El palacio azul de los ingenieros belgas

 

Mi vida se iba llenando de asombros y una permanente sorpresa por cuanto me rodeaba brillaba ante mí como una estrella que me guiaba”. Esta frase que leemos en El palacio azul de los ingenieros belgas, de Fulgencio Argüelles, resume a la perfección el tono de la novela y, en buena medida, también lo que siente el lector, que va llenándose de asombros y sorpresas de la mano de Nalo, el narrador del libro. La obra, editada por Acantilado, es espléndida, por su sensibilidad, su estilo poético, con un vocabulario rico y frases largas, lleno de hallazgos y metáforas, y también por la mirada desde la que cuenta la historia, esa mirada asombrada de un joven aprendiz en la España de los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II República y la frustrada revolución de Asturias de 1934. 


Nalo, el noven protagonista y narrador de la novela, cuenta su historia desde que empezó a trabajar como aprendiz de jardinero en el palacio azul de los ingenieros belgas. Poco a poco aprenderá más sobre las personas que le rodean y su sociedad. Entre los muchos méritos de la novela está la riqueza con la que el autor ha construido a todos sus personajes, como Lucía, la hermana del protagonista que vive enamorada de la poesía y habla con metáforas y frases bellas todo el rato, o como su abuelo anarquista. 

El narrador cuenta que, a veces, vive momentos que contienen otros momentos, instantes de una intensidad tal que parecen en realidad ser varios instantes a la vez. Es una novela de aprendizaje, de entrada en la edad adulta. De su hermana Nalo destaca “la atormentada forma que tenía de asistir al espectáculo del universo”. De Eneka, su maestro en los jardines del palacio azul de los ingenieros belgas, apende que "Cada uno lleva dentro una mariposa, que tiene colores distintos y revolotea de forma diferente, y que algunos no llegan a descubrir nunca”. A través de sus primos y otros personajes, como el ruso Basilio, le llega la gran agitación social del momento y las diferencias de clase. 

De fondo, siempre, siempre, el ideal del aprendizaje y la belleza. Nalo quiere ser sabio como Eneka, que lo aprendió todo gracias a una enciclopedia. Quiere abrazar la belleza, alejarse un poco de la vida cotidiana y sus amarguras. Hay pasajes muy bellos en el libro, que es de esos que puedes abrir por cualquier página al azar con la certeza de que encontrarás frases líricas y encantadoras. Por ejemplo, sobre el amor ("pensé que sería muy hermoso y también muy reconfortante que el amor nos sobreviviera, que fuese una fuente de energía que permaneciese después de la muerte”) o sobre lo que llamamos locura (“decía que la locura era una forma agradable de construirse universos propios cuando no nos gustaba el que teníamos alrededor”). 

Termino con dos pasajes maravillosos del libro, uno más extenso, pero realmente extraordinario, sobre esa búsqueda de la belleza a la que se entrega Nalo: 

Entonces pensaba que bien pudiera ser que la belleza estuviera en aquello que no servía para nada, como los poemas que leía Lucía, como las pinturas de los flamencos Jordaens o Teniers el joven que llenaban de belleza muchos rincones del palacio, como los amores que el ruso Basilio sentía por la niña Angélica o como las puestas de sol en el mes de junio, porque lo útil siempre era más feo, el azadón, el estiércol, las chimeneas de la fábrica, los pozos negros, los lavaderos del carbón o los animales degollados y listos para ser asados, quizá porque esa utilidad expresaba una necesidad y las del hombre andaban alejadas de la belleza, algunas incluso parecían innobles y grotescas, por eso yo me consideraba un ser privilegiado porque trabajaba en asuntos relativos a la belleza y además lo hacía al lado de un hombre sabio”.

Y, para acabar, otro pasaje sobre el poder de la literatura y las ansias de conocimiento y aprendizaje de la mano de los libros, que es uno de esos pasajes que conviene guardar a buen recaudo, en este blog, sin ir más lejos, para volver a ella una y otra vez cuando toque hablar del placer que nos procura la lectura, del lugar al que nos lleva, y que resume bien la excelencia narrativa de El palacio azul de los ingenieros belgas, un libro realmente especial:  

“Cuanto más leía, más separación existía entre lo que rebullía en mi interior y lo que ocurría en el exterior, y no sabía dónde estaba la verdad e inventaba explicaciones absurdas para continuar al día siguiente haciendo lo mismo, y en mi memoria ocurrían descabelladas asociaciones y cada vez era más complejo el laberinto de las ensoñaciones”.

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