A 1.000 km de la Navidad

 

“Si hay algo peor que la Navidad son las películas sobre la Navidad”, dice el protagonista de A 1.000 kilómetros de la Navidad, la película de Álvaro Fernández Armero que Netflix estrenó en Nochebuena. Poco después de pronunciar esta frase, Raúl (Tamar Novas) se emociona hasta las lágrimas con ¡Qué bello es vivir!, la película navideña por excelencia, y hasta se enamora. No sé si este filme obrará el milagro de alegrar a algún odiador de la Navidad, pero sin duda cumple con todo lo que se espera del género: una historia amable, personajes entrañables, buenos sentimientos, emociones y hasta milagros navideños. Aunque es típica y previsible, también es una película encantadora, muy recomendable para estas fiestas.


La película, no apta para los que, como el protagonista de la película, odian la Navidad, es tierna y entrañable, muy disfrutable y divertida. Una serie de desdichas en navidades pasadas (que se muestran en muy divertidos flashback que son de lo mejor del filme) lleva al protagonista a odiar estas fechas y detestar los villancicos, las luces en las calles y hasta el turrón. Precisamente a él le encarga su jefe hacer una auditoría de La Navideña, una fábrica de dulces navideños de la que vive casi todo un pueblo del Pirineos, donde además se celebra cada año un belén viviente en el que se involucra todo el mundo. 

El protagonista de la película es un hombre serio, incluso algo cuadriculado, que no tiene el menor interés por integrarse con la gente del pueblo y sólo piensa en terminar la auditoría lo antes posible para viaje a Cuba y huir de las navidades. Llega a una localidad en la que toda la gente parece feliz, entusiasta de la Navidad y sonriente. Él tarda poco en mostrar su cara de Grinch a todo el pueblo, pero sólo un poco más en entregarse a ese espíritu navideño. Tiene mucho que ver en ello Paula (Andrea Ros), que es la organizadora del belén viviente, profesora y promotora de toda clase de iniciativas en el pueblo. Además, es la hija de la dueña del hostal donde se hospeda el protagonista, una mujer entrañable a la que interpreta Verónica Forqué. Es su último papel, estrenado tras su muerte, y cada vez que aparece en pantalla es imposible no estremecerse. Es un papel alegre, como tantos los que hizo esta gran actriz, a quien está dedicada esta película. 

El contraste entre el odio abierto a la Navidad de Raúl y la efusión navideña y sentimental de los habitantes de ese precioso pueblito en los Pirineos da pie a situaciones muy divertidas. Es una película de esas que te hacen sentir bien, de las que no hacen nada más (y nada menos) que regalarte horas y media de una historia amable y bella. No es poco. Todo funciona bien, todo está en su sitio, para ofrecer exactamente lo que promete. Entre otras cosas, una celebración de aquellas pequeñas que hacen a la gente disfrutar. Es algo esto último, que otros disfruten, que sorprendentemente hay a quien le molesta mucho. A 1.000 km de la Navidad viene a celebrar la ilusión por las cosas pequeñas. Por ejemplo, una pequeña película navideña perfecta para ver esta víspera de Reyes. 

Comentarios