Nadal agranda su leyenda



En la famosa canción de Mecano que escuchamos cada fin de año se dice aquello de que tomar las uvas en Nochevieja es lo único que por una vez todos los españoles hacemos a la vez. Admirar a Nadal y vibrar con sus victorias es de esas pocas cosas que van quedando que casi todos los españoles, y por supuesto también muchas personas de cualquier nacionalidad, hacemos a la vez. Ya nos pueden dividir la política, los equipos de fútbol o hasta el Benidorm Fest, Nadal está ahí para ponernos a todos de acuerdo. Es inconmensurable, es inapelable, es Rafa Nadal, sólo podemos rendirnos a sus pies. 

18 años después de ganar su primer Grand Slam y 13 años después de su, hasta ahora, unida victoria en el Abierto de Australia, Nadal ha vuelto a vencer hoy en el torneo australiano. No es un triunfo más. Nadal tiene la virtud de hacer parecer fácil lo difícil, cotidiano lo heroico, normal lo legendario. Hoy ha logrado su vigésimo primer Grand Slam, por lo que ha superado en número de triunfos en los grandes torneos mundiales del tenis a Roger Federer y a Novak Djokovic, ambos con 20. 

Los rivales pasan, cambian los presidentes del gobierno, los papas, los sistemas de elección para la candidatura española de Eurovisión, los gustos musicales, las leyes, la tecnología... Todo cambia, pero Nadal permanece. Regresa siempre. Vuelve una y otra vez a ganar y, sobre todo, a dar una lección de vida, tesón y superación. Porque ganar dejó de ser lo más importante hace tiempo cuando se glosa la figura de Nadal. Son sus victorias las que han agrandado su leyenda, por supuesto, pero es su actitud, la forma en la que afronta la contrariedad, su admirable manera de sobreponerse a los obstáculos, lo que lo convierte en un mito, un héroe moderno. 

Hoy todo se le puso en contra al tenista de Manacor. Perdió los dos primeros sets ante un inmenso Medvedev. Nadie había remontado una final del Abierto de Australia tras perder los dos primeros sets. Pero Nadal está especializado en lograr proezas, en conseguir lo que nadie logró antes, en llegar más lejos y hacerlo, además, con su ejemplar actitud de siempre. Vivir como Nadal juega al tenis. Afrontar los contratiempos y las adversidades como lo hace él, sin ningún mal gesto, sin enfados ni gritos. Ésa es su gran lección. Porque Nadal enseña que ser un gran campeón no tiene nada que ver con mantener una actitud altiva y soberbia, porque la humildad siempre ha sido su sello. Eso y no rendirse jamás, incluso cuando cualquiera se daría por vencido. 

Medvedev destrozaba a Nadal con sus saques portentosos, con su enorme poderío físico. Pero Nadal terminó imponiéndose, sobre todo, por su fortaleza mental, lo que le hace único. Ganó el tercer set, hizo lo propio en el cuarto y terminó imponiéndose en el quinto, que fue como una película de intriga, llena de giros de guión y sorpresas, de idas y venidas. Medvedev, gélido, inexpresivo a más no poder, debía de pensar que aquello que le estaba ocurriendo no estaba pasando de verdad, que no podía ser cierta semejanza hazaña, tamaña remontada. Una auténtica barbaridad, una salvajada ajena a la lógica. No había ninguna posibilidad racional de que Nadal remontara este partido. Más de cinco horas después, el mejor deportista español de todos los tiempos volvió a ganar un Grand Slam y, como siempre, en su discurso fue ejemplar. Le auguró una gran carrera profesional a su rival de hoy, agradeció a todos los que hacen posible el torneo y confesó que hace un mes y medio no tenía nada claro que pudiera participar en el torneo australiano. Hoy lo ha ganado por segunda vez en su carrera. 

Nadal lleva casi dos décadas acompañándonos. Forma parte de nuestra vida. Sus victorias, sus finales, sus remontadas, sus regresos a la competición tras sucesivas lesiones, sus puntos imposibles, su formidable tesón, su ejemplo ante la vida. Todo eso ser ya parte del paisaje, como si fuera sencillo, como si mantenerse en la élite de un deporte tan exigente como el tenis fuera fácil, como si estuviera al alcance de cualquiera. Seamos más o menos aficionados al deporte o al tenis en concreto, hayamos seguido más o menos de cerca la carrera de Nadal, todos podemos recordar más de un momento en el que el tenista balear nos dejó con la boca abierta, en el que nos hizo vibrar y gritar “Vamos, Rafa” desde el salón de casa. 

Nadal es el mejor deportista español de todos los tiempos, pero eso se le queda pequeño. También es ya el tenista con más Grand Slam. Y eso tampoco lo dice todo de él. Tan importante como el palmarés es la forma en la que se ha conseguido. Cuando Nadal se retire, que aunque nos parezca imposible de imaginar, en algún momento tendrá que ocurrir, no se le recordará un mal gesto, una polémica, un compartimento poco ejemplar, una rabieta en la pista. Cuando le rompen el servicio aprieta los dientes y busca la remontada. No se lamenta, no se enreda, no desconecta mentalmente. Vuelve a por ello. Punto a punto. Nadal gana mucho, más y de forma más admirable que nadie, pero si algo nos enseña es el valor de la perseverancia y el tesón. No hay palmarés que  pueda más que eso. Somos unos privilegiados los que podemos ver a Nadal jugar al tenis, los que desearíamos vivir como él afronta cada partido, sin darse jamás por vencido. Una vez más, y van muchas, muchas más que sus 21 triunfos en la grandes torneos del calendario, gracias, Rafa, infinitas gracias. 

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