Sabina recupera su palacio


La última vez que Sabina cantó en el Wizink Center de Madrid salió de allí en ambulancia camino del hospital tras sufrir una grave caída. Entonces muchos temimos, posiblemente empezando por el propio Sabina, que ahí se terminaran sus conciertos, que no volviera a la carretera. Por eso, tres años después de aquello, Contra todo pronóstico es el nombre más acertado para su nueva gira y por eso el concierto de anoche en ese mismo escenario, aquel Wizink Center en el que tantas veces ha cantado a su Madrid, su palacio en la capital, era especial. Empezó con unos versos que recordaban precisamente aquel accidente en el concierto con Serrat y en el que celebraba estar de vuelta. Sabina rompió el maleficio, como él mismo dijo, y reconquistó su palacio madrileño tras una tarde de lluvia, al fin, porque las alegrías nunca llegan solas. 


Fue el de anoche un concierto vitalista, entusiasta y emotivo de un Sabina en mejor forma que en anteriores ocasiones ante un público entregado y rendido a sus pies desde el comienzo, quizá más que nunca antes, que ya es decir. Tenía ganas de volver Sabina y ardíamos todos en deseos de volver a verlo sobre un escenario. En pie nos pusimos en cuanto apareció el maestro, recibido con una atronadora ovación, y en pie seguimos desde entonces buena parte de la noche. Hubo un “oé, oé, oé” espontáneo y eterno tras Like a Rolling Stone, y constantes aplausos en mitad de las canciones, como cuando aludió a aquella caída en el Wizink en su último tema. 


Sabina lleva por lo menos desde sus cuarenta y diez riéndose del paso de los años, celebrando que es un superviviente, que se duerme en los entierros de su generación y que siempre quiso envejecer sin dignidad. Y allí estábamos, otra vez lleno hasta la bandera, todos sus feligreses volcados con el autor de tantas y tantas canciones inmortales. Como siempre, un público de lo más variopinto. No creo que muchos cantantes puedan presumir de semejante diferencia de edad entre sus seguidores. Había niños muy, muy pequeños con sus bombines al lado de parejas de ancianos que bailaban con energía los temas de toda la vida del cantante. Y, entre medias, todo tipo de público. 


Pensaba mirando alrededor en lo afortunados que somos y en lo bello que es compartir una pasión con tanta gente desconocida. Nos van quedando pocas cosas que nos unan así, como en una ceremonia pagana, a personas de todas las edades, clases sociales y afinidades política. Porque Sabina es transversal desde todos los puntos de vista. Tiene tantas canciones y tan buenas que es difícil encontrar a alguien que no se emocione, vibre o se ilusione con una canción de Sabina. De las sentimentales a las más irónicas, de las más pausadas a las de claro tinte de rock, de las que todo el mundo puede corear al pie de la letra a las que, como varias de las elegidas anoche (Mentiras piadosas, Cuando aprieta el frío), Sabina rescata de discos de hace muchos años pero que siguen sonando perfectamente. 


No cantó Sabina Contra todo pronóstico, el tema homónimo de esta gira, que se escuchó por megafonía antes del inicio del concierto. pero sí, tras comenzar con Cuando era más joven,  la notable Sintiéndolo mucho, que compuso para el documental sobre él que rodó durante años Fernando León de Aranoa y que se estrenó el año pasado. Combinó el jienense de Madrid canciones de discos antiguos con otras mucho más recientes, incluidas las soberbias Lo niego todo y Lágrimas de mármol, de su último trabajo hasta la fecha. Uno de los momentos más emotivos de la noche, como siempre, llegó cuando Sabina le cantó a Chavela Vargas esa canción memorable que habla de la dama del poncho rojo que vive en el boulevard de los sueños rotos. Se tomó un pequeño descanso en el que se ausentó del escenario y cedió el protagonismo a su banda, en especial a Mara Barros, que cantó Yo quiero ser una chica Almodóvar, y a Antonio García de Diego, con La canción más hermosa del mundo. Se echó de menos ayer a Pancho Varona, no por demérito del resto de la banda, sino porque son muchos años viéndolo flanquear al maestro.  


Se sucedieron una tras otra tantas y tantas canciones memorables que acreditan a Sabina como el indiscutible mejor autor vivo de canciones en español: A la orilla de la chimenea, Peces de ciudad, La Magdalena, 19 días y 500 noches (que provocó el delirio habitual), Y sin embargo. Para los bises quedaron El caso de la rubia platino y, claro, Pastillas para no soñarNoches de boda y Nos dieron las diez. 


Y así pasó la noche, con versos y música, con temas sobre el paso del tiempo, el amor, el desengaño, la vida cotidiana y una cierta rebeldía en verso contra lo establecido celebrada en masa por un público donde oficinistas, obreros, artistas, famosos, anónimos, unos y otros, se unieron por unas horas en mitad de una fea campaña electoral y de una realidad gris. Por un rato, hasta que nos dieron las once y más allá, nada parecía más importante que celebrar el milagro de seguir vivos y volver a disfrutar tres años después de Sabina en su palacio. Nada parecía más importante porque nada lo era en realidad  


Ayer empecé en día muy temprano hablando con un compañero que lamentaba que ya no podía tomar su café matutino en su lugar de siempre, al lado de siempre, porque su dueño se había jubilado. Y pensé al instante, claro, en ese verso de “que no te cierren el ver de la esquina”. Tengo temporadas en las que escucho mucho a Sabina y me encuentro a sus canciones cuando menos las espero, y otras temporadas en las que lo escucho muchísimo. Tras el memorable concierto de anoche creo que entro en una de estas segundas fases. Desde hace muchos años acudimos a cada concierto de Sabina por temor a que sea el último. Una vez más, salimos deseando con todas nuestras fuerzas que el próximo no se haga esperar. Porque Sabina sigue haciendo habitual lo extraordinario, como recitó en esos versos con los que abrió su concierto de anoche en el que conjuró todos los maleficios y reconquistó su palacio en Madrid. 

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