El poder del perro

 

Paradójicamente, El poder del perro, producida por Netflix, parece hecha para ser vista en una sala de cine. La fotografía de la película de Jane Campion, que es el filme con más nominaciones a los Oscar, es prodigiosa, con grandes paisajes y planos que deben de abrumar en la pantalla grande. Más allá de su muy atractiva fotografía, porque visualmente el filme es impecable, tampoco le faltan otras muchas virtudes: la música, las interpretaciones, la composición de los personajes, la sutileza y contención con la que se cuenta la historia, los diálogos. Virtudes todas ellas propias de una gran película, porque lo es, a pesar de lo cual, y sé que esto no es muy sesudo, no termino de pillarle el punto. Quizá, como tantas otras veces, por una simple cuestión de expectativas. 
El poder del perro, de hecho, tiene casi todo lo que pido a una película. No me echa para atrás, todo lo contrario, ese ritmo pausado, sin tomarse prisa en contar la historia. Me encanta que muchas veces se sugiera lo que ocurre, lo que sienten los personajes, pero sin llegar nunca a explicitarlo. De las cosas que más me gustan en el cine son esas conversaciones en las que las palabras salen a cuentagotas, pero gracias a la interpretación, las miradas, los gestos, la forma en la que está concebida y rodada la escena, entendemos lo que le pasa por la cabeza a los personajes. Incluso el final, que en buena medida deja una puerta abierta para que el espectador reconstruya de alguna forma lo ocurrido. Eso es algo que también me encanta. 

Por supuesto, el elenco es otro de los puntos fuertes de El poder del perro. Es impresionante la interpretación de Benedict Cumberbatch, posiblemente, la mejor que le he visto. Phil es, junto a su hermano George (Jesse Plemons) el dueño de un rancho de ganado. Estamos en Montana, en el año 1925. Los dos hermanos tienen una relación muy estrecha, aunque no pueden ser más diferentes. Phil es el prototipo de hombre con necesidad de remarcar su virilidad a cada instante, grosero, malhablado, cruel. George es educado y sensible, enamoradizo, está fuera de sitio en aquel ambiente del rancho. El detonante de la acción del filme ocurre cuando conoce y se enamora de Rose (Kirsten Dunst), una viuda del pueblo cuyo marido se suicidó, que vive junto a su hijo Peter (Kodi Smith-McPhee), que es sensible e inteligente, y estudia para ser médico. Madre e hijo en la ficción, por cierto, firman unas interpretaciones descomunales. 

Phil le hará la vida imposible a Rose desde el minuto uno. Siente que le ha arrebatado a su hermano y que sólo le quiere por su dinero. Pero más allá de esa pelea algo pueril, la película va ganando en intensidad y profundidad, siempre de forma sutil, cuando Phil y Peter entablan una relación y empiezan a pasar más tiempo el uno junto al otro. No conviene contar mucho más al respecto de esta relación, en la que hay un juego de espejos, un cierto paralelismo entre la adolescencia de Phil, ahora convertido en un rudo vaquero, y la de Peter. El poder del perro, en definitiva, me ha parecido una buena película, sin duda recomendable, pero creo que una vez más he sido víctima de las altas expectativas generadas. En todo caso, celebro haberla visto y comprendo perfectamente tantas buenas críticas. 

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