Caminantes

 

Cuenta Edgardo Scott en su muy interesante Caminantes. Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos, editado en España por Gatopardo Ensayo, que su libro no pretende ser exahustivo. No lo será, pero desde luego es abrumadora la cantidad de reflexiones sobre caminar de escritores de distintas épocas que reúne aquí el autor bonaerense afincado en París, lo que da a la obra un cierto aire argentino y parisino que, naturalmente, le sienta genial.
Me gusta mucho el ritmo del libro, que no sé si calificar de ensayo, desde luego no es un ensayo clásico con una tesis o un empeño en demostrar esto o lo otro, sino más bien una recopilación de pedacitos de reflexiones, experiencias, relatos y anécdotas sobre el acto de caminar sin rumbo por las ciudades. Me gusta su ritmo porque, de alguna forma, el propio ritmo adopta una forma de paseo, deambulando, saltando de aquí para allá. El caminar al que alude el libro está muy ligado a la idea de ciudad y a un periodo histórico en el que la gente solía desplazar por las urbes caminando y no en metro, taxi, coche, patinete o como sea que nos movamos ahora. 

Es muy interesante también la relación estrecha entre el paseo y la literatura. Lo demuestran las constantes citas de distintos autores que salpimentan la obra, que es una sucesión de píldoras, como quien va paseando y se detiene allí donde algo le llama la atención, sólo para volver a dirigir sus pasos hacia otra parte en cuanto algo nuevo le llama la atención. Pero aquí se habla también del paseo como sinónimo de creación literaria, de pensamiento y, citando a Borges, hasta de sublimación del sexo, ya que para el autor argentino pasear del lado de una mujer, acompasar sus pasos, compartir charlas y silencios caminando por la ciudad, es un grado sumo de intimidad. 

El paseo también como forma de plantearse cuestiones, de pensar, de imaginar la vida de las gentes que pasan al lado. Virginia Wolf caminaba por Londres y tomaba notas: "También una impresión de mi propia rareza, de la rareza de estar caminando sobre la tierra, (...) estar atravesando Russell Square, con la luna allí arriba y las nubes como montañas. Quién soy yo, qué soy, y todo el resto; preguntas que siempre flotan en torno: y de pronto me doy de bruces con algún hecho concreto -una carta, alguien- y vuelvo a ellos con un gran sentimiento de frescura". 

El libro concluye con el relato de la llegada del autor a los Campos Elíseos parisinos en el otoño de 2016. Cuenta que ya no ve alrededor paseantes ni caminantes, advierte la inercia de la multitud. Concede que entre esa masa de gente habrá excepciones, gente que camina e intenta descifrar, pero son los menos. "La gran avenida ya no es un clásico o turístico lugar de paseo: es la imagen de un clásico o turístico lugar de paseo. Y por lo tanto los paseantes, los caminantes, hasta los turistas, tampoco son tales: son imágenes de paseantes, caminantes o turistas. Por eso la impostura, por eso la indecisión, la falta de convicción y sentido de sus pasos. Como si fueran malos extras de una mala película"

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