Adictos


El Teatro Reina Victoria acoge hoy la última función de Adictos, que lleva en cartel varías semanas y que cuenta con la presencia de Lola Herrera como principal aliciente. No es para menos. A sus 87 años es absolutamente prodigioso lo que hace Herrera. Su maestría sobre las tablas, su precisión en cada línea del texto, su presencia en escena, la perfección en cada diálogo, en cada palabra. Sólo por verla vale la pena acudir al teatro. Es soberbia en todo lo que hace. Portentosa. En Adictos, además, está muy bien acompañada por Lola Baldrich y Ana Labordeta, quienes llena de verdad a sus personajes y firman igualmente una gran interpretación. 

El texto de la obra, lamentablemente, está muy por debajo de las interpretaciones de las tres actrices. El comienzo es realmente prometedor. Lola Herrera da vida a una científica prestigiosa que es la autora del último grito en inteligencia artificial, una asistente virtual promovida por una empresa pública, Global, con vocación de entrar en todas las casas y con oscuras intenciones. Se dispone a contar la verdad sobre lo que hay detrás de este invento cuando, de pronto, un atentado detiene bruscamente su intervención y, por alguna razón, le hace perder la memoria. 

De entrada, el tema, desde luego, no puede ser más sugerente. La distopía es un genéro muy atractivo, porque permite reflexionar sobre el presente. El punto de partida, ya digo, promete. Pero a medida que avanza la historia va perdiendo fuerza y los momentos de las grandes revelaciones carecen de la fuerza narrativa y de la solidez argumental que deberían tener. 

Al texto le falta hondura y profundidad, navega demasiado por generalidades. Se habla de gobiernos autoritarios, de un caos en las ciudades de todo el mundo que no se termina de explicar, de una gran corporación tecnología perteneciente a un gobierno, de manipulación, de bulos, de grupos resistentes que son considerados terroristas por el poder, de una adicción al sistema, de un censo digital con consecuencias perturbadoras... Es un batiburrillo no bien explicado, demasiados ingredientes en la receta, todo muy confuso. Tampoco es de todo creíble la velocidad con la que una de las protagonistas, que trabaja para la empresa detrás de este plan malévolo, cambia de opinión de golpe. 

Todo de lo que trata la función es sugerente, todo podría haber dado más de sí, pero se queda demasiado en la superficie. Las sólidas interpretaciones de las tres actrices en escena sostienen la obra y, desde luego, sólo por verlas a ellas vale la pena, pero sí queda una sensación de lástima, da cierta rabia que la historia no termine siendo la gran obra sobre el presente y los riesgos de la digitalización que podría haber sido. Pero, eso sí, Lola Herrera está inmensa y ella lo vale todo y más. 

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