El olvido que seremos

 

Creo que El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, editado por Alfaguara, es el libro del que más y mejor me han hablado en los últimos años. Lo tenía pendiente desde hace mucho tiempo, demasiado, tanto que hasta ha dado tiempo a que Fernando Trueba ruede una película sobre esta obra. Finalmente compré el libro en la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid, la del reencuentro, en la caseta de Colombia, que fue el país invitado. Tras leerlo, entiendo perfectamente la ola de entusiasmo y fascinación despertada por la obra, en la que Héctor Abad Faciolince recuerda a su padre, vilmente asesinado en 1987, por defender los Derechos Humanos y la justicia social, por ser una voz incómoda. 

El libro cuenta una historia íntima, con la realidad concreta de Colombia de fondo, pero sin embargo es una historia completamente universal. Es una carta de amor al padre asesinado demasiado joven. Es un extraordinario ejercicio de memoria sin rabia ni revanchismo, sin odio, un tributo al admirable ejemplo humanista de su padre

Cuenta el autor que escribe para su padre, aunque él ya no le pueda leer. "Cuando me di cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir (casi nunca consigo que las palabras suenen tan noticias cómo están las ideas en el pensamiento; lo que hago me parece un balbuceo pobre y torpe al lado de lo que hubieran podido decir mis hermanas), recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí. Entonces levanto los hombros y sigo adelante”, escribe en uno de tantos pasajes emocionantes del libro. 

El autor no busca escribir una hagiografía de su padre. Es más, reconoce algunos de sus defectos. Por ejemplo, ciertos tics machistas, posiblemente, los de casi cualquier hombre de su edad. También cuenta que a veces fue manipulado por la extrema izquierda o que veía más las atrocidades del Gobierno que las de los enemigos armados del Gobierno. Pero el libro es el recuerdo de un buen hombre, médico que se preocupó por las campañas de salud, higiene y vacunación entre la población más vulnerable, defensor acérrimo de los Derechos Humanos, contrario a todo ejercicio de violencia, valiente a pesar de que sabía que sus posiciones le hacían jugarse la vida, libre y ejemplar para sus hijos. 

En El olvido que seremos aparece un padre amoroso con sus hijos, que le respondía a su padre, el abuelo de estos, cuando le demandaba más mano dura con los chavales algo maravilloso: "si le hace falta, para eso está la vida, que acaba dándonos duro a todos; para sufrir, la vida es más que suficiente, y yo le voy a ayudar”. Un hombre que educó a sus hijos en la libertad y la confianza. Alguien heterodoxo en cuantos a sus ideas políticas, ya que se definía como "cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política". Por cierto, cuenta el autor qu a su padre lo acusaban de marxista antes de que hubiera leído a Marx y cuando confundía a Hegel con Engels. “Por saber bien de qué lo estaban acusando, resolvió leerlos, y no todo le pareció descabellado: en parte, y poco a poco a lo largo de su vida, se convirtió en algo parecido al luchador izquierdista que lo acusaban de ser”.

El relato, desde su infancia hasta aquel fatídico día en el que perdió a su padre por culpa del fanatsmo y la sinrazón, tiene como propósito rescatar del olvido la admirable figura de Héctor Abad padre. Un hombre amante de la cultura, que inculcó a sus hijos unos valores humanistas y que luchó, hasta dar su vida por ello, por una sociedad mejor. La obra, que es de las que dejan huella, toma su título de un soneto de Borges que Héctor Abad llevaba en su bolsillo cuando lo mataron. Unos versos de una belleza y una lucidez asombrosas. 

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

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