Azul y no tan rosa

 

Una película puede ser irregular y, a la vez, muy valiosa y disfrutable. Es el caso de Azul y no tan rosa, en ocasiones excesiva, a veces desmedida y algo descontrolada, en algunos aspectos imperfecta, pero realmente encantadora. Hay muchos aspectos apreciables en la película del venezolano Miguel Ferrari, que ganó el Goya a mejor película latinoamericana en 2013 (la primera película venezolana que lo logró) y que vi hace poco en RTVE Play, esa plataforma tan poco publicitada pero tan llena de contenido de calidad gratuito. Su protagonista, Diego, mantiene una relación con Fabrizio, quien le pide que se vayan a vivir juntos de una vez. Ambos se quieren, pero la relación no es sencilla, en parte, por sus respectivas familias: el padre de Fabrizio dice que prefiere un hijo muerto a un hijo maricón y el hijo que Diego tuvo muy joven y que vive desde pequeño con su madre en Madrid ni siquiera sabe que su padre es homosexual. Cuando Diego se ve forzado a cuidar de su hijo Armando después de cinco años sin verlo se presentará la ocasión de contarle la verdad y de intentar mostrarle el amor y el cariño que, en cierta forma, le ha negado todo este tiempo. 
La relación entre Diego (Guillermo García) y su hijo (Ignacio Montes) es uno de los puntos fuertes del filme. Bajo una apariencia de adolescente de vuelta de todo, Armando siente que su padre se ha desentendido de él, que lo ha abandonado. La evolución en esa relación paternofilial desde la desconfianza y el recelo iniciales está contada con mucha sensibilidad. También es maravilloso el grupo de amigas, la familia elegida, de Diego, con mención especial a Hilda Abrahamz, que da vida a Delirio, una mujer trans que es una auténtica diosa, el gran personaje de la película. 

Con cierto aire por momentos a las películas ochenteras de Almodóvar, el filme bascula entre distintos tonos, desde la comedia más disparatada, o delirante incluso, nunca mejor dicho, hasta el drama más desgarrador, por culpa de un grupo de violentos homófobos que se dedican a atemorizar y agredir a las personas libres que acuden a disfrutar y a bailar en un local LGTB de Caracas. Es una tragicomedia que sirve como canto a la diferencia, a la tolerancia, al amor frente al miedo y el odio. 

La película, ya digo, es irregular y tiene altibajos. Hay situaciones mejor resueltas que otras, escenas más redondas que otras. Pero el resultado general es positivo, porque incluso en esas escenas o en esas tramas algo menos potentes se encuentra una frescura y una naturalidad refrescantes. El amor, la amistad, la familia y la libertad son los grandes temas de la película. Es decir, lo que más vale la pena de la vida. La energía del grupo de amigos de Diego, la forma en la que se va ganando la confianza de su hijo, y el final del filme tienen incluso algo de fantasía, de fábula, un canto a lo que la sociedad debería ser, aunque haya a quien le pese y quien haga todo o posible para evitar a las personas que aman, sienten y son diferentes a ellos tengan sus mismos derechos. Azul y no tan rosa no es una película perfecta, nada lo es en la vida, pero es una película encantadora. 

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