El sonido de un tren en la noche

 

Qué importantes son las primeras frases de un libro. El comienzo de una obra es su carta de presentación, anticipa su tono, lo que nos encontraremos en las siguientes páginas. Más allá del título y la portada, es su primer fogonazo, el punto de partida de la historia. La primera frase de El sonido de un tren en la noche, Laura Riñón Sirera, editado por Tres hermanas, es muy sugerente y, en efecto, contiene de algún modo la novela entera. “Es inevitable, por muchos futuros que soñemos, siempre terminamos viviendo en el pasado”. Así empieza esta obra que habla de melancolía, del impacto del pasado en nuestro presente, de segundas oportunidades, del azar y de cómo se puede buscar la propia suerte, construirla. Es también una obra intimista con gran poso literario y libresco, con referencias al placer de la lectura, a la huella que dejan algunos libros y a la manera en la que la experiencia lectora impregna la vida. La obra plasma a la perfección el vínculo indisoluble de las lecturas y el arte con la propia vida y los recuerdos.


La novela, que me ha encantado, es de esas de cuya trama no conviene contar demasiado. Clementina, su protagonista, nace en una familia acomodada en Madrid, pero la vida la golpeará con fuerza. Y hasta ahí puedo leer. La obra interpela al lector de muchas formas. Por ejemplo, por la relación íntima de sus protagonistas con los lugares que habitan. Las ciudades como santuarios de recuerdos, queridos o no, y como lienzos en blanco para crear otros nuevos. Me encanta también la construcción de atmósferas de la autora y lo muy de carne y hueso, muy de verdad, que son los personajes que nos encontramos a lo largo de la novela. 

El sonido de un tren en la noche, vitalista y luminoso pese a las situaciones muy duras que afronta la protagonista, habla también, o sobre todo, de cómo nos influyen y marcan para siempre algunos instantes, sucesos o encuentros que resultan decisivos.  “La eternidad se puede concentrar en un minuto y dentro de algunas noches caben décadas de vida”, leemos. 

Las conversiones, reflexiones y recuerdos de los personajes de la obra nos regalan imágenes e ideas muy bellas y poderosas. Por ejemplo, esa de que todos estamos hechos de pedacitos de los demás, de las historias de quienes han sido importantes para nosotros. O la libertad como eje central y anhelo último de la vida. O el juego de los "si hubiera", que nos lleva a plantearnos qué sería de nuestra vida si hubiéramos hecho aquello o eso otro, si hubiéramos dicho o dejado de decir, hecho o dejado de hacer, algo en nuestro pasado. 

Hay muchos pasajes bellísimos en el libro, muchos de ellos, ya digo, sobre la memoria y el pasado. Este resume bien el tono de la obra: “Es imposible escapar del recuerdo de las primeras veces. Después, las rutinas se acumulan a toda prisa y la emoción de la novedad se esfuma con la misma rapidez con la que los invadió y, pasados los años tan solo sobreviven unas cuantas anécdotas que incluso llegaremos a reescribirlo para crear una historia diferente a la que vivimos. Para intentar olvidar. Fingir que nunca sucedió. Engañarnos. Pero hay momentos que se pegan a nuestra piel como una gasa húmeda y crean una realidad paralela. Momentos que marcan la diferencia y que, ante la incertidumbre, son la prueba de que estuvimos allí”.

Llegué a El sonido de un tren en la noche gracias a una buena amiga que compró la obra en Amapolas en octubre, título de otra novela de Laura Riñón Sirera y, a la vez, de su librería, uno de los más gozosos descubrimientos en los últimos tiempos en Madrid. Porque también estamos hechos de pedacitos de las lecturas y las vivencias disfrutadas, y ambas, lecturas y vivencias, se encuentran como en ningún otro lugar en librerías como esta. 

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