El ocaso de la democracia

 

El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, de Anne Applebaum, editado por Debate, es un libro muy valioso por lo que cuenta y también por cómo lo cuenta, por el lugar desde el que lo hace. La autora, que es estadounidense y vive en Polonia, comienza el libro relatando una fiesta de Nochevieja en 1999 que organizó con un grupo de amigos y conocidos para dar la bienvenida al nuevo milenio. Se presenta con honestidad como alguien de derechas, pero de una derecha liberal que en aquella fiesta, igual que la mayoría de los asistentes, creía en la democracia y el libre mercado, y era partidaria de la entrada de Polonia en la UE (entonces estaba en pleno proceso de adhesión). "Eso es lo que significaba ser de derechas en la década de 1999", escribe. "Ahora, dos décadas después, cruzaría la calle para evitar encontrarme con algunas de las personas que estuvieron en aquella fiesta de Nochevieja. De hecho, alrededor de la mitad de las personas que compartieron esa noche ni siquiera hablarían con la otra mitad". 

Es un comienzo potente, honesto y muy emotivo, porque la autora reconoce que esta deriva autoritaria y antiliberal que se vive en Occidente, y que ella ha sufrido de primera mano en Polonia, provoca no sólo un deterioro inquietante de la democracia, sino también la ruptura de amistades y el empobrecimiento de la convivencia social. Ella no hace esta crítica a los excesos de la extrema derecha desde una posición de izquierdas. Se declara conservadora, de derechas, pero no se siente identificada con la deriva del partido Ley y Justicia en Polonia, ni con el autoritarismo de Orban en Hungría, ni con el nacionalismo rancio de Vox en España ni con los defensores de Trump en Estados Unidos o del Brexit en el Reino Unido. La posición desde la que escribe esta obra, ya digo, es lo más enriquecedor del ensayo. 

Del partido Ley y Justicia que gobierna en Polonia, explica la autora que "tras un breve periodo dedicado a atacar a los inmigrantes islámicos —algo difícil en un país en el que casi no hay inmigrantes islámicos—, el partido pasó a centrar su ira en los homosexuales”. Cuenta, por ejemplo, que el semanario Gazeta Polska imprimió pegatinas que rezaban “zona libre de LGTB” para que sus lectores las pusieran en las puertas y ventanas de sus casas. Además, la televisión pública emitió un documental llamado Invasión que hablará de un un plan LGTB secreto para socavar Polonia. El arzobispo de Cracovia dijo que los homosexuales eran “una plaga”.

La propia autora, horrorizada por esta deriva retrógrada del país en el que vive, fue señalada  como culpable de las críticas de la prensa internacional al gobierno polaco, sólo porque ella colabora con medios como The Washington Post. No es algo nuevo. Applebaum rescata en el libro muy interesantes y esclarecedoras referencias históricas, como la del diario del escritor rumano Mihail Sebastian entre 1935 y 1944, en el que describe cómo sus amigos se sintieron “atraídos por la ideología fascista del mismo modo que un grupo de polillas se precipitan irremisiblemente hacia una llama” y dejaron de sentirse europeos para osar a ser rumanos “de sangre y tierra”.

Según el economista conductual Karen Stenner, alrededor de un tercio de la población tiene “predisposición autoritaria”. Son personas que no toleran la complejidad. Por eso son tan proclives a teorías conspirativas o a mentiras manifiestas, como muchas de las que lanzaron los defensores del Brexit, empezando por las críticas satíricas y burlescas, reñidas con la verdad, que enviaba Boris Johnson desde Bruselas como corresponsal de un medio conservador británico. En ellas caricaturizaba a la Unión Europea y alimentaba el sentimiento de rechazo a Bruselas que años después provocaría la ruptura del Reino Unido con la UE. 

La autora, que señala a las redes sociales como aceleradoras de este proceso de deterioro de la democracia y de hiperpartidismo, se apoya en la obra El futuro de la nostalgia, de la artista y ensayista rusa Svetlana Boym, para diferenciar entre los nostálgicos reflexivos, que estudian y aprecian el pasado pero no tienen el menor interés por recuperarlo, y nostálgicos restauradores, que de verdad quieren volver al pasado porque tienen una visión idealizada de los grandes mitos históricos. Los nacionalistas de extrema derecha que gobiernan en Hungría y Polonia y los que aspiran a hacerlo en países como Francia o España pertenecen a estos últimos. Por cierto, la autora dedica varias páginas del ensayo a Vox. Hizo varios viajes a España en 2019 y cuenta que aquí tuvo una sensación de déjà vu: “una vez más, tenía ante mis ojos a una clase política a punto de ser alcanzada por una oleada de ira". 

El libro también pone ejemplos de la colaboración online entre los extremistas de distintos países, que comparten los mismos bulos y memes, por ejemplo, sobre el incendio de Notre Dame, en París. La autora comparte una idea aterradora sobre amigos suyos que creían en el intercambio sereno de opiniones y en la democracia, pero que han terminado abrazando partidos extremistas y antiliberales. Escribe: "puede que las contradicciones personales —como tener un hijo gay y apoyar a un partido homófobo, como hace mi amigo polaco, o condenar la inmigración mientras se adoptan niños de otros países— en realidad alimenten el extremismo o, cuando menos, el uso de un lenguaje extremista”. En esta línea, recupera las reflexiones del escritor polaco Jacek Trznadel, que describió lo que experimentaba al defender a voz en grito al régimen estalinista en su país: “me decía que al gritar estaba tratando de convencer a las masas, pero en realidad trataba de convencerme a mí mismo”. Esto explicaría la furia iracunda con la que estos campeones del extremismo y de la pureza nacional defienden sus "ideas", por llamarlas de algún modo. 

La autora no se atreve a ser optimista sobre el futuro, y no le falta razón. Dice que es posible que la pandemia de Covid-19 contribuya a una vuelta al sentido común, a respetar los hechos y huir de los bulos, aunque ella misma reconoce que es perfectamente posible que las sociedades occidentales sigan la senda contraria y avancen aún más hacia modelos autoritarios y antidemocráticos. El auge de los bulos con la pandemia y el éxito de determinados discursos de odio en muchos países invitarían a pensar que esta segunda opción lleva las de ganar ahora mismo, lo cual no quiere decir que debamos resignarnos a ello, por supuesto, sino todo lo contrario, porque la democracia no se defiende sola y la historia de la humanidad nunca fue una historia de progreso en línea recta. 

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