El horror de la guerra

 

Desde el jueves, resulta muy difícil pensar en cualquier otra cosa que no sea la invasión rusa de Ucrania. Todo en nuestro día a día, nuestras responsabilidades, nuestras pequeñas inquietudes del primer mundo, nuestras aficiones, se vuelven intrascendentes al lado del horror de lo que están sufriendo tantos millones de personas en Ucrania. Familias enteras abandonando sus casas, separadas después en la frontera del país, ya que los hombres en edad de ser llamados a filas están obligados a quedarse en Ucrania para combatir. Jóvenes que jamás han tomado en sus manos un arma, alistados de prisa y corriendo en una guerra desigual. Personas que hace dos días tomaban el metro para ir al trabajo o a la universidad refugiándose hoy en los túneles de ese mismo metro, convertidos en refugios improvisados contra los bombardeos. El horror. Lo inimaginable. 

Es cierto que Estados Unidos llevaba semanas anticipando los planes de Rusia, que ha clavado. También es verdad que hay otras guerras en el mundo, ya las había antes del jueves, como la de Yemen, espantosa. La de Ucrania ocurre en Europa y, al verla más cerca, y dado que es una potencia nuclear la que ha decidido invadir a un país soberano, seguimos con más miedo y de forma más intensa esta contienda. Todo eso es verdad. Pero, aun así, muchos asistimos desde el jueves a las noticias que llegan desde Ucrania con una sensación de irrealidad. Sí, se llevaba tiempo avisando, pero no podemos creerlo, no queremos. 

Naturalmente, dejo a otros los sesudos análisis geopolíticos. Me limito aquí a registrar el terror, el miedo real a lo que está ocurriendo, la desesperación ante el delirio imperialista de Rusia, la enorme pena por tantas personas en Ucrania cuyas vidas han cambiado para siempre por culpa de una invasión ilegal. Es terrible lo que está sucediendo y, aunque hay otras guerras, aunque no hemos nacido ayer y todo eso, de acuerdo, nos sigue pareciendo increíble que en el año 2022 las diferencias se resuelvan a tiros, que no hayamos aprendido nada, que se sigan mandando a morir empuñando un arma a jóvenes con toda la vida por delante, que haya gente que crea que cualquier cosa (un país, unas fronteras, una ideología, un proyecto político) vale más que una vida humana. 

Podemos hablar de leyes, de tratados internacionales, de sanciones, de la dependencia energética de Europa respecto a Rusia, de la Historia de Ucrania... De todo lo que queremos. Pero, en esencia, hay algo básico, elemental, prepolítico: la guerra no puede ser la solución. Invadir a sangre y fuego un país no es jamás algo tolerable. Punto. No se asesina a inocentes. No se invaden países soberanos. No se lanza una propaganda infecta para justificar crímenes de guerra. Punto. La geopolítica y las relaciones internacionales serán (y son, de hecho) todo lo complejas que queramos, pero estamos ante una invasión violenta e ilegal de un país a otro. Eso no se puede tolerar jamás. Sin paliativos. Sin excusas. Sin peros. Jamás. 

Todos tenemos nuestra opinión sobre las sanciones de la Unión Europa y Estados Unidos. Podemos pensar que no son lo suficientemente duras, que se debería haber dado más pasos. Todo lo que queramos. Pero no perdamos de vista que nos estamos enfrentando a un matón que quiere reemplazar el derecho internacional por la ley del más fuerte. Un matón con armamento nuclear. No es tan obvio ni tan sencillo. Hay muchos tuiteros que parecen tener claro que ellos resolverían este problema en dos tardes. Lo cierto es que es muy complicado. ¿Están sugiriendo que vayamos a una guerra directa contra Rusia? ¿Son conscientes de las consecuencias que esto tendría? 

Hay un grupo de personas con un planteamiento aún más alucinógeno que el de estos individuos con ardor guerrero que parecen pedir el envío de tanques a Moscú. Es esa gente que, desde la extrema derecha y desde la extrema izquierda, con extrema idiotez, en definitiva, a duras penas disimula su admiración por el tirano Putin. Los lazos de la extrema derecha europea y estadounidense con Rusia son innumerables. No son sólo los elogios indisimulados de Trump y sus medios cercanos al dirigente ruso, es que también hay pruebas de financiación desde la órbita del Kremlin de partidos de extrema derecha como el de Le Pen en Francia. En España, hasta hace tres días, los dirigentes de Vox no disimulaban su admiración por Putin, un hombre como dios manda, pensarán, que defiende su país y esas patrañas. 

Que la extrema derecha venere a Putin, aunque ahora se escondan porque quede feo por aquello de que está masacrando a un país soberano, es totalmente lógico. Comparten con él muchas cosas: su absoluto desprecio por la democracia, su mirada iliberal y rancia del mundo, su nostalgia por un supuesto pasado glorioso, su odio a las personas LGTBI, sus deseos de imponer su ideología sobre el resto de la población. Son como dos gotas de agua, normal que la extrema derecha admire tanto a Putin. Lo que resulta propio de una empanada mental importante es que gente que se dice de izquierdas apoye a Putin, por aquello de las reminiscencias de la Unión Soviética. Debe ser gente muy poco leída si creen que Putin representa algo remotamente cercano a las posiciones de la izquierda, que puede ser considerado en algún aspecto como progresista. Nada que ver. En ningún tema. Para nada. 

Es esa gente que dice que ni Putin ni OTAN, que viene a defender que el pobrecito presidente ruso se ha visto forzado, sin ser él nada de eso, a invadir Ucrania porque, claro, los malvados de la OTAN le estaban cercando. Oiga usted, en Ucrania la gente vota, es una democracia. Si no le gusta lo que votan, qué le vamos a hacer. Cada país es libre de unirse a las organizaciones que considere. Hasta ahí podíamos llegar. Es esa gente, en fin, que cree que criticar sin paliativos la invasión de Putin supone poco menos que ser un terrible imperialista estadounidense, fan de los excesos de aquel país y amante de las armas. Como si Rusia no estuviera ejerciendo hoy el papel de invasor que ejerció en su día Estados Unidos en Irak, como si Putin no estuviera actuando con un inquietante y enorme parecido a las actuaciones de Hitler en los albores en los años 30 del siglo pasado. 

Estos días, por cierto, no me despego de Televisión Española, que está haciendo una cobertura excepcional de la guerra de Ucrania. Sin estridencias, sin músicas grandilocuentes, sin subrayados ni alertas constantes, sin gritos ni tertulianos que no saben de lo que hablan, sólo con rigor, periodismo de verdad, servicio público y un trabajo extraordinario sobre el terreno de sus enviados. La cadena pública está dando una lección de lo que es el periodismo. Entre tanta miseria, tanto dolor y tanta inquietud, el periodismo de calidad, el de verdad, es más necesario que nunca. 

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