que en ese pasado que tanto idealiza vivía metidito en el armario. De todo esto habla con acierto, rigor y un punto de ironía Lucía Lijtmaer en Ofendidos. Sobre la criminalización de la protesta, un ensayo breve editado dentro de la colección Nuevos Cuadernos de Anagrama. 
El libro es estupendo. La autora cuenta que quienes más usan la palabra "ofendiditos" para echársela a la cara a quienes les incomodan sólo por dar su opinión sobre algo argumentan que son grandes defensores de la libertad de expresión, que ven amenazada. Defienden la libertad de expresión de quienes piensan como ellos, claro, porque luego son los primeros que denuncian a un cómico que se suena la nariz en la bandera española o a personas que satirizan la religión. El caso es que, en efecto, la libertad de expresión está amenazada, reconoce la autora, "pero no por minorías, feministas puritanas u ofendidos moralistas, sino por un poder político y legislativo al que los mismos analistas que ponen el grito en el cielo en la prensa no quieren mirar a la cara”.

Efectivamente, los analistas que tanto critican a los ofendiditos, que presentan como turbas descontroladas en las redes sociales, rara vez se meten con el poder. Además, atacan desde medios de audiencias masivas a los que usan las redes sociales para expresar sus protestas, como si tuvieran algún otro altavoz. Lijtmaer analiza el origen del término puritano, que también se utiliza mucho, hablando de los neopuritanos que supuestamente imponen una dictadura de la corrección política. Es curioso, porque explica la autora que, a diferencia del catolicismo, el puritanismo considera que el sexo dentro del matrimonio es un acto de disfrute que debe ser alentado y no debe tener sólo una finalidad reproductiva.

Me gusta mucho la reflexión que comparte la autora de Roger Rosenblatt, un crítico que habló con dureza de American Psycho, y al que achacaron poco menos que quería censurar la obra.Elige interpretar mi dureza como censura, mientras que supongo que considera su gusto meramente como opinión”. Y eso pasa mucho. Claro que hay minorías radicales que piden censurar películas o libros (la inmensa mayoría de los libros censurados en bibliotecas y escuelas de EEUU, por cierto, son obras con personajes LGTBI que piden retirar padres conservadores), pero es tramposo querer presentar cualquier crítica como una petición de censura. No es honesto plantear el debate en estos términos. 

No hay día en que un comentarista de derechas, un tuitero antifeminista o un defensor de la unidad de España no se defina como políticamente incorrecto", escribe la autora, que también habla de la ley mordaza y de la aplicación del Código Penal, donde resulta que estos adalides de la libertad de expresión no ven problema alguno. "El Fiero Analista no analiza el poder, sino a los ciudadanos, de gustos mentecatos y una nueva moral inaprensible pero que, para ellos, es fácilmente reconocible y desechable", afirma. Es todo un hallazgo esto del "Fiero Analista", del que también la autora que su sorna contra el que él tilda de ofendidito "no busca otra cosa que recuperar su centralidad perdida en el discurso dominante y reafirmar aquello que conforma el buen gusto, determinar de qué se habla y de qué no y, sobre todo, cómo se habla de ello. Desde su tribuna, todo lo diverso es histérico y, por lo tanto, es impugnable". A ver si va a resultar que lo que de verdad al Fiero Analista no le gusta es que otras personas cuyas voces no eran escuchadas ahora formen parte de la discusión y del debate público. 

Por cierto, el libro comienza con una anécdota muy reveladora. Cuenta la autora que un día después de ir al gimnasio con un amigo intercambió mensajes de WhatsApp con él hablando de su monitor y debatiendo sobre cuál sería su orientación sexual. El amigo le dice que cree que debe de ser heterosexual porque en sus redes sociales comparte muchas fotos con mujeres, a lo que ella contesta que quizá eso significa justo lo contrario porque "a muchos heterosexuales no les gustan realmente las mujeres.  No tienen amigas, no citan a mujeres entre sus preferencias culturales,  hay señal de mujeres en su vida diaria”. El amigo de la autora compartió la conversación en redes sociales y, por supuesto, un aluvión de supuestos adalides de la liberta de expresión y la corrección política, por lo que sea, se ofendieron muchísimo y criticaron con dureza a la autora. Un clásico, los ofendiditos y los de la piel fina son siempre los otros. 

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