Sintiéndolo mucho

 

Seamos sinceros, no había ningún opción de que no me gustara Sintiéndolo mucho, el documental de Fernando León de Aranoa sobre Joaquín Sabina. Naturalmente, lo he disfrutado mucho, como lo disfrutarán todos los sabineros, porque es un auténtico regalo. Pero es que, además, León de Aranoa hace un gran trabajo y demuestra que, además de amigo de Sabina, es un gran director de cine. A lo largo de las dos horas de metraje, que se pasan volando, el cineasta capta momentos de gran intensidad narrativa, de auténtico cine, de mucha honestidad. A lo largo de 13 años, el director siguió con una cámara de forma intermitente al autor de tantas canciones inmortales, tanto en giras como en casa, entre amigos. El resultado es primoroso. 
El documental comienza con Sabina afirmando que se lleva regular con ese señor del bombín que sube a los escenarios. Cuenta que no es exactamente él, sino el personaje que se ha construido. Ese señor del bombín aparece también en la película, y es fascinante, pero el gran mérito de este documental es que vemos sobre al hombre detrás del artista, al Joaquín Sabina sin bombín que disfruta de noches de alcohol y guitarra con sus amigos, al que sufre cuando está a punto de salir al escenario, al que disfruta de los toros o visita tascas en México, donde es venerado como un dios y él bebe tequila y canta rancheras. 

Sintiéndolo mucho está lleno de aciertos. Por supuesto, resalta la personalidad de Sabina y su labor creadora. Para cualquier aficionado a su música, que ha puesto banda sonora a tantas vidas, es una auténtica delicia verlo componer en un coche junto a Benjamín Prado o improvisar canciones entre un grupo de amigos muy contentos, digamos. Pero el documental en sí mismo, ya digo, acierta mucho en la forma en la que se decide narrar la historia y seleccionar lo más destacado entre todo el material con el que contaba el director tras el seguimiento de tantos años de Sabina. No hay orden cronológico ni pretensión alguna de ser exhaustivo. No sería posible. El documental abraza el caos propio del autor, renuncia a cualquier orden rígido, de forma que da saltos temporales y es un retrato impresionista

Ha contado León de Aranoa que Sabina le dio plena libertad para grabar lo que quisiera. Esa transparencia y generosidad se nota para bien, para muy bien, en la película. Hasta lo vemos en la ducha. Es un documental impúdico, da la sensación de que Sabina se guarda lo justo. El espectador tiene así el privilegio de acompañar al autor instantes antes de salir a escenarios abarrotados donde miles de personas lo esperan enfervorecidos. El autor reconoce que la hora antes del concierto es lo peor, que sufre mucho antes de salir al escenario. También se aprecia la importancia en su vida de su mujer, Jimena, quien lo salvó de los excesos y está muy presente en su día a día. Sabina habla de sus padres y es precioso el pasaje en el que Sabina recita poemas escritos por su padre, con el que dice identificarse cada vez más con el paso del tiempo. 

El documental está lleno de momentos estelares, llenos de verdad, y la mayoría de ellos muestran la vulnerabilidad de Sabina. León de Aranoa sigue grabando y muestra cómo el autor se repone de esos nervios o de esas situaciones de debilidad. No se muestra a un dios infalible, sino a un hombre con sus defectos y virtudes, con sus luces y sombras. Alguien que reconoce que vivió 50 años, hasta que llegó el ictus, bebiéndose y fumándose la vida, dándolo todo, viviendo más de noche que de día, y que en parte añora aquellos tiempos, aunque parece haber encontrado un equilibrio en el amor de Jimena, por más que esa estabilidad no dé para componer buenas canciones, como sí ocurría en las noches de juerga y los momentos de desamor. Por cierto, al ver la fuerte presencia de Pancho Varona en la vida de Sabina estos último años es inevitable no sentir pena por la ruptura entre ambos, ya que Varona anunció hace unos días que no estará en la próxima gira del madrileño de Úbeda. 

Entre esos momentos tan valiosos del documental están los instantes previos al concierto de Madrid en 2020 en el que Sabina sufrió una caída desde el escenario al foso. Sabina, siempre socarrón, le pregunta a León de Aranoa si no le irá a hacer la jugarreta de empezar la película con su trastazo en el Wizink Center. El autor recurre a la risa constantemente, se diría que se ríe más cuanto más solemne o sesuda ha sido la última frase que ha pronunciado. Tiene mérito que haya consentido este ejercicio de transparencia, ya digo, aparentemente casi absoluta. Reconoce que ya ha compuesto sus mejores canciones y no se ve capaz de mejorar un puñado de temas suyos (¿y quién puede?). Asistimos a lo mal que lo pasó en los momentos previos a su último concierto en Las Ventas en 2010. Quince minutos antes de salir a cantar vomita en el baño, está realmente nervioso. Al instante, coge la guitarra, se pone a cantar una canción buscando un momento de pausa y soledad y se repone. También le gusta cantar, sobre todo canciones de otros, en casa con amigos. Muestra su pasión por la canción popular (adora las rancheras y el tango, también a Dylan) y reconoce que él nunca soñó con vivir de esto, que se veía como un profesor de instituto que escribía los fines de semana. 

Es imposible, y además no hace ninguna falta, elegir mi momento preferido del documental, que sé que compraré en cuanto salga en dvd y tendré siempre bien cerquita en casa, para volver a él de cuando en cuando. Quizá los dos que más me impactaron fueron el regreso años después junto a la banda Viceversa al edificio donde estaba el Teatro Salamanca de Madrid, ahora abandonado y que acogió unos almacenes de ropa, donde interpretan Cuando era más joven, y, por supuesto, su visita a Aguascalientes donde acude a ver torear a su amigo José Tomás en la plaza horas antes de actuar. Ese día el torero sufrió una cogida muy grave y se muestra la tremenda inquietud de Sabina, que tiene que actuar sabiendo que su amigo está siendo operado en el hospital. El documental guarda un último regalo, la grabación, no sin contratiempos, de la canción compuesta junto a Leiva para la película, en la que Sabina dice que siempre ha querido envejecer sin dignidad. 

Hay una escena maravillosa en Úbeda en la que dos mujeres le dicen a Sabina que para ellas él es como dios. "Como se nota que no creéis en Dios", les responde. Creen, como creemos muchos, en Sabina, y ya vamos bien. Qué ganas de Contra todo pronóstico, la nueva gira del trovador que siempre ha estado ahí con su extraordinaria imperfección, con sus canciones que cantan al desamor y que invitan, y ayudan, a escapar de la rutina. 

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