Lola

 

Antes de ver Lola, la miniserie de Israel del Santo para Movistar, con guión de Javier Pascual, ya tenía a Lola Flores por una gran artista y un icono de la cultura popular española. Pero tras ver los cuatro capítulos de esta producción, mi admiración por ella se ha disparado a niveles estratosféricos. ¡Qué artista! ¡Qué manera de construir su personaje! ¡Qué talento en todo! ¡Qué vida de película! El tono de la miniserie es laudatorio, no podía ser de otra forma, porque ante Lola Flores sólo cabe la rendición incondicional, pero también se da voz a voces críticas con ella y, desde luego, no se ocultan los pasajes más reprochables de su vida, como su fraude a Hacienda. 
Casi siempre me pasa con las series documentales que pienso que la historia se podría haber contado en una película documental de hora y media, que no siempre está justificada por motivos narrativos esta moda de hacer de todo una serie de varios capítulos. Con Lola me ocurre lo contrario. Se me hacen cortos los cuatro capítulos, quiero más y, desde luego, no tengo duda de que Lola Flores, que tantas películas rodó, que tantas intervenciones tuvo en televisión, dio material de sobra para hacer una versión extendida de esta miniserie sobre su vida. No ha debido de ser fácil la tarea de seleccionar los fragmentos de sus apariciones públicas, seguro que el material descartado es tan deslumbrante como el emitido. 

A las escenas y audios de Lola Flores en pleno esplendor se suman las declaraciones de más de cuarenta personas, empezando por sus hijas, Lolita y Rosario Flores, y su hermana Carmen Flores, y siguiendo por una gran cantidad de artistas que se sienten inspirados por la faraona, como Rosalía, C. Tangana, Bebe, Nathy Peluso, Miguel Poveda, Soleá Morente o La Shica, entre otras muchas. También hay personas que trataron con ella, como su sastre, y estudiosos de su obra y de la historia social y cultural del país. Es abrumadora la cantidad de material que maneja el documental, que recurre a la animación para recrear escenas de la vida de Lola Flores de las que no hay registro, como su niñez en la taberda de su padre, cuando comenzó a bailar. 

Lola se presenta como una mujer adelantada a su tiempo y, sobre todo, muy libre. Hay quien afirma que fue feminista, aunque ella no lo supiera, y otros que niegan la mayor. Pero nadie niega que fue una mujer libre que hizo, básicamente, lo que quiso y cuando quiso. Supongo que muchas personas conocerán bien la historia de la artista, yo creía conocerla, pero he ido de hito en hito en esta serie, de asombro en asombro. No conocía, por ejemplo, que en un momento de su vida cobró por tener relaciones con un hombre y, además, lo contó años después en los medios. Porque ella no tenía filtros. O que tuvo una relación con Coque, un futbolista casado. O que rodó muchas películas, algunas de ellas, de dudosa calidad, pero otras valiosas, como Casa Flora, que se cuenta en el documental que era una de las películas preferidas de Andy Warhol. 

Y luego están, claro, las mil y una historias de Lola Flores como icono pop. Me maravilla descubrir que organizó un partido de fútbol de folclóricas contra finolis en el campo del Rayo vallecano, o que rodó en Antena 3 un programa sobre su vida, en el que contaba su vida, de la forma dramática y muy sentida en la que ella hablaba. O que tuvo un programa de entrevistas con su hija, al que acudían filósofos y personalidades de todos los ámbitos. Por supuesto, también aparecen en el documental dos de esos momentos que fueron memes antes de que empezaran los meses, el de "si me queréis, irse", ante la afluencia masiva de público en la boda de su hija Lolita en Marbella, la invención del crowdfunding como sugerencia para solventar sus problemas con Hacienda ("si una peseta me diera cada español...") o, por supuesto, su pérdida del pendiente en Florida Park ("el pendiente, Íñigo, el pendiente"). Fantasía pura. 

Uno de los expertos entrevistados en el documental cuenta de Lola Flores que ella fue artista durante el franquismo, no una artista franquista. Otros dicen que era muy de derechas. En todo caso, da la impresión de que Lola Flores creía, sobre todo, en Lola Flores, y no da la sensación de que la política fuera uno de sus temas preferidos. "Fui artista con Franco, lo soy en la democracia y lo seré cuando venga un señor de barba comunista porque el arte no entiende de fronteras", declaró en los años de la Transición, cuando lo pasó mal, ya que se identificó su estilo con el franquismo y eran tiempos de novedades y música diferente, mucha de ella, llegada de fuera y cantada en inglés, algo que ella criticó. En todo caso, supo reinventarse y siguió trabajando hasta el final, a pesar del cáncer que la fue matando poco a poco. 

Lola Flores no era una artista académica ni perfecta en nada, pero era una artista total. Parece que es mentira que algún medio estadounidense publicara, tras su gira por América, aquello de "ni canta ni baila, pero no se la pierdan". Da un poco igual que fuera una invención, refleja bien su grandeza, su idiosincrasia. En la serie también se destaca su capacidad de transmisión al bailar. "Lola tenía como garras en las manos", escuchamos. Muy expresiva, pasional, cautivadora. 

Escribiría mucho más de la miniserie, que por si no se nota, me ha encantado, pero termino con las menciones a su hijo Antonio, que sufrió una adicción a los drogas que le terminó costando la vida. Antonio Flores tenía un talento descomunal y cada vez que aparece en el documental, siento un estremecimiento por lo pronto que se fue, por la tragedia que no pudo superar, por la desgracia de su muerte. De su hijo Antonio dijo Lola Flores en un pasaje de una entrevista en televisión que tenía una sensibilidad peligrosa porque se le podía hacer mucho daño con una sola palabra. Un hombre de una sensibilidad y un talento especial que no pudo superar la maldita adición a las drogas, a pesar de sus esfuerzos y los de toda su familia por dejar atrás ese infierno. 

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