La importancia de llamarse Ernesto

 

Hacía mucho que no me reía tanto en un teatro. La versión de La importancia de llamarse Ernesto que dirige David Selvas y que se representa hasta el 19 de febrero en el Teatro Español de Madrid lo tiene todo: grandes interpretaciones, una visión moderna de la obra clásica de Oscar Wilde, un aire musical que le sienta a la perfección a la historia de enredos original  y, entre risa y risa, mucha crítica social, diálogos afilados e inteligentes y esa mirada tan genial y única de Wilde, quien meses después de estrenar esta otra fue víctima de la misma hipocresía de la sociedad de su época que él criticó en ésta y en otras obras. Está, en fin, llena de alicientes esta obra. 

Y María Pujalte.


La función es una fiesta. Capta a la perfección la esencia del libreto original, la brillantez de los diálogos de Oscar Wilde, aquí con la traducción de Cristina Genebat. A ratos disparatada, la obra presenta distintas capas de lectura y tiene un fondo muy crítico. La sociedad de hoy no tiene mucho que ver con la sociedad del 1895, año en el que se estrenó la obra, pero nos sigue interpelando en nuestros días. La importancia de llamarse Ernesto habla de impostura, de hipocresía, de defender la identidad y la libertad personal, de diferencias de clase, de la amistad, del deseo… Todo eso sigue vigente hoy en día, sigue dando que pensar y haciendo reír.

Y María Pujalte.

La producción que llega a Madrid integra la música, que realza aún más la historia original. En algunos momentos, la obra se convierte en un musical con un tono gamberro e hilarante. Las canciones, compuestas por Paula Jornet, que también actúa en la función, son divertidas y chispeantes. Algunas escenas, como el cambio de escenografía para la parte final de la obra, son de las más originales que recuerdo. No hay música metida con calzador, ni rompe la acción ni afecta al ritmo, todo lo contrario. Es un claro acierto y parte sustancial del encanto de la función. 

Y María Pujalte.

Cuando disfruto tanto en un teatro pienso siempre en la suerte que tenemos como espectadores y en lo especial que es este arte, en lo que tiene de efímero y de experiencia única. Incluso aunque uno asistiera a un nuevo pase de la misma función, algo que realmente me encantaría, no sería igual, porque cada noche es distinta, y eso es algo que ningún otro arte tiene. El directo, la puerta abierta a todas las posibilidades, otorga al teatro algo diferencial y especialmente valioso en esta época de pantallas.

Y María Pujalte.

La obra también es la demostración de que no se debe tener miedo a adaptar a autores legendarios y a obras clásicas mil veces interpretadas. No hay que tener respeto reverencial ni miedo a probar cosas nuevas. La modernidad del texto de Oscar Wilde, adelantado a su época y en algunas cosas puede que hasta a la nuestra, es un excelente punto de partida que debe de imponer mucho, claro, por su brillantez e inteligencia, pero jugar con otras puestas en escena, otro tipo de propuestas, es algo que le sienta genial a la obra original, siempre que esa nueva mirada, claro, sea tan fresca y original como la que dirige David Selvas.

Y María Pujalte, sí. Y María Pujalte. Además de todos los aciertos mencionados antes, la obra también cuenta con María Pujalte. Todos los intérpretes de la obra están a la altura de la brillantez y la exigencia de la propuesta (Pablo Rivero, Paula Malia, Ferran Vilajosana, Paula Jornet, Albert Triola y Gemma Brió), pero lo de María Pujalte en el papel de la señora Bracknell es impresionante. Se sale del mapa. Cada vez que aparece su personaje en escena lo pone todo patas arriba y es un personaje especialmente agradecido y bien escrito, pero la interpretación de la actriz lo lleva a otra dimensión. Así que La importancia de llamarse Ernesto tiene mil y un alicientes… Y María Pujalte.

Comentarios