La puerta de al lado

 

Vivimos en una sociedad que concede cada vez menos importancia a la intimidad. Contamos nuestra vida en las redes sociales, subimos fotos de lo que acabamos de comer o del viaje que hemos hecho, no tenemos especial cuidado en preservar nuestra intimidad, más bien la exponemos gustosos. Y, en ese momento, en estos tiempos raros, llega La puerta de al lado, la primera película como director de Daniel Brühl, y nos recuerda lo terrorífico que es en realidad sentir que tu intimidad está expuesta, algo que le ocurre especialmente a personajes famosos, aunque no sólo, claro. Es lo que le sucede a Daniel, el protagonista del filme, cuando se encuentra en un bar con Bruno, un hombre misterioso para él, aunque en realidad es su vecino. Como dice la sinopsis del filme, pronto se ve que el encuentro no es casual. 
El protagonista es un actor inseguro y ensimismado, que no piensa más que en la prueba que tendrá para una película en Londres. Horas antes de tomar el avión desde Berlín, donde vive en un ático de lujo junto a su mujer y a sus dos hijos, decide entrar a tomar algo en un bar. Y allí está Bruno, que le aborda expresándole su opinión sincera y más bien negativa de sus últimos trabajos interpretativas. La obra, que es muy teatral y transcurre casi en exclusiva dentro de ese bar, cuya dueña, por cierto, es un personajazo, entra en unos derroteros que no conviene desvelar, pero que plantean tensión y unas buenas reflexiones. 

La puerta de al lado es de esas películas en las que no se puede contar demasiado, porque se arruinaría el factor sorpresa. El filme habla, ya digo, de la intimidad, de la exposición pública, de las apariencias, pero también en cierta forma de un odio o un desprecio de clase, de la mirada recelosa que existe entre personas de distintas clases sociales. Habla también de las obsesiones, de vivir en sociedad, de los engaños y los autoengaños, de los secretos que todo el mundo tiene. 

La película no juzga a sus personajes. Por momentos, el actor resulta bastante insoportable y pagado de sí mismo, pero al rato inspira ternura. No es fácil cogerle cariño, al menos a mí no me lo resulta, pero al final termina siendo imposible no ponerse en su lugar. De Bruno, ese señor misterioso con el que se encuentra, podríamos hablar largo y tendido. Desde luego, son magníficas las interpretaciones de ambos, el propio Daniel Brühl, que juega a interpretar a un actor famoso que rodó una película ambientada en la Alemania oriental (¿nos suena?) y Peter Kurth, impecable en el rol de ese señor taciturno con aviesas intenciones. La puerta de al lado es la enésima demostración de que la sencillez no está reñida con la calidad. Un muy buen estreno como director de Brühl.  

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