Raymonda


La sublime versión de Raymonda del English National Ballet con producción de Tamara Rojo que ha podido verse estos días en el Teatro Real de Madrid comienza con la proyección de portadas de periódicos sobre la guerra de Crimea (1853-1856), en la que se ambienta la acción. Impresiona ver titulares que hablan de guerra y Rusia especialmente ahora, claro, en medio de la invasión rusa de Ucrania. Más allá de la coyuntura actual, lo cierto es que la guerra ha acompañado a la humanidad desde que el mundo es mundo. Afortunadamente, también desde el principio de los tiempos el ser humano ha buscado la belleza, convencido de que la vida no bastaba y necesitábamos algo más. La guerra y la cultura nos recuerdan que somos capaces de lo mejor y de lo peor, de lo más horrible y de lo más sublime. Esta nueva versión del ballet clásico, ambientado en la guerra, un poco en todas las guerras, resalta el arrollador poder y la portentosa belleza de la danza, y de su mano nos recuerda lo necesaria que es la cultura, especialmente en tiempos oscuros. 


En esta producción, la última de Tamara Rojo al frente del English National Ballet, se mantienen algunos elementos del ballet clásico estrenado en 1898 en el teatro Mariinski de San Petersburgo y se adaptan otros. Cambia, sobre todo, la historia, que pasa de la Francia medieval de las cruzadas a la guerra de Crimea. Además, aquí se le da mucho más protagonismo a Raymonda, que en el libreto original tienen un papel mucho más pasivo. Ahora no es una damisela en apuros sin voz sobre su propia vida, sino una mujer fuerte y libre que acude a la guerra para ayudar como enfermera y que allí se sentirá atraída por dos hombres, John, con quien se compromete, y el príncipe otomano Abdur Rahman, que llega a la guerra como líder de una de las tropas aliadas de los británicos en la contienda y a quien ve cómo lo desconocido, como alguien que le puede apartar del camino convencional que parece trazado en su vida. En esta modernización de la trama se circunscribe también el fantástico final. 


Tamara Rojo también conserva parte de la coreografía original de Marius Petipa que ella mismo consultó en los registros que se conservan en Harvard. Y se mantiene, claro, la música, la impresionante partitura de Alexander Glazunov. Contó Tamara Rojo en la rueda de prensa de presentación del espectáculo que Chaikovski dijo de esta partitura que si la hubiera escuchado antes de componer El lago de los cisnes posiblemente no se habría atrevido. Y no es para menos. Es sublime la música que acompaña a la historia de Raymonda, fascina su enorme variedad, desde partes bélicas, de tropas y de peleas en el frente hasta otras muchos más intimistas; desde pasajes oníricos en los que la protagonista ve en sueños a sus dos amores hasta fiestas desenfadas en el segundo y, sobre todo, el tercer acto; desde partes mucho más clásicas a otras con influencias de distintas culturas. 


La partitura, en fin, es parte esencial de este ballet y fue defendida con brillantez, pasión y precisión por la Orquesta Sinfónica de Madrid, que desde 1997 es la orquesta titular del Teatro Real. La danza adquiere otra dimensión cuando se tiene la suerte de ir acompañada de música interpretada en directo y no pregrabada. Se trata de una partitura realmente exigente que, ya digo, es uno de los puntos fuertes de Raymonda. Fue memorable la interpretación. El director musical de la sesión que pide disfrutar ayer fue Gavin Sutherland. 


También la escenografía y el vestuario, cuyo diseño firma Antony McDonald, juega un papel especial en esta obra, al estar ambientada en el siglo XIX y recrear distintos ambientes en cada acto. Es asombrosa, igual que la iluminación, a cargo de Mark Henderson, que en el Teatro Real tanto juego da siempre, tan bien luce, tanto permite jugar con las sombras y las luces. Hay varias escenas nocturnas que son realmente increíbles. 


Fascina también, por supuesto, la coreografía de Tamara Rojo y la forma en la que lo defienden todos los artistas del English National Ballet, en especial los que se ponen en la piel de los protagonistas: Fernanda Oliveira como Raymonda, Francesco Gabriele Frola como John y Erik Woolhouse (portentoso) como Abdur. Abruma cuando todo el cuerpo de baile está en el escenario y comparte una coreografía común, creo que llega a hacer cerca de 50 personas en escena, pero también es precioso el contraste cuando asistimos a bellos pas de deux o a momentos mucho más recogidos e íntimos. Hay a quien le puede chirriar que en mitad de una guerra haya tanta fiesta y celebración, pero como decíamos al principio, es precisamente en los momentos más oscuros y desesperanzados cuando necesitamos recordar que la humanidad es también capaz de crear belleza. Anoche el Teatro Real concentró belleza a raudales con Raymonda. Qué privilegio haberlo podido disfrutar.

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