Las manos de mi madre

 

Gracias a La estación azul, el programa de libros de RNE, supe de Las manos de mi madre, la novela de Karmele Jaio, reeditada ahora por Booket, el sello de bolsillo de Planeta, quince años después de triunfar al ser publicado inicialmente en euskera. Por descubrimientos así agradezco tanto la existencia de este programa, un remanso de serenidad y literatura en medio de tanto ruido. Las manos de mi madre es una novela extraordinaria, que deja huella de verdad, con la que resulta imposible no sentirse identificado. Qué maravillosa es la sensación de leer por primera vez a una autora y buscar automáticamente el resto de su obra, porque quieres leerlo todo de ella, de tanto como te está conmoviendo la historia que lees. No ocurre muy a menudo, pero me ha pasado con esta obra, tan pequeña en extensión, tan profunda y deliciosa en contenido. Y es una alegría inmensa.


Nerea, la protagonista del libro, trabaja en un periódico, lo que significa que lleva una vida acelerada, apenas con tiempo de disfrutar de su hija Maialen, ni de charlar con su marido. Un súbito problema de salud de su madre, que pierde por completo la memoria, sacude la existencia de Nerea, que además hará un descubrimiento sobre el pasado de su madre al tiempo que vuelven a su vida ecos de su antiguo novio, Carlos, del que no sabía nada desde hacía años, cuando desapareció del mapa junto a otros dos jóvenes, "por la situación política" en Euskadi. 

Sobrecoge la exquisita sensibilidad con la que Nerea expresa sus sentimientos, la culpa que le persigue por no haber sido capaz de saber de antemano lo que le estaba ocurriendo a su madre, por sentir que no llega a todo, por las conversaciones que nunca tuvo con ella, o las veces que le contestó de mala manera. Hay varios pasajes en los que la protagonista cuenta la situación de su madre en el hospital, que le causa un enorme impacto, que gestiona como puede. Son pasajes tan duros como bellos, tan dolorosos como líricos. Por ejemplo, éste: "y mis ojos siguen sin apartarse de sus manos. Las miro con tanta atención que hasta llego a creer que sus dedos van a echar a hablar en cualquier momento, que voy a encontrar en las manos de mi madre la respuesta a todas las preguntas que nunca le hice, que voy a poder escuchar los pensamientos que ha guardado durante años”.

Uno de los grandes temas de la novela es el peso de la memoria, el modo en el que el pasado influye en el presente y lo determina, por lo que, de algún modo, no es en realidad tal pasado. Los médicos recomiendan a Nerea que enseñe fotos a su madre, para ayudarla a recordar, para que pueda volver a ser ella misma y su memoria se reactive de nuevo. Cuando observa una foto tomada el aeropuerto, de años atrás, cuando se disponía a partir al extranjero y posa con desgana al lado de su madre, Nerea recuerda con cierto sentimiento de culpa, con algo de nostalgia, aquel instante. "Siempre corriendo, es cómo he pasado la mitad de mi vida. Tengo la sensación de que no he vivido cada instante como se merece, que sólo los vivo intensamente cuando los veo en una fotografía, muchos años más tarde. Tengo miedo de darme cuenta de todos los momentos de mi vida que he perdido así. Por eso temo mirar algunas fotos”, escribe. 

Eso, la velocidad insana con la que vivimos, la enorme confusión de prioridades de esta sociedad que relega el bienestar, los cuidados y las relaciones personales a un segundo plano, que alimenta una destructiva obsesión por el trabajo, también está muy presente en la novela. Eso y los silencios, los de la protagonista con su pareja, con quien apenas habla, y también los que tiene con su hermano. Por cierto, Nerea habla siempre en inglés con su marido, a quien conoció en Oxford. Lewis comienza al fin a estudsiar euskera, ante lo que ella reflexiona afirmando: "no sé si alguna vez entenderá el esfuerzo de tanta gente para que una lengua no muera. Es difícil comprenderlo cuando tu lengua se habla en todo el mundo. Es difícil entender así que una lengua pueda ser algo tan frágil como un recién nacido, que necesita protección, como la necesita su hija".

Mientras Nerea conoce una historia del pasado que marcó a su madre, tiene también que enfrentarse a sus propios recuerdos, los de ese novio que se esfumó y por el que nadie preguntó, "sólo lo hizo Beltza, su perra, y la policía. Aparecieron en casa y me hicieron mil preguntas para intentar descubrir dónde estaba Carlos. Pero nunca lo encontraron. No como yo, que lo encontraba cada noche en mis pesadillas las horribles”.  También esa relación, la forma en la que Nerea gestiona esos recuerdos y el impacto que le causa que aquel hombre a quien amó se marchara de la sociedad para formar parte de una banda criminal, está narrada de un modo muy delicado. Las manos de mi madre, en fin, es uno de los mejores libros que he leído este año. Bendito descubrimiento. 

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