Extraña forma de vida

 

Hace un par de meses, la productora de Almodóvar ofreció más detalles del rodaje de un western con Ethan Hawke y Pedro Pascal que llevará por título Extraña forma de vida, en alusión al fado de Amália Rodrigues. También se llamó así, Extraña forma de vida, una obra publicada por Enrique Vila-Matas en 1988 y ese mismo título lleva un documental sobre el escritor dirigido hace algunos años por Emilio Manzano que se puede ver en RTVE Play y en Filmin. Es muy recomendable para aquel que sea aficionado a la literatura de Vila-Matas o para quien lo sea y aún no lo sepa. 

El documental, que lleva por subtítulo Historia abreviada de Enrique Vila-Matas, nos presenta al escritor de vuelta a las calles de París en 2015. Allí hablará de su vida y de su obra literaria, que le ha convertido en un escritor de culto, uno de los más prestigiosos y originales. París fue crucial para la carrera del autor. En su espléndida París no se acaba nunca, el escritor entremezcla ficción y realidad para recrear el tiempo que vivió en la capital francesa, en una buhardilla que le alquiló Marguerite Duras, a quien nunca pagaba el alquiler. 

Antes de convertirse en escritor, Vila-Matas quiso ser director de cine. Por eso, según cuenta en este documental, tras trabajar dos años haciendo críticas en Fotogramas, del 68 al 70, se fue para rodar un cortometraje, Fin de verano. Él veía aquel rodaje en Cadaqués como un punto de inflexión en su vida, a pesar de lo cual tuvo que terminar volviendo a la revista de cine. En su nueva ocupación se inventaba las entrevistas a artistas de Hollywood, porque no sabía inglés. Eso sí, también se inventó respuestas de personas españolas con las que sí se entrevistó en realidad, pero cuyas respuestas no le convencían. 

El autor reflexiona en Extraña forma de vida sobre la fascinación que sintió siempre por lo extranjero, desde sus veranos de niño en Cadaqués, y también cuenta algunas jugosas historias sobre sus comienzos literarios, como un libro que escribió con 13 años y que no convenció a un jesuita de su colegio al que se lo dio a leer. El texto, que es la primera crítica a una obra de Vila-Matas, le reprocha al escritor su falta de realismo. No andaba del todo desencaminado

Cuenta Vila-Matas que a él siempre le pasan cosas raras y que, precisamente por su forma de contar las cosas, la gente alrededor tiene problemas para saber qué es real y qué inventado. A él también le ocurre a veces. Entre las muchas anécdotas que se cuentan en el documental hay una gloriosa. Un día, Vila-Matas decide escribir un nombre de mujer inventado y un número de teléfono igualmente inventado en una hoja, para que lo lea su esposa. Al final, termina siendo él mismo quien llama a ese teléfono y pregunta por ese nombre. Resulta que le cogen el teléfono y le dicen que sí, que en un momento le pasan con esa mujer. Vila-Matas, claro, cuelga de inmediato, temeroso en parte, por si acaso existe de verdad esa mujer que él se acaba de inventar y que sólo se vuelve real cuando él la invoca. La literatura misma. 

En este sentido, Vila-Matas reconoce que en cada presentación o conferencia a la que le invitan se inventa un personaje, incluso a veces se hace pasar por simpático, a pesar de que él, cuenta, siempre ha odiado desde niño a los simpáticos, dado que él es más bien silencioso e introvertido. En cuanto a su relación con la crítica, cuenta que las malas críticas de sus obras son en realidad un acicate, que la incomprensión es un gran motor creativo. Es más, llega a decir que es peor que te comprenda todo el mundo, porque la esencia misma de la literatura consiste en vivir en permanente crisis y ser siempre puesta en entredicho, ser cuestionada y malentendida, resultar polémica y generar debate. Si pasa  a ser algo plano que no provoca reacción alguna, no es literatura. 

En el documental Vila-Matas comparte otras anécdotas curiosas como su viaje iniciático a Varsovia con Marisa Paredes. Iban para una noche y se quedaron un mes en casa del escritor Sergio Pitol. También vemos el encuentro entre el autor y Miquel Barceló en su taller de París, donde le hace un retrato. Todo eso y, por supuesto, París, de la que tanto y tan bien habla el escritor en su obra, y por donde cuenta que le gusta sobre todo andar sin rumbo preciso, tratando de dejarse llevar.

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