Lugares a los que nunca hemos ido

 

Lugares a los que nunca hemos ido, la película póstuma de Roberto Pérez Toledo que estrenó hace unos días Filmin de forma simultánea en cines y en la plataforma, está muy bien titulada. El filme plantea cinco historias distintas, en principio, sin nada en común, pero el hilo conductor es precisamente que, de una manera u otra, sus personajes están en sitios o situaciones en las que nunca antes se han encontrado, o en las que hablan con añoranza y melancolía de lugares a los que nunca fueron. Es una película que habla de la fidelidad a uno mismo, de la madurez, de la complejidad de la vida, de amores pasados, de sueños y anhelos, de frustraciones y carencias... Una película en la que los cinco relatos, cada uno a su manera, logran atraer al espectador y que termina ofreciendo algo así como un mosaico de las relaciones humanas. 
En la primera historia, Elena (Belén Fabra) se reencuentra con Manu (Francesc Corbera), un antiguo amor, del modo más inesperado cuando éste le lleva a su casa la cena que el marido de aquella ha pedido por una de esas apps de entrega a domicilio. Es quizá la historia más redonda de las cinco, y también la única que cuenta con dos partes. Ambos compartían una forma de estar en el mundo, en la que las hipotecas, las formalidades y los hijos no tenían cabida. La conversación que mantienen sobre el pasado, sobre si a veces conviene ser un poco infiel a uno mismo o no, en la que las miradas y los sobreentendidos dicen tanto como las palabras, está llena de emoción y sentimiento. 

La segunda historia nos muestra a un director de casting (Pepe Ocio) y a un actor (Andrés Picazo) con quien compartió una relación. Habla sobre las relaciones de intereses y el abuso de poder, sobre la soledad y la incoherencia de los sentimientos. La película cambia de tono en la tercera historia, protagonizada por Verónika Moral y Emilio Buale, dos compañeros de trabajo que van a mantener relaciones sexuales por primera vez. Están en la habitación de un hotel y ambos engañan a sus parejas. 

El cuarto relato de la película nos plantea la historia de Marian (Laura Rozalén) y Oliver (Miguel Diosdado), que estrenan su nueva casa. Al principio todo es alegría, fiesta y felicidad, pero las insatisfacciones, las dudas y los problemas terminan aflorando del modo más inesperado posible. Es un relato muy generacional y plasma a la perfección la realidad de muchos jóvenes que, con suerte, sólo pueden comprar una casa en las afueras y que ven cómo las condiciones económicas y laborales condicionan su vida. Es una historia preciosa, muy auténtica. 

El quinto relato nos muestra a Carol (Ana Risueño) y Orestes (Sergio Torrico) en una fiesta a la que acuden desconocidos para darse abrazos. Ambos añoran el contacto humano, el cariño. Los dos se abren y cuentan su historia, la razón que les ha llevado allí, lo que echan en falta en la vida. 

Lugares a los que nunca hemos ido, ya digo, es una película realmente interesante, que aborda con muy buen pulso y mucha autenticidad realidades de nuestra sociedad. Su director, Roberto Pérez Toledo, falleció a los 43 años este pasado mes de enero. 

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