Falling

 

Un día después de ver Falling, el muy notable debut de Viggo Mortensen como director, escuché una cita de Proust en un documental del que hablaré aquí otro día que me recordó mucho a aquella película. Decía así: "Y pensaba yo en la ilusión que nos engaña cuando, oyendo hablar de un célebre anciano, confiamos de antemano en su bondad, en su justicia, en la dulzura de su alma, pues me daba cuenta de que, cuarenta años antes, fueron unos terribles jóvenes y que no había ninguna razón para suponer que no conservaban la vanidad, la duplicidad, la altivez, las artimañas". Falling habla de la vejez, algo que ya de por sí se suele tratar poco en el cine y, generalmente, cuando se hace, se muestra la imagen de venerables ancianos. Resulta que puede serlo, claro, pero pueden también mantener o incluso haber agravado sus defectos. Ser anciano no te convierte en buena persona, pero ser mala persona tampoco elimina el hecho de que un anciano es alguien vulnerable. En ese dilema, en esa zona de grises, transcurre en cierta forma Falling, que puede verse en RTVE Play. 

Estrenada en el año de la pandemia, la película posiblemente despertó menos interés del que merece su calidad. Es una historia muy madura y muy bien contada, sin moralismos ni brochazos a la hora de construir los personajes, con la verdadera vocación de acercarse a la complejidad de las relaciones humanas. Los dos grandes protagonistas del filme son John (Viggo Mortensen) y su padre Willis (Lance Henriksen). Aquel vive en California junto a su marido Eric (Terry Chen) y la hija de ambos. John trae a su padre a su casa, ya que no puede seguir cuidando de su granja en el sur ni viviendo sólo allí, así que lo lleva a su casa para elegir un nuevo hogar para él. El anciano, muy cascarrabias y conservador, que ve con malos ojos la relación de su hijo con su marido (por el simple hecho de que su pareja sea un hombre, claro), tiene además problemas de demencia. 

La película recurre a flashbacks para mostrar el tipo de padre y marido que fue Willis. Digamos, por ser generosos, que no fue particularmente ejemplar en ninguno de los dos roles. Un hijo de su tiempo y de su tierra: autoritario, que jamás le dijo "te quiero" a sus hijos, malhablado, despreocupado por completo de las tareas de la casa, violento... Pese a todo ello, John siente que debe cuidarlo, claro. Es su padre. Por eso lo lleva a su casa y soporta insinuaciones y críticas a su marido. La película retrata bien el choque entre dos mundos, el de otra época de Willis, donde no tiene cabida que dos hombres críen a una niña o donde el hecho de que un joven se tiña el pelo es poco menos que un pecado mortal, de un lado, y el mundo progresista, abierto de mente y cosmopolita de su hijo y el marido de éste

Willis, extraordinariamente interpretado por Henriksen, pertenece a un mundo que va camino de la extinción. Pero, más allá de eso, de sus posiciones políticas o sociales, lo que de verdad centra el filme es el pasado compartido, las heridas por lo que hizo o dijo años atrás. Una de las escenas de más intensidad dramática en el filme es una comida en la que a Willis y la familia de su hijo se suma también su hija (maravillosa allá donde va Laura Linney) y los nietos de Willis. Ahí salen a relucir todos los reproches, todas las rencillas familiares. 

La película, ya digo, va de la complejidad del ser humano, de cómo nada es blanco y negro. Willis tiene actitudes impresentables, repugnantes, realmente odiosas, pero es a la vez un anciano vulnerable que inspira compasión y que, a fin de cuentas, no deja de ser el padre de John, quien lo cuida en todo momento a pesar de cómo se ha portado con él y del rechazo que ha sentido de su partee sólo por ser homosexual. En un tiempo en el que tendemos a etiquetar con rapidez a la gente y en el que, en lugar de condenar las acciones de las personas, tenemos la tentación de cancelarlas, está bien que el cine muestre la enorme complejidad de la vida, en la que nada se puede despachar con seriedad en 180 caracteres. Falling es cine del bueno, del que hace pensar. 

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