El Carnaval de Cádiz y la libertad


La libertad es quizá el término más manoseado  y pervertido en el debate público en los últimos tiempos. A la libertad de verdad le cantaron anoche muchas de las agrupaciones de la gran final del Carnaval de Cádiz en el Teatro Falla. Por fin, la gran fiesta del ingenio gaditano regresó a sus fechas, en febrero, tras el trastorno de la pandemia. Y, de nuevo, la fiesta empezó en la noche del viernes y terminó bien entrada la madrugada del sábado. En el Carnaval de Cádiz, tanto en el Falla como en la calle, se canta a la libertad del mejor modo posible, ejerciéndola, y es muy de agradecer que así sea, ya digo, en tiempos en los que tanto se desvirtúa el término, del que en Cádiz, donde nació La Pepa, saben un rato.


Se cantó anoche a la libertad de expresión contra el poder y la autocensura. Se cantó a la libertad frente a las imposiciones de la vida diaria. La libertad de amar sin miedo al qué dirán. La libertad de alternar cantos de amor a la ciudad y coplas críticas con quienes la gobiernan, su descuido o la falta de empleo. La libertad en toda su esencia. La de cantar más cuarenta y ponernos ante el espejo. La libertad de incomodar. Si algo es el Carnaval de Cádiz es eso, libertad, un oasis en el que todo es posible, las bromas más bestias, en las que no hay nada ni nadie sagrado o intocable, en el que se debe estar abierto a la ironía y a reírse de todo, empezando por uno mismo. 


En la final de anoche y en las rondas previas en el Falla se escucharon letras, entre otros temas, dedicados a la semana laboral de cuatro días, a las listas de espera en la sanidad, a la lucha por la libertad de las mujeres de Irán, a la necesidad de proteger la educación, a las luchas partidistas, al sentido de la vida y las prioridades confundidas en este mundo acelerado nuestro, al cambio climático, al amor (preciosas letras de amor se escucharon anoche), al lío de las contraseñas de Netflix… Todo junto, porque todo entra en esta fiesta libre e ingeniosa, en este templo de la guasa que es Cádiz cada febrero. 


El Concurso de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz también es, por supuesto, el debate, incluso acalorado, sobre las decisiones del jurado. Hay quien dice que se llama “fallo” por algo. Qué sería de una final sin su discusión al jurado. Para gustos, los colores. Yo siempre prefiero quedarme con el conjunto, con la fabulosa celebración de esta fiesta, con su libertad incontestable e invencible, con el asombro de cada año ante semejante concentración de ingenio en la tacita de plata. Así que no entro en las discusiones sobre el jurado, que dio el premio en la modalidad de chirigota a Amo a escuchá (una chirigota callejera); a La ciudad invisible, del gran Martínez Ares, en comparsas; a Los Martínez en la modalidad de coros y al cuarteto del Gago, el único que pasó a la final ante la escasez de propuestas en esta modalidad. 




De lo que vi anoche me gustó mucho la comparsa Los esclavos, precisamente, centrado en la defensa de la libertad, la de verdad. Un enfoque combativo cuyo primer pasodoble, maravilloso, habló de un amor de carnaval. En su popurrí, la chirigota ganadora, Vamó a escuchá, incluyó una versión escatológica y muy callejera de la canción de Shakira. 


Me gustó especialmente el coro La Voz, que tuvo una presentación prodigiosa y muy original, con buena parte de la agrupación en el patio de butacas. El juego de luces, la puesta en escena, el vestuario, blanco impoluto, acompañaron lo más importante del grupo, la voz, las voces, porque fue sin duda el grupo con más calidad vocal. Me gustó su actuación tan innovadora y original, con un guiño a las personas LGTBI, lo dicho, más libertad. 


Quedó cuarta en su categoría la Comparsa de la Cantera,  llamada este año El embrujo de Cádiz. En semifinales interpretaron un cuplé maravilloso dedicado allá falsa tolerancia de quienes disimulan malamente su desprecio por las personas que sienten o aman de un modo distinto: “Tú mi pluma me quieres arrebatar cuando yo camino por la otra acera, con mi orgullosa manera, bailando con mi bandera al son de la libertad” (…) “Dónde está tu tolerancia si al vernos tapas los ojos a tus hijos? ¿Dónde está tu tolerancia si para ti es un peligro que de nuestro amor se hable en la escuela y en los libros?” Brillante. 


Por último, también me han encantado las letras de la comparsa de Martínez Ares, ganadora por segundo año consecutivo en la categoría. En especial, una dedicada a las personas mayores, las que tanto lucharon en el pasado, las que más sufrieron en la pandemia, a las que no se trata como merecen en casi ningún sitio. Fue emotiva y conmovedora, lo más bello de una actuación que también tuvo tiempo de criticar los excesos del turismo en Cádiz. Porque el Carnaval, sí, es la gran demostración de la libertad, la de verdad, no la desvirtuada por quienes lo confunden con otras cosas que poco tienen que ver. Y ahora, a las calles. 

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